Gloria Zea
La dama de El caballero de la rosa.
Hace dos años, cuando dejó la dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá, se dijo que asumiría una vida más tranquila, lejos de la actividad cultural. Pero no fue así, desde su casa ha seguido con las riendas de la Fundación Ópera de Colombia e impulsó el montaje de su obra favorita: El caballero de la rosa.
Gloria Zea vive rodeada de un equipo de colaboradores jóvenes que la trata con reverencia y que entiende, como si fueran contemporáneos, todo su aporte a la cultura colombiana. “Está a quince minutos del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. No demora”, dice el jefe de prensa que cuadró la entrevista, con la seguridad de que ni los trancones de Bogotá ni el mal tiempo alterarían la agenda trazada por la mecenas de las artes plásticas y escénicas del país. Al instante llega risueña, como siempre, e imponente, como si hubiera interiorizado la presencia escénica de los personajes de la ópera. Con 82 años, sigue fiel a las prendas de los ateliers franceses y se ve tan “sofisticada como un diamante de Tiffany”, según un artículo de la revista Semana de principios de los años ochenta. En esta parte de su vida no se perturba cuando resaltan su afinidad con la moda. Atrás dejó la época en la que, por culpa de su fino ropero, se ganó decenas de detractores que trataban de socavar los resultados de su gestión cultural. “Me decían elitista. Esa estupidez la escuchaba todos los días en la prensa, en todos lados. Pero ya no”, dice a punto de celebrar 42 años en la dirección de la Fundación Ópera de Colombia. Después de cuatro décadas, Zea dejó de aplazar el montaje de sus sueños: El caballero de la rosa, la obra más ambiciosa de Richard Strauss. El proyecto se robó toda su atención en los dos últimos años, tras entregarle la dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá a Claudia Hakim. Muchos creyeron que en ese tiempo por fuera de los radares mediáticos se dedicaría a disfrutar de la pensión.
La ópera de Strauss estuvo por décadas en la lista de sus múltiples pendientes ante la complejidad para montar esta historia coral, que requiere de unos 70 personajes en escena. Como si fuera poco, en la majestuosa obra humorística que gira en torno a la relación de una ‘asaltacunas’ y su novio veinteañero, participa una sinfónica de 80 músicos. Hace unas dos décadas habría sido impensable la puesta en escena de El caballero de la rosa. En ese entonces eran escasos los profesionales del canto lírico y los teatros de gran infraestructura como el Julio Mario Santo Domingo, donde presentarán esta obra los días 1, 5 y 8 de septiembre. Como la ópera nunca ha sido autosostenible, incluso en ciudades con tradición operística como Nueva York y Londres, ‘el matrimonio cultural’ de la Fundación Ópera de Colombia y la Fundación Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo buscaron otro jugador regional, el Teatro Municipal de Santiago de Chile, con una experiencia de unos 150 años en este tipo de espectáculos.
“Para conseguir los recursos del Mambo y de la ópera hice de todo; faltó prostituirme”, dice Gloria Zea.
El modelo económico para impulsar la ópera en Colombia ha sido el mismo desde los primeros montajes. Nunca ha habido suficientes recursos para hacerlo, ni cuando Gloria Zea, como directora de Colcultura, insistió en que Mozart y Strauss podían convivir con la cumbia, la guabina y otras expresiones folclóricas nacionales. Aquellas experiencias le dejaron varias lecciones, entre ellas que jamás sacaría plata de su bolsillo para sostener la cultura, y no por mezquina, sino por la obligación que deben tener los gobiernos para promover todas las artes. “Gracias a mi segundo esposo, Andrés Uribe Campuzano, quien dirigía la Federación Nacional de Cafeteros, mantuvimos el Mambo durante catorce años. Nosotros pagábamos toda la nómina. Yo no cobraba sueldo”, recuerda Zea. Las dos primeras puestas en escena, La traviata y La bohemia,a mediados de los setenta, contaron con el auspicio de Colcultura y de la empresa privada, pero pocos se lo agradecieron. El instituto que estaba bajo su batuta sentía el impacto de la recesión económica y vivía en la encrucijada de salvar con carácter urgente el deteriorado Teatro Colón y la Biblioteca Nacional. Gloria Zea, según publicaciones de la época, les hizo el quite a las críticas sesgadas cuando presentó su decorosa gestión. En un documento escribió el glosario de sus logros, incluyendo las restauraciones del patrimonio arquitectónico y los primeros montajes de la ópera en Bogotá. La idea de traer este tipo de espectáculos surgió de su amigo Alberto Upegui, un convencido de que Bogotá debía mantener la fama de ‘la Atenas suramericana’ con paradigmas culturales de Europa. “Yo no sabía de ópera. Solo había visto unas cuantas funciones del Metropolitan los días en que viví en Nueva York. Pero la saqué adelante. Lo único que no hice fue prostituirme en la carrera Séptima para buscar los recursos. Organizamos subastas, carreras de caballo y estrenos de películas”, afirma. La Fundación Ópera de Colombia salió al rescate de talentos colombianos que vivían de otras actividades económicas, como Marta Senn, quien trabajaba en un bufete de abogados, y Alberto Arias, dedicado a la venta de seguros. Cuando Zea dejó Colcultura los sucesores acabaron la ópera. Solo hasta 1991 la retomó por sugerencia de sus expupilos. Con el montaje de El caballero de la rosa se consolidó la amistad entre Zea y Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Los dos zares de la cultura se conocieron en 1984 cuando él organizó un festival teatral en Jalapa, México. Entre los dos se propusieron que el show de la ópera debe seguir. El año entrante llevarán a las tablas la obra Nabbuco, de Verdi. Sin considerar la posibilidad del retiro, Gloria Zea tiene trabajo para rato. •
Gloria Zea es incansable. Desde ya trabaja en el montaje del año entrante, la ópera Nabbuco, deverdi.