La Opinión

Galápagos, un paraíso con derecho de admisión

- Puerto Ayora (AFP)

Un paraíso que evoca el inicio de los tiempos. Un tesoro ecológico que muchos quieren descubrir. Pero, para sobrevivir, las islas Galápagos deben desairar a miles, quizá millones, de turistas.

En las arenas blancas de Tortuga Bay, en la isla Santa Cruz, las iguanas de cresta prehistóri­ca se tuestan al sol entre los turistas.

Los surfistas corren olas entre tortugas marinas. Otros bañistas con máscaras y esnórquel observan mantarraya­s, tiburones punta blanca y peces de colores.

Así, entre especies amenazadas y visitantes que no llegan a ser multitud ha sobrevivid­o este archipiéla­go volcánico conformado por 19 grandes islas y decenas de islotes y rocas a 1.000 km del continente.

Pero Ecuador sabe que la explosión del turismo mundial, que en 2017 volvió a batir récords con un 7% más de viajeros, ejerce una creciente presión sobre estos frágiles paraísos.

“Galápagos es la joya de la corona, y como tal tenemos que cuidarla. No podemos masificarl­a”, explica el ministro de Turismo, Enrique Ponce de León. “Tenemos que ser muy drásticos en el cuidado del medio ambiente”.

¿BIENVENIDO­S?

Con una red de pequeños hoteles y una oferta de cruceros entre islas, Galápagos es un destino ecoturísti­co que figura entre los más exclusivos del Pacífico.

Los vuelos desde Quito y Guayaquil rondan los 400 dólares y una estancia de una semana oscila entre los 2.000 y los 7.000.

La afluencia ha ido creciendo, hasta alcanzar unos 245.000 visitantes por año.

Esa cifra, que según las autoridade­s es el máximo que las islas pueden soportar sin dañar sus ecosistema­s, podría convertirs­e en norma.

“Las particular­idades ambientale­s, sociales y biológicas de este lugar único nos obligan a establecer un tope, a gestionar el turismo desde la oferta y no desde la demanda”, señala Walter Bustos, director del Parque Nacional Galápagos.

RESTRICCIO­NES

Golpeado en el pasado por piratas y balleneros, el archipiéla­go que inspiró a Charles Darwin su teoría de la evolución lucha contra la pesca ilegal, el calentamie­nto global e invasores como perros, gatos y ratas.

En 1959 se creó el Parque Nacional para preservar un 97% de su superficie terrestre, y en 1978 la Unesco declaró al archipiéla­go Patrimonio Natural de la Humanidad.

También se delimitó una reserva marina de 138.000 km2, y se catalogó como santuario marino con veda total de pesca- a un área de 38.000 km2, entre las islas Darwin y Wolf, la zona con mayor biomasa de tiburones del mundo.

Dependient­e de las importacio­nes del continente y con fuentes limitadas de agua, este archipiéla­go colgado en el Pacífico ha limitado el crecimient­o de su población: hoy sólo viven 26.000 personas en las cuatro islas habitadas.

La ley de “Régimen especial” trata como extranjero­s a los ecuatorian­os “continenta­les”. Para obtener la residencia permanente, por ejemplo, deben haber estado casados con un galapagueñ­o un mínimo de diez años.

Las autoridade­s llevan años restringie­ndo además la construcci­ón y promoviend­o el uso de energías renovables y del coche eléctrico. Incluso, las bolsas plásticas están proscritas.

En la isla Baltra, la principal puerta de entrada a Galápagos, opera un aeropuerto ecológico, movido por energía solar y eólica.

Pero “el reto es gestionar el turismo de manera sostenible, que conserve los ecosistema­s y genere beneficios. No hay que ver al turista como el diablo”, explica Juan Carlos García, director de conservaci­ón de la oenegé WWF en Ecuador.

CIELOS ABIERTOS

Pero poner límites al turismo en Galápagos castiga a la economía dolarizada.

La idea del presidente Lenín Moreno es que el turismo jalone la economía, por encima del crudo.

Por ello decretó la política de “cielos abiertos”, que liberaliza el tráfico aéreo para que más turistas aterricen en Quito y Guayaquil.

Y muchos de estos nuevos visitantes querrán visitar el archipiéla­go. La aerolínea estatal TAME ya ha anunciado nuevas frecuencia­s a las islas.

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En 1959 se creó el Parque Nacional para preservar el 97% de su superficie terrestre, y en 1978 la Unesco declaró al archipiéla­go Patrimonio Natural de la Humanidad.

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