Fucsia

SÍ, PERO NO

- POR adolfo ZABLEH DURÁN

QUÉ LINDO es que te guste alguien de verdad. Otra cosa es que uno guste de vuelta, pero ese es otro tema porque nada garantiza que del otro lado vayan a sentir lo mismo que tú. Lo único que se puede hacer es ser uno mismo, dar lo mejor y esperar que a la otra persona le enganche lo que ve. Cuando ocurre, el mundo se vuelve un lugar mejor, y cuando no, es triste, pero nada que hacer porque lo que se fuerza termina no funcionand­o. Yo nunca me recupero de un desencuent­ro de esos porque siento como si me estuviera gastando una vida y que tengo que parar y replantear, no sé bien qué, pero es como si algo fallara dentro de mí.

Y no hablo de un simple coqueteo porque la persona nos parezca físicament­e linda, sino de ese gusto inexplicab­le que hace que todo lo suyo se sienta excepciona­l. El problema con los que conectamos sentimenta­lmente con muy poca gente es que solo tenemos dos velocidade­s: o no nos interesa nada de esa persona, o nos interesa todo, hasta la hora a la que va al baño. Que dos personas se gusten a ese nivel es una de las grandes coincidenc­ias de la vida, un milagro que debería ser celebrado estando juntos.

Hace poco me enamoré de alguien (a falta de una palabra más lúcida para explicar lo que sentía). El asunto fue fuerte y real, pero me empecé a desinteres­ar cuando desde su lado todo era “después” o “más tarde”. Nunca hubo de su parte un ‘no’ de frente y siempre la sentí abierta y dispuesta, pero había algo que no terminaba de engranar y esas cosas se sienten. No sé si acerté o me precipité al renunciar, me hubiera gustado conocerla y entenderla mejor, de golpe el resultado habría sido diferente.

Y todo era más raro porque me decía que yo le gustaba, cosa que se le sentía honesta, y creo incluso que a su manera supo demostrárm­elo. Decidido a conquistar­la, puse todo de mi parte, pero terminé sintiendo que solo yo era el que remaba, y esa no es manera de construir algo. La buscaba con frecuencia porque la tenía todo el tiempo en la cabeza, pero siempre con cuidado de no hacerla sentir agobiada. Ella andaba a su ritmo, que era diferente al mío, lo que terminó generándom­e dependenci­a al celular, a ver si contestaba. Lo miraba más de la cuenta y cuando no había respuesta suya me frustraba montones. Si comenzando tienes que forzar un chat, es muy probable que termines forzando otras cosas después, y no se puede vivir así.

Era frustrante porque a mí no me gusta nadie. En mi vida he tenido apenas seis parejas estables, seis que debieron ser cinco, incluso cuatro. La gente pasa por mi vida y no siento nada, como si no tuviera corazón; luego llega alguien que me mueve todo, que me hace recordar que sí estoy vivo y me gustaría que todo fluyera, pero repito, esas cosas dependen de dos.

A esta altura me cansan las estrategia­s, las indecision­es, los cálculos, porque querer a alguien se trata más de entregarse sin reparos que de andar con cuidado por si nos rompen el corazón. Cuando a uno le gusta alguien realmente, la palabra es ‘sí’. No

‘tal vez’ ni ‘no sé’. Tampoco es ‘sí, pero no’, o ‘sí, pero no ahora’. Es ‘sí’, y no porque toque, sino porque es la respuesta natural, lo que nace decir. Qué nace, explota; al corazón se le caen las respuestas positivas y se entrega sin medida. Amémonos ahora, preguntemo­s luego, por ahí va la vaina..

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