CARLOS JACANA NIJOY
La casa taller de Carlos Jacanamijoy fue creada por el arquitecto Simón Vélez. En ella, la luz, el color y los amigos entran a raudales. Y no tiene guadua.
La casa del maestro Carlos Jacanamijoy estaba destinada para un artista. La huella de la casa anterior fue el hogar de Lorenzo Jaramillo y de la galerista Azeneth Velásquez. La idea original –con el arquitecto Simón Vélez– era restaurarla, pero –como dice Vélez– la casa estaba demasiado caída y era mejor tumbarla y empezar de cero. Y ‘Jaca’ puso condiciones: “nada de guadua”.
Simón Vélez es reconocido internacionalmente por su manejo magistral de la guadua, “pero yo soy un arquitecto, no un arquitecto de la guadua”, y aceptó gustoso. La casa es de concreto y ladrillo, paredes blancas, un estudio en el último piso con una altura que alcanza los seis metros y pasamanos de varillas corrugada que, particularmente, hacen feliz a su arquitecto. Desde el estudio –además– es posible subir por una escalera en espiral –también de varillas corrugadas– a un mirador desde donde se pueden admirar los cerros y obtener una vista impresionante de la ciudad. La casa tiene un jardín especialmente frondoso, incluso selvático, y ventanales que permiten la entrada continua de raudales de luz; justo lo que necesita un pintor.
El jardín es una mezcla exótica y exitosa de plantas del Putumayo que ha traído su mamá; matas de los cerros; plantas medicinales, palmas bobas, árboles de yarumo y bambú del Japón que –con la mano experta de Pedro Franco– han crecido hasta convertirse en una especie de selva en donde anidan pájaros de todos los colores. En ese espacio también hay piedras talladas que han recuperado de casas en ruinas de La Candelaria y que se han convertido en los asientos ideales para una tarde de asado.
El comedor de la casa merece un párrafo aparte. Se trata de una mesa monumental que salió de un árbol enfermo que talaron en Pereira. Simón Vélez lo compró con otros amigos y de su tronco salió la laja de la mesa. El mismo Jacanamijoy lo escogió: “Quería la que tenía más vetas y accidentes. Simón –además– por fin pudo usar guadua: ¡las patas de la mesa!” Jacanamijoy es un anfitrión fantástico, y su casa es el escenario perfecto para una fiesta o una reunión de amigos. La nevera –siempre con un vino blanco listo para abrir– se convirtió en una obra con su firma. La biblioteca del segundo piso tiene una pantalla en la que, en varias tardes, algunos cineastas amigos han hecho proyecciones de sus cortos y películas. En su taller ha habido incluso funciones improvisadas de ópera y conciertos en el que un músico se apropia del piano. Y junto a su chimenea –con unos preciosos butacos traídos del Putumayo y muchas veces protagonistas secretos de sus cuadros– se tienen siempre charlas memorables, intensas y cariñosas.
En las paredes de la casa siempre rotan obras suyas de diferentes épocas, además de obras de artistas como Carlos Salas, José Horacio Martínez, Édgar Negret, Álvaro Barrios o su propio hijo: Tahuanty Jacanamijoy. El baño social –en la parte baja, junto al garaje– tampoco escapa del arte. El corredor está tapizado de fotos hechas por el artista en la laguna del Titicaca y en Machu Picchu.
Es una casa-taller con el espíritu de la selva y la rudeza del concreto de la ciudad. Y una casa con muchas buenas historias.