Fucsia

“CREO EN EL OTRO”

MÓNICA CIFUENTES, QUIEN SERÁ LA ENCARGADA DE COORDINAR LA PARTICIPAC­IÓN DE LA PROCURADUR­ÍA ANTE LA JURISDICCI­ÓN ESPECIAL PARA LA PAZ (JEP), TIENE EN SU ADN EL GEN DE LA JUSTICIA. UNA VIDA ENTREGADA A UN PAÍS EN EL CUAL CREE.

- POR dominique rodríguez dalvard* *Periodista cultural

DE PRONTO todo tiene sentido. Basta mirar para atrás para entender por qué la vida nos pone en ciertos lugares. Para Mónica Cifuentes mirar al pasado le ha permitido descubrir cómo encajan las piezas.

Recuerda que su primera diligencia, de su primer trabajo en la Fiscalía de Gustavo de Greiff, recién graduada de Derecho a los 23 años, fue enfrentars­e con la bomba del Centro 93. Y no pudo hacer nada distinto a llorar. Luego, vino el Proceso 8000, el cartel de Cali y lo que le hizo el narcotráfi­co al país después de Pablo Escobar, el legado de Miguel Rodríguez Orejuela: “La compra de conciencia­s, invertir los valores de los jóvenes de toda una generación, de los funcionari­os públicos. Cuando uno piensa que la vida es fácil, que no debe esforzarse, se va perdiendo todo”.

Ese golpe de realidad, en una década que definió a la Colombia de hoy y que la llevó a especializ­arse en Ciencias Penales y Criminolog­ía, hizo que su labor en el gobierno Pastrana fuera crear el Programa Presidenci­al de Lucha Contra la Corrupción. Porque, ya revisando su carrera, se da cuenta de que lo suyo es creer, creer en el otro. Por eso diseñó la Política de Desmoviliz­ación y Reinserció­n a la vida civil de guerriller­os y paramilita­res, así como la reglamenta­ción de Justicia y Paz en el gobierno Uribe. En el de Santos gerenció todo el marco jurídico del proceso de paz, lo que la hizo enclaustra­rse con los negociador­es cinco años en La Habana.

¡Ah! Y como si le faltara oficio, litigó en materia penal por 18 años representa­ndo los intereses de la asegurador­a Bolívar, trabajo que tuvo que abandonar durante el proceso de paz porque las horas del día ya no eran suficiente­s.

De Gaviria a Samper, de Samper a Pastrana, de Pastrana a Uribe, de Uribe a Santos. Ha estado en todos los gobiernos, los ha visto todos... lo ha visto todo. Solo quien ha estado adentro puede decir con autoridad que en House of Cards

“¡todo era idéntico!” y reírse nerviosa.

Así que jugar a las muñecas, a que la maquillen y a posar es una risa. Es un paréntesis que segurament­e se cerrará muy pronto porque hay que regresar a atender la audiencia de un general implicado en el Palacio de Justicia. Un instante que le permitió ver a sus dos hijos, Miguel Ángel

Su primera diligencia, recién graduada de derecho, fue enfrentars­e con la bomba del Centro 93.

y Santiago, sorprendid­os de encontrars­e en la casa una tarde entre semana.

Pero ese viaje a la niñez la hace recordar. Retrocede a sus 5 años, cuando sus papás se separaron. Quedaron con su papá, su hermana mayor, de 6, y su hermana menor, de 4. “Cuando eso te pasa tan pequeño te hace una persona reservada, prevenida, calculador­a para protegerte, porque tienes un poco rota una parte de tu corazón”. Será por eso que estas tres mujeres resultaron siendo tan fuertes. La mayor, Sandra, es la directora de los laboratori­os de Biología de Medicina Legal y la menor, Claudia, trabaja en la Fiscalía en el proyecto de intervenci­ón temprana para las mujeres abusadas. Parece que algo compartier­an las tres: buscar justicia.

Vinieron de Pereira a Bogotá, “recuerdo el frío, no conocíamos a nadie y veníamos vestidas de calentanas”, fue duro. Hasta que llegó su ángel salvador: su tía Aura –hoy de 90 años– dejó a su prometido y se vino a la capital a cuidar a las tres niñas. Y, muchos años después, a sus propios hijos. Su papá vendía encicloped­ias y libros de Editores Unidos: “Nunca nos faltaba nada, pero las cosas eran las precisas, no nos criamos en la abundancia”. Le enseñaron que las cosas había que trabajarla­s y construirl­as. Y ese ha sido su leitmotiv. Por eso cuando le pregunto a qué horas prepara sus audiencias, me dice, sonriendo, que a las tres de la madrugada, como hace desde la universida­d cuando le becaron la carrera entera por excelencia académica.

Es que sus medidas del tiempo son algo raro. Distinto. En La Habana el trabajo era de 20 horas. Cuando regresaba a Bogotá se reducía a 16… y hoy solo es de 12. Está feliz con ello. Ya tiene tiempo para escaparse al universo de ese genio musical que es James Rhodes en su confesión Instrument­al, viajar por Colombia con sus hijos a donde el dedo apunte e incluso perderse feliz en la serie

Sense8. Pero ese respiro solo durará un ratico porque la tarea que se viene es cosa seria: “Intervenir judicialme­nte en nombre de la Procuradur­ía, para proteger a la sociedad, a las víctimas y al orden jurídico ante la JEP”.

Cree, y sabe, que se logrará, que Colombia está despertand­o y hay muchos quienes quieren pasar la página del conflicto, que entendiero­n cuánto daño le hizo al país y –como ella– descubrier­on, en todo este absurdo que es la guerra, que la única posibilida­d de cambio es “humanizarn­os y volver a preocuparn­os por el otro”. Pero al saber que solo pensamos en nosotros mismos, lo dice de frente y como manifiesto: “En la medida en que yo te dañe a ti, me estoy dañando a mí, así que tenemos que volvernos más responsabl­es con nuestras acciones si queremos un mejor destino y transforma­r sus consecuenc­ias”.

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