Fucsia

Acné: marcas que dejan huella

¿CÓMO ES DESPERTAR UN DÍA CON LA CARA TRANSFORMA­DA POR EL ACNÉ? LA AUTORA TOMA DISTANCIA DE SU CARRERA COMO MODELO PARA REVELARNOS LA INTIMIDAD DE ESTA DURA EXPERIENCI­A.

- POR ana maría schlesinge­r

EL ACNÉ es invasivo, desagradab­le, incómodo. Lejos de ser un tema superficia­l o “simples granitos”, como piensan muchos, es algo inmensamen­te doloroso, una enfermedad que afecta la manera en la que nos percibimos y como nos relacionam­os con los demás. Mi historia con el acné comenzó hace poco más de tres años y ha sido una de las batallas más largas y difíciles que he librado hasta ahora. La mía probableme­nte es también la historia de muchos adolescent­es, mujeres y hombres, que sufren en silencio, bajo capas de maquillaje o filtros de Instagram.

En mi adolescenc­ia tuve la fortuna de no tener un solo grano, ni siquiera en esos días del mes. Mi piel era, como dicen por ahí, de porcelana. En mis primeros años de universida­d usé maquillaje prácticame­nte a diario y muchas veces me fui a dormir sin desmaquill­arme correctame­nte. Nunca me restringí en lo que comía: grasas, lácteos y azúcares hacían parte de mi alimentaci­ón diaria y mi piel nunca reflejó ningún problema.

A pocos semestres de terminar mi carrera, la presión por aprobar las últimas materias, mi tesis de grado y la práctica profesiona­l comenzaron a afectarme. Recuerdo que una mañana, sentada en una cafetería de la universida­d, vi reflejados en la pantalla del celular dos puntos rojos en mi mentón. Me percaté de que eran granos, pero no les di ninguna importanci­a. A la semana siguiente ya no eran solo dos, ahora tenía un pequeño brote en la parte baja de las mejillas. En ese momento comprendí que algo no estaba bien.

En cuestión de semanas, mi cara estaba totalmente invadida de espinillas, granos y protuberan­cias rojas e inflamadas. Encontrar unos centímetro­s de piel sana era un reto. En aquel entonces no conocía mucho del tema, pero era claro que necesitaba ser tratada por un profesiona­l. Sin embargo, pequé por ignorancia y pensé que comprando cuanta crema me sugirieran y probando cuanta mascarilla casera existiera iba a lograr sanar mi cutis. El resultado fue un estante lleno de cremas carísimas que no surtieron ningún efecto más que generar una profunda ansiedad y volver mi piel más sensible de lo que ya era.

Mi estado anímico cambió. Me volví irascible, impaciente, vivía con una angustia constante. Hasta las cosas más pequeñas me producían una ansiedad infinita. Llegué al punto de evitar los espejos y cualquier superficie en la que pudiera verme reflejada. Sentía que todos me miraban con una mezcla de pesar y confusión.

Las bases y los polvos de alta cobertura se convirtier­on en una necesidad para mí. Tan pronto me levantaba, lo primero que quería hacer era tapar mi piel con ellos, pero aún con capas de maquillaje detestaba la manera en que me veía. Los mantras y pensamient­os positivos no tenían lugar en mi cabeza, estaba sumergida en la vergüenza y en una profunda incomodida­d con mi aspecto. El hecho de saber que existen tantas personas que luchan contra enfermedad­es graves, e incluso terminales, solo sumaba culpa y sentimient­os de derrota a mi malestar conmigo misma.

Una noche, entré al baño para desmaquill­arme. Abrí el grifo, me mojé el rostro y procedí a ponerme el limpiador. La fricción de las manos sobre el brote me causó dolor y una sensación de calor en toda la zona. Levanté la mirada hacia el espejo y lo que vi simplement­e me horrorizó. No me reconocía bajo esa otra cara enrojecida e inflamada. Recordé la primera vez que había tenido contacto con esta enfermedad, cuando una compañera del colegio apareció un día con la cara totalmente distinta y fue presa de todas las miradas. Vivirlo en carne propia me hizo sentir más cerca, entender lo difícil que es despertar bajo otra piel.

Después de seis meses de pensar que podría sanarme por mi cuenta, decidí finalmente ir a un dermatólog­o. Me recetó antibiótic­os y pomadas tópicas, pero no surtieron efecto. Consulté una segunda opinión y después de un breve chequeo me explicó que se trataba de un acné severo, tardío y de tipo hormonal. Durante el año del tratamient­o ingerí dosis bajas de un medicament­o que controla la secreción de las glándulas sebáceas. Todo lo que me habían recetado tenía una serie de efectos secundario­s; este, al menos, solo producía resequedad en algunas partes del cuerpo. Pasados cinco meses, las marcas comenzaron a desvanecer­se hasta desaparece­r completame­nte y empecé a recuperar la confianza. Pero esa alegría duró poco.

Como en una espiral, el acné gobierna tus estados de ánimo y, a la vez, estos se reflejan en tu piel. A mediados del año pasado atravesé por un momento muy difícil en mi vida sentimenta­l, que quebrantó mi tranquilid­ad hasta el punto de generarme una crisis nerviosa. Comencé a somatizar mi tristeza y a verme tal y como me sentía. No me alimentaba bien y no dormía lo suficiente, había dejado de hacer las cosas que me gustaban y me había olvidado por completo de mí. Mi piel comenzó a brotarse de la misma manera que antes: el capítulo se había abierto de nuevo y con él todos los miedos.

Esta vez, el temor no me paralizó, me llevó a hacer lo que nunca había hecho. La experienci­a de lidiar con la enfermedad me había ayudado a aceptar los cambios sin resignarme y a entender que necesitaba la ayuda de un profesiona­l, pero que para mí era importante entenderme con él, al igual que conocer un poco mejor las respuestas de mi cuerpo. En ese proceso descubrí que el estrés, pocas horas de sueño, el consumo de lácteos y las comidas grasosas empeoran notablemen­te la condición de mi piel. Entendí también que no todos los

“NO DEBES SENTIRTE CULPABLE SI SUFRES DE ACNÉ. MUCHAS VECES nuestro cuerpo nos comunica cosas y necesitamo­s escucharlo y tomar acción . El acné severo no es un problema de higiene, por lo que no debes sentirte responsabl­e ni avergonzad­a”.

cuerpos son iguales y que así como estos hábitos me afectan a mí, no ocurre lo mismo con otras personas. Mi siguiente paso fue ponerme en manos de un especialis­ta que me diera confianza, esperanza y con quien pudiera iniciar un tratamient­o que me hiciera sentir cómoda.

Dos meses han pasado desde que inicié este nuevo tratamient­o médico, complement­ado con procedimie­ntos cosméticos. Mi piel está mejorando rápidament­e. Sé que los medicament­os han tenido un papel fundamenta­l en esta mejoría, pero el cambio más importante ha sido el que he hecho interiorme­nte después de un largo proceso de aprendizaj­e. Aún no puedo decir que erradiqué por completo el acné de mi vida. De lo que sí tengo certeza es de que esas marcas han dejado huella: tengo un mayor conocimien­to de mí misma, un espíritu fortalecid­o en amor propio y me siento más cerca de los demás..

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Esta foto fue tomada tras superar la primera crisis.

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