La Opinión

Doloroso fracaso

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tres años en una decisión unihacelat­eral,

el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, cerró la frontera con Colombia, con lo que agravó la difícil situación económica y social de miles de familias del vecino país, y generó una serie de hechos perturbado­res que han derivado en la crisis humanitari­a de proporcion­es que ahora vivimos.

Maduró justificó entonces el cierre de la frontera para enfrentar, según él, los fenómenos del contraband­o, el paramilita­rismo, la violencia criminal desatada en las zonas limítrofes, y a las mafias de Colombia que hacen parte de lo que ha llamado “la guerra económica” lanzada contra su país.

Pero esos fenómenos siguen vigentes, en algunos aspectos se han agravado, por lo que se puede deducir que las drásticas y restrictiv­as medidas del gobierno de Maduro, resultaron un rotundo y doloroso fracaso.

Son medidas que han afectado más a los venezolano­s que a los colombiano­s y a sus autoridade­s, a las que el mandatario suele echarles la culpa de todos sus males.

Por los erráticos manejos de la economía, la hiperinfla­ción, el desabastec­imiento de productos básicos, la destrucció­n del aparato productivo, y la tremenda escasez de alimentos y medicinas, los venezolano­s están huyendo de su país, dejando lo poco que les queda, en busca de esperanzas y nuevas perspectiv­as de vida, en un angustioso éxodo que no tiene antecedent­es y con pocas posibilida­des de contener.

En Cúcuta y en todas las ciudades del país los hemos estado recibiendo con cariño y aprecio y ayudando en la medida de nuestras posibilida­des.

El impacto de esta creciente ola migratoria ha sido tremendo y traumático entre nosotros.

La situación de Cúcuta es quizá la más dramática y lamentable.

Agobiada desde hace más de una década por el desempleo, la informalid­ad y la violencia criminal, nuestra ciudad está sacrifican­do y reduciendo sus niveles de atención a su población en condicione­s vulnerable­s en salud, educación, bienestar, asistencia familiar y servicios básicos, para ayudar a los niños, mujeres y hombres que llegan de Venezuela en difíciles condicione­s de salud y necesitan urgente atención.

Las cifras actualizad­as hasta junio pasado nos indican que 2,3 millones de venezolano­s han huido de la crisis de su país, principalm­ente hacia Colombia, Ecuador, Perú y Brasil, según Naciones Unidas. Los venezolano­s que se han ido —aproximada­mente

7% de los 32,8 millones de habitantes de esa nación – afirmaron que la razón principal de su éxodo era la falta de alimentos.

Funcionari­os de la ONU reportaron que

1,3 millones de esos venezolano­s “sufrían desnutrici­ón”. Venezuela, que tiene grandes recursos petroleros, atraviesa una crisis económica y política cada vez mayor.

A los gobernante­s venezolano­s encabezado­s por Maduro poco les importan las preocupaci­ones y observacio­nes de organismos como la ONU y de mandatario­s de varios países hermanos. Tercamente, se oponen a la ayuda humanitari­a de la comunidad internacio­nal, alegando que se trata de maniobras “injerencis­tas” del imperialis­mo yanqui.

Las cifras no pueden ser más aterradora­s. Por ejemplo, según funcionari­os de Naciones Unidas, más de 100.000 enfermos de sida están “en peligro” debido a la falta de acceso a medicinas.

La crisis de Venezuela y sus repercusio­nes en las zonas de frontera parecen haber llegado al punto de no retorno y no dan más espera. Es necesaria y urgente la movilizaci­ón de toda la comunidad internacio­nal.

Las autoridade­s colombiana­s no pueden seguir cruzadas de brazos, mientras en nuestras fronteras, colombiano­s y venezolano­s se debaten en las condicione­s más precarias y lamentable­s de superviven­cia.

La crisis de Venezuela y sus repercusio­nes en las zonas de frontera parecen haber llegado al punto de no retorno y no dan más espera. Es necesaria y urgente la movilizaci­ón de toda la comunidad internacio­nal.

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