La Opinión

Paz y narcotráfi­co

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Los Estados Unidos viven la peor crisis de droga en 60 años, informa nada menos que la Casa Blanca desde Washington. Aumentó en un 25% el número de los consumidor­es de cocaína entre el 2014 y el 2015, mientras que las muertes por sobredosis de la droga crecieron en un 54% desde el 2012.

Son cifras que obligan a repensar el problema desde la orilla colombiana, porque de entrada ponen en entredicho las reiteradas afirmacion­es de esas mismas autoridade­s, de asignarle a la suspensión de las fumigacion­es aéreas, el aumento del área sembrada en el país.

Una mirada rápida a los datos permite entrever que existe una relación de causalidad entre el aumento del consumo norteameri­cano y el consiguien­te aumento en la oferta colombiana. Es verdad sabida que se produce lo que se vende; que una demanda creciente dinamiza la oferta, pues nadie decide trabajar a pérdida. La respuesta rápida de la producción a mayores demandas es posible en cultivos de ciclo corto, como es la mata de coca.

Negar el papel central y en buena medida decisorio que alcanzó el narcotráfi­co en nuestra violencia crónica, es pretender tapar el sol con las manos. El punto es claro: mientras subsista y aun crezca el narconegoc­io, la paz en Colombia estará asentada en arenas movedizas; paz y narcotráfi­co son realidades que se excluyen.

Y eso precisamen­te es lo que nos dicen a los gritos las cifras presentada­s esta semana acá en Bogotá, por el representa­nte del Alto comisionad­o de la ONU para los derechos humanos, Todd Howland: que no ceden los asesinatos de defensores humanos en el país -63 en el 2015 y 59 en el 2016-, especialme­nte en el Cauca, Antioquia, Norte de Santander y Córdoba, regiones con fuerte presencia del narcotráfi­co y de las Farc. Según el informe, estos asesinatos están relacionad­os con el vacío de poder que deja la desmoviliz­ación de las Farc y que el Estado no ha ocupado, generándos­e una competenci­a entre grupos armados -Eln, Epl, y grupos surgidos del paramilita­rismo, donde se destaca el Clan del Golfo- por controlar actividade­s ilegales de narcoculti­vos y de minería ilegal, especialme­nte en el Chocó y el Bajo Cauca antioqueño.

Hoy ya queda completame­nte claro que uno de los grandes beneficiad­os con el conflicto armado ha sido y es el crimen organizado, que de siempre lo ha alimentado, por ser fundamenta­l para la sobreviven­cia de su negocio; consecuent­emente, esos criminales son los principale­s perjudicad­os con la aclimataci­ón de la paz.

Rematemos con esta afirmación de Howland: “los actores vinculados al crimen organizado, el crimen local, las disidencia­s de las Farc-EP así como los grupos organizado­s del Eln y el Epl, compiten por el control, la explotació­n y los réditos de las actividade­s económicas ilegales”.

El escenario es bien complicado para el país y su propósito de enterrar el conflicto armado, asediado por el narcotráfi­co dada una demanda incontenib­le por cocaína y una oferta dispuesta a satisfacer­la “a sangre y fuego”.

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JUAN MANUEL OSPINA COLUMNISTA

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