Azzedine alaïa: eterno costurero y escultor
TRAS SU MUERTE A FINALES DEL AÑO PASADO, PARÍS LE CONSAGRA POR ESTOS DÍAS UNA EXPOSICIÓN HOMENAJE CON 41 DE SUS MÁS ICÓNICOS VESTIDOS A ESTE REBELDE INDEPENDIENTE QUE SIEMPRE SE OPUSO A LA LLAMADA FAST FASHION.
COSER VESTIDOS representaba el honor y el privilegio de prestar sus manos para crear directamente sobre otra piel: “Una mujer no se viste con un diseño, sino con un vestido; por eso no me gusta que me llamen director artístico, creador o diseñador. Soy costurero, ese es mi oficio”.
Esa enfática declaración fue la que le dio nombre a la exposición Azzedine
Alaïa - Soy costurero, un homenaje tras su fallecimiento a causa de una falla cardiaca en noviembre de 2017.
Su estudio está ubicado en el número 18 de la rue de la Verrerie en París, el mismo lugar donde empezó a funcionar desde los años ochenta. Allí, el couturier instaló su casa y su sitio de trabajo en el segundo piso, y adecuó la planta baja para presentar sus desfiles en una larga sala, en la que actualmente se exhiben los 41 vestidos que componen la muestra.
UN ITINERARIO ATÍPICO Alaïa es reconocido en el mundo de la moda por haber logrado esculpir el cuerpo femenino con sus trajes. El verbo no es gratuito ni puramente metafórico: el cuidadoso trabajo manual y la materialidad de sus piezas deben mucho a los estudios de escultura que realizó en la Escuela de Bellas Artes de Túnez, país en el que nació en 1940.
“Monsieur Alaïa decía que para los vestidos en negro profundo tenía ideas muy precisas, líneas marcadas y definidas que le inspiraban una vocación de perfección absoluta. En cambio, con los vestidos en blanco tenía una relación más libre y fluida, gracias a la asociación mental entre este color y el mármol de las esculturas”, le dijo a Olivier Saillard, historiador y curador de la muestra. De ahí que la mayoría de los trajes que se exhiben en esta exposición sean blancos y negros.
Las huellas de la escultura en su trabajo no se detienen ahí. Saillard asegura que también se pueden ver en su particular manera de trabajar el cuero. “Lo empleaba como si fuera otra tela y eso no es sencillo. Basta con mirar las faldas drapeadas; en ellas hay un verdadero trabajo de escultura cuyo mérito se halla en dos aspectos esenciales de su formación como artista: el conocimiento académico del cuerpo y el corte de la pieza”. Otro ejercicio escultórico que realizaba con frecuencia era poner una muselina negra sobre tela de color. Además de atenuar el tono, el vestido adquiría un efecto óptico, un movimiento particular y, sobre todo, un aire atemporal.
Esta experimentación con los materiales resultaba natural para alguien que conocía el oficio de costurero de principio a fin: sabía usar las tijeras, cortar cualquier tela, poner los alfileres y ensamblar las partes. Saillard afirma que Alaïa dibujaba solo para fijar una idea en el papel y que, en cambio, prefería trabajar directamente sobre el cuerpo de una mujer. “No podía comenzar una colección sin tener una mujer a su lado y siempre se las arreglaba para contar con una modelo de prueba en su taller. Era el cuerpo de ellas lo que le permitía drapear la tela, medir, trabajar, corregir... Nunca usaba un maniquí en madera, por eso las líneas de sus vestidos podían precisarse tan bien”.
“A Alaïa se le considera el heredero de grandes nombres de la costura como Cristóbal Balenciaga, Madeleine Vionnet, Madame Grès o Charles James”.
olivier saillard
ELLAS LO PROTEGEN
Greta Garbo, Claudette Colbert y Grace Jones fueron algunas de las actrices y celebridades que fueron vestidas por Alaïa. Fueron también muchas las modelos que se unieron a su séquito –Naomi Campbell fue una de las más icónicas y años después también mujeres influyentes como Michelle Obama–. Pero lo cierto es que, mucho antes de que su apellido se escribiera en letras mayúsculas en la historia de la moda, ya había trabajado por más de 20 años como costurero privado haciendo vestidos para las clientas que había conocido por el camino; un largo y complejo camino que emprendió desde niño.
En unas vacaciones se cruzó con el anuncio de una costurera que solicitaba ayuda con los terminados a domicilio. No dejó pasar la oportunidad, respondió de inmediato y terminaron haciendo juntos las costuras por las noches, para que él devolviera los vestidos finalizados al día siguiente.
Una de esas mañanas en las que el joven Alaïa cargaba los trajes de regreso al taller, se detuvo a conversar con dos hermanas que vivían en un palacio del barrio árabe. Ellas le dijeron que conocían a una costurera que hacía copias de Dior y decidieron presentársela. Así fue como entró en contactó con Leïla Menchari, quien se convirtió en su mejor amiga. La madre de Leïla tenía relación con los clientes de Dior en Francia, así que bastaron un par de cartas y llamadas suyas para que Alaïa consiguiera trabajo en la famosa casa de modas.
El joven costurero llegó a París justo cuando estaba terminando la guerra de Argelia. Sin embargo, cinco días después de haber empezado, le dijeron que no podía trabajar allí por ser extranjero. Cuando el panorama parecía complicarse, la fortuna dio un nuevo giro: Simone Zehrfuss, esposa del famoso arquitecto Bernard Zehrfuss, había estado presente cuando lo despidieron. Desde entonces lo apadrinó y le presentó a su círculo de amigas. También Louise de Vilmorin,
compañera del escritor André Malraux, le dio la mano. Gracias a ellas empezó a hacer vestidos por encargo a las mujeres de las grandes familias de París.
LA CONCIENCIA DEL CUERPO
La condesa Nicole de Blégiers fue quien lo albergó en su casa. “Tenía que bañar a los niños, darles de comer y pasearlos por el parque… Y también hacía los vestidos de la condesa… Me quedé ahí cinco años. Estar en Francia al final de la guerra de Argelia era muy duro, pero estas mujeres me protegieron. Le escribieron cartas al prefecto y el esposo de la condesa me dio su tarjeta para demostrar que yo era su protegido, con el fin de que no me molestaran cuando me detenían en la calle”, contó Alaïa en una entrevista.
Según Saillard, “esa fue su verdadera formación en la moda. Empezó vistiendo mujeres que no eran modelos y fue así como comprendió lo que significaba acompañar el cuerpo de cada una hasta que quedara satisfecha, independientemente de que tuviera que subir un cuello, bajar una manga o ensanchar un talle”. De esa forma de trabajar en sintonía con la figura derivó un concepto esencial en el diccionario del costurero: body-conscious, o conciencia del cuerpo, que se refiere a que ninguna prenda debe ir en contravía de la figura de la mujer, ningún vestido debe ser ajeno al cuerpo, sino, por el contrario, debe formar parte de él.
ESTRELLA DE LA ALTA COSTURA
Cuando Alaïa dejó de trabajar para la condesa De Blégiers, fue contratado por Guy Laroche. También colaboró con su amigo Thierry Mugler y, a pesar de que para ese momento no soñaba con una etiqueta propia, Simone Zehrfuss le prestó el dinero para que estableciera su casa de modas. Allí llegaban clientas por recomendación de otras ya conocidas y solo esa especie de club secreto tenía el privilegio de acceder a sus creaciones.
Alaïa escogió un lugar modesto en la rue de Bellechasse para instalar su primer taller. Allí le dio vida a su colección debut a finales de los años setenta. Desde entonces su nombre resonó más allá de los cerrados círculos parisinos. Las revistas de moda, los fotógrafos y las modelos lo rodearon y elogiaron. Vinieron exposiciones de su trabajo en varios museos del mundo y, finalmente, llegó la corona de laureles: en 2003 entró al universo de la alta costura con sus creaciones.
Toda esa trayectoria fue el motor que originó esta exposición, que pese a ser relativamente pequeña, es suficientemente representativa de sus más de 50 años de carrera. “La mezcla de vestidos negros y blancos habla de eternidad, de una idea de tiempo que no pasa muy rápido, tal como sucede en una de esas películas en blanco y negro que tanto amaba y que solía poner de fondo mientras cosía”, remata Olivier Saillard..
QUIENES LO CONOCIERON Y TRABAJARON CON ÉL RECUERDAN QUE cuando iba a su boutique intervenía mientras las clientas escogían sus vestidos y les decía: “No, no lleve eso, mejor esto”. Se lo probaban y quedaban convencidas.