Bendición artesanal
La llegada del papa Francisco a Colombia fue un sueño cumplido para muchos católicos del país. Para Pilar Castaño y Mercedes Salazar fue un acontecimiento que marcará sus vidas para siempre. ¿Cómo lograron unir religión y técnicas artesanas como la de
unque ambas afirman que vestir al papa fue, tal vez, uno de los honores más grandes que han tenido, cada una confiesa que esto llevaba ligado, además, un aspecto muy especial. Pilar sintió al espíritu de su madre presente en cada paso de este proyecto: “Estoy segura que mi mamá, desde el cielo, me envió esta oportunidad, y me iluminó el camino; por eso, haber formado parte de esto me llena de felicidad”. Para Mercedes, no solo significó un reconocimiento al trabajo que ha realizado desde hace muchos años, sino que fue también un homenaje a los artesanos que han acompañado su camino y que, para ella, son la esencia de la moda nacional.
Lo curioso de este acontecimiento no fue vestir al guía espiritual de los católicos, sino que lograrlo implicó cambiar algunas tradiciones papales en el camino. Por ejemplo, aunque detrás del proyecto había un equipo de expertos que ha elaborado piezas eclesiásticas por generaciones, que las cabezas creativas principales fueran dos personas que nunca habían estado relacionadas con este tema en específico, resultó innovador y le agregó cierta magia. Incluso, desde siempre las vesti- duras papales se han destacado por ser suntuosas y ostentosas, colmadas de bordados en hilos de oro sobre sedas delicadas y con piedras preciosas.
Sin embargo, en este caso, los diseños se alejaron del lujo para reflejar la esencia colombiana a través de las técnicas artesanales más reconocidas del país. Se trató, pues, de unos trajes que, desde su concepción, fueron un compendio de las tradiciones, arte, cultura, fauna y flora de la nación, sin restarle importancia a los símbolos sagrados y a los elementos que forman parte de esta mística vestimenta.
Para la periodista y experta en moda Pilar Castaño, no resultó tan extraño que las hubieran convocado para este proyecto; por el contrario, le pareció fabuloso que el equipo creativo lo encabezaran una curadora y una diseñadora que se expresan con facilidad a través de su saber hacer.
“La moda es comunicación. Es el arte que hay implícito en esto, el amor, la esperanza. El lenguaje que transmite la moda muchas veces dice más que las propias palabras. La moda en Colombia siempre ha sido ceremonial, ha vestido las celebraciones desde tiempos inmemorables, y esa es su esencia. Colombia es alegría, vida, paz, esperanza, fe. Por eso resultó más que lógico que quisiéramos que este personaje latinoamericano, que representa los ideales por los que tanto luchamos, portara sobre su pecho a Colombia: sus raíces y su gente”, comenta.
No fue un trabajo sencillo; requirió una amplia investigación previa, así como largas jornadas entre todo el equipo para fusionar la creatividad, la artesanía y la simbología religiosa en un diseño que quedara en el recuerdo de todos los colombianos y del mundo. Un diseño que demostró la complejidad y el verdadero valor de las manos artesanas y que, muy probablemente, catapulte el diseño nacional en la escena internacional. “La moda es aparente. La gente, cuando ve algo que le gusta, trata de reproducirlo. Gracias a la visita del papa, la artesanía colombiana llegó a los ojos de muchos en todo el mundo. Eso ubica nuestra moda en el top of mind de los consumidores y compradores, sobre todo ahora que estamos viviendo un momento en el que la artesanía resurge y es codiciada por todos. Dentro de poco verán que las chaquiras serán el elemento principal de las colecciones de casas de moda de renombre, y la tendencia religiosa será la favorita de las temporadas venideras. Eso lo aseguro”, agrega.
Lo cierto es que los colombianos no solo disfrutaron la gracia implícita en la visita papal, también se identificaron en los atuendos que el sumo pontífice usó en los cuatro días de su estancia, pues sobre su pecho y cabeza llevó plasmados el alma ancestral de los artesanos nacionales, las flores de nuestros jardines, los animales que decoran nuestro paisaje sabanero e, incluso, uno de nuestros símbolos religiosos más representativos: la Virgen de Chiquinquirá.