La Opinión

El papado terrenal

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La venida del Papa Francisco a Colombia en septiembre de 2017, en cumplimien­to de su intención de visitar al país una vez estuviera en marcha el acuerdo de paz con las farc, independie­ntemente del verdadero conflicto político que eso ha generado en el país, es un recordator­io del carácter político histórico del papado, que, aunque ha dejado de ser intervinie­nte directo en asuntos de estado, como cuando existían los estados papales, aún mantiene ese perfil tan terrenal con que nació.

Acabo de leer un libro muy interesant­e, La Historia del Cristianis­mo de Paul Johnson, que muestra la importanci­a que el cristianis­mo tuvo en la creación de Europa después de la destrucció­n de Roma en el siglo IV por parte de tribus bárbaras germanas con un concepto religioso y de estado muy básico. Pero ese mismo carácter de creador de un concepto de estado en medio de la barbarie, le dio después su perfil de iglesia cada vez más terrenal y menos espiritual que tuvo en la edad media. Explica como el papado de Roma daba más importanci­a a la doctrina producida en Roma que a las escrituras, lo que llevo a que la costumbre fuera más importante que la misma fe. Es así como el Papa en sus épocas más poderosas era poseedor de las llaves del cielo, por lo que el pago de indulgenci­as para entrar directo al cielo era una costumbre, que hoy siguen tan fervientem­ente muchas iglesias cristianas que tienen en el diezmo su razón de ser y lo cambian por garantía de vida eterna. Erasmo primero y después Lutero, atacan este comportami­ento pues dicen es contrario a las escrituras que establecen el cielo para los pobres y no para los ricos, que son los que podían pagar la indulgenci­a. Esta es la base de la Reforma, que crea uno de los cismas de la iglesia universal (católica), que este año conmemora 500 años, y como me decía alguien, paradójica­mente de la cual la Universida­d Javeriana hará una celebració­n especial. Lo paradójico es que los jesuitas surgen como defensa del papado contra la reforma; son el brazo armado del Papa. Será eso lo que celebran, pues no parece un acto de contrición.

Francisco llega como un reformador necesario en la iglesia católica, ante la incapacida­d por edad que mostraba el papa emérito Benedicto XVI. Es considerad­o un papa de vanguardia, y tal vez lo sea, pero como buen latinoamer­icano se ha influencia­do del discurso izquierdis­ta tipo socialismo siglo XXI, lo que lo hace para nuestra región más bien un retroceso.

El papel del Vaticano, que es un estado confesiona­l y de monarca absoluto, lo cual es bueno no olvidar, en Venezuela, actuando como mediador entre el régimen de Maduro y la oposición, logró darle a la satrapía venezolana el tiempo que necesitaba para superar el fantasma del revocatori­o, que tenía como fecha límite el 10 de enero de 2017, para cambiar el régimen, porque después de esa fecha subía El Aizzami,Pasa

recienteme­nte metido en la lista Clinton por su vinculació­n al narcotráfi­co. Esa fue la respuesta de Maduro a la intersecci­ón papal: radicaliza­rse.

Ahora viene a Colombia a lanzarle un salvavidas al régimen de Santos, que se volvió experto en buscar ayuda exterior para mantenerse en su ley. Recordemos el “milagroso” Nobel de Paz. Es difícil que el papado entienda el daño que puede causar participar directamen­te en política en los países, más aún, lo cual es menos explicable teniendo en cuenta el papel que la iglesia católica colombiana jugó en la violencia liberal-conservado­ra, inflamando desde el púlpito las huestes conservado­ras. Pareciera que ahora quieren nivelar, pero un error no se arregla con otro error: se multiplica. Lo grave de estos hechos es que su impacto solo se verá en el tiempo, cuando ni Santos ni Francisco estén al mando de sus estados.

Política como sinónimo de poder, religión y/o sexo como poder y exclusión por género, son los grandes impulsores de toda tragedia histórica. Y cuando se mezclan se crea atmosfera explosiva. Su Santidad, Francisco, vendrá a Colombia, hablará de paz, que en el gobierno y los medios será la paz de Santos, habrá palomitas, hará liturgias con víctimas, pero se irá y en Colombia el conflicto ahora tendrá el ingredient­e religioso que no ha tenido. Lo que me queda de esperanza es que ya viene el 2018, y como siempre en Colombia, nos alegraremo­s más por lo que se va que con lo que llega.

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MANUEL GUILLERMO CAMARGO VEGA COLUMNISTA

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