La O (Cúcuta)

Rubén Darío Galvis, un defensor de la naturaleza

Un defensor de la naturaleza

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En el primer cajón de su escritorio, Rubén Darío Galvis conserva el sello que estampó en el primer documento que autenticó cuando se convirtió en notario público. Fue el 19 de agosto de 1994. Ese día el abogado especialis­ta en derecho de familia inauguró la Notaría Sexta de Cúcuta, en una casona de la Calle 14, entre Avenidas 3 y 4, en el centro de la ciudad.

Un par de años después pasó a ser notario cuarto: su lugar de trabajo siguió siendo la misma casa amplia de frondosos jardines, pero logró compaginar su mejor pasatiempo: la jardinería.

Por eso, en sus momentos de descanso prefiere regar las plantas y esparcir semillas para que las aves que vuelan alrededor del lugar se acerquen a comer.

“Con estas pequeñas acciones trato de regresarle algo a la madre naturaleza de lo mucho que nos ha dado”, comenta el notario, que este viernes 14 de julio, celebra 65 años de vida.

En la oficina que ha ocupado por más de 25 años, un acuario les da la bienvenida a los usuarios con variedad de peces entre los que se encuentran bailarinas, dorados y telescopio­s. “A veces me levanto, los observo y me desestreso”, cuenta el funcionari­o público.

Su casa también es un templo verde: cascadas de helechos y veraneras; algunas especies de flores silvestres y macetas artesanale­s con semillas a punto de germinar, adornan el hogar de Rubén Darío y su esposa Luz Stella Prada.

No hay un espacio de su casa que no tenga un pequeño bebedero, casitas de paja con frutas o semillas para que las aves que se pasean por el lugar se detengan a comer; de hecho, parece que quienes habitan la casa sirven solo de mayordomos para que la naturaleza descanse en todo el esplendor de este amplio espacio.

En medio de risas, reconoce, que la naturaleza es tan agradecida que le permite ver de cerca el nacimiento de diferentes espe- cies de pájaros: varios adornos sirven como nidos para depositar los huevos.

Su corazón conservaci­onista lo ha motivado a convertir viejos envases de plástico en maceteros, que luego de sembrar, abonar y regar por un par de semanas, los obsequia a familiares y amigos, quienes siguen de cerca esta pasión por las plantas hasta el punto de encargarle la siembra de diferentes especies.

“Regalar vida siempre será el mejor presente que le puedes dar a un ser querido”, reflexiona Galvis, mientras corta las hojas marchitas de su jardín con una pequeña tijera podadora.

En entrevista con La Ó habló de su vida, su gusto por la naturaleza y su profesión. Tiene 22 años como notario público, ¿qué valores les ha inculcado a sus funcionari­os?

La honestidad y la ética, porque nosotros aquí prestamos lo que se llama la fe pública, la fe notarial. Si un funcionari­o se deja sobornar para realizar algún trámite, eso es falsedad. Gracias a Dios eso ha disminuido porque ya existe el sistema biométrico, que obliga a los usuarios a dejar su huella registrada y tomarse una foto. Pero antes era el pan de cada día, era muy difícil de controlar.

Luego de convertirs­e en abogado, ¿pensó en irse de Cúcuta?

Nunca. Yo amo Cúcuta, con su calor y con su gente, a pesar de todos los problemas que tenemos, que son muchos y se han magnificad­o, ya que últimament­e nuestros alcaldes no han sido los mejores, pero ahí vamos.

Si pudiera cambiar algo en la ciudad, ¿qué sería?

Le inculcaría a las nuevas generacion­es el valor de sembrar árboles, les enseñaría a no talarlos. Los cucuteños nos quejamos del calor y lo primero que hacemos es cortar un árbol.

¿De dónde surgió ese amor por la naturaleza?

Desde que era niño. Recuerdo que antes las casas tenían solares y la gente sembraba el guanábano, el mamón, el anón. Entonces era habitual ver a los padres regando las matas, había frescura, soplaba la brisa, pero hoy día eso ha desapareci­do.

En la notaría tiene varios espacios verdes, ¿usted mismo los cuida?

Sí. Desde que llegamos a esta casa, hace unos 26 años, decidimos conservarl­a con sus espacios verdes, porque uno se va a una oficina y queda encerrado, guardado. Aquí hay varias clases de plantas como jazmín, veranera, lluvia de oro, chocolata y un mirto costeño; también tenemos varias casitas colgadas en donde le colocamos agua y semillas a los pájaros. Todos los días llegan colibríes.

¿Cómo es su vida familiar?

Provengo de una familia grande, de siete hermanos, y todos somos cortados por la misma tijera: personas trabajador­as, honestas y éticas. Estoy casado con Luz Stella Prada y tengo dos hijos, Silvia Paola y Rubén Darío; tengo la bendición de trabajar con mi hija, que es psicóloga y que me convirtió en abuelo hace cinco años, cuando dio a luz a Emilia.

¿Cómo es esa faceta como abuelo?

Es totalmente diferente a la de ser padre. Con Emilia me siento a jugar y acostumbra­mos a ir a la piscina; ser abuelo es disfrutar la infancia de ellos sin la responsabi­lidad de estar disciplina­ndo porque para eso están los papás. Por eso dicen que somos alcahuetas y sinvergüen­zas, porque uno siempre trata de intervenir a favor de ellos.

Usted también fue presidente de la Liga de Natación de Norte de Santander, ¿cómo ve a la liga en la actualidad?

La época dorada con íconos como Freddy Clavijo, mi hermana Patricia Galvis o Javier Blanco Sulbarán, ya pasó. Hay buenos prospectos, pero como hoy día hay tanta distracció­n, muchos no tienen la disciplina para trazarse metas importante­s, porque, a diferencia de otros deportes como el baloncesto o el fútbol, que se juegan en equipo, en el nado estás solo tú y tu mente, nada más.

¿Sigue nadando?

Sí. A mí me encanta la natación, generalmen­te nado de 6:00 a 7:00 de la mañana. En ese tiempo uno analiza su vida, pienso en qué hay que hacer y cómo he hecho las cosas. Empiezo a recapitula­r, a rebobinar.

¿En ese ejercicio mental se ha arrepentid­o de algo?

No, porque en el pasado he cometido equivocaci­ones, pero de eso he aprendido. Uno no se puede arrepentir, porque eso que hicimos mal nos sirvió para no cometer el mismo error, sirvió para enmendar, para cambiar.

¿Qué más le gusta hacer en su tiempo libre?

La lectura es mi otra pasión. En el pasado fui un lector inagotable; ahora, debido a mi trabajo, debo leer muchas escrituras, leyes y códigos. Me gustan los libros relacionad­os con la época del imperio romano, de la conquista, de los egipcios, me encanta todo lo referente a la Edad Media.

¿Cómo imagina su retiro?

Teniendo un poco de tiempo para mí como persona, para dedicarme a la familia, estar con mis nietos. Aún tengo la bendición de tener viva a mi mamá María Ligia García de Galvis, tiene 87 años, y hay que disfrutarl­a.

¿Le falta algo por hacer?

Si, viajar. No conozco Europa. Debo hacerlo antes de que el tiempo me lo impida, en dos o tres años, cuando me retire.

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