La otra cara de la moneda Sobre la cruz esvástica
“Oswaldo tiene un desprecio olímpico por todo lo establecido ”… Solía decir Stella Sandoval, una pamplonesa digna de encarnar las mejores virtudes de la rancia aristocracia de la ciudad mitrada; viuda de un hijo del general Ramón González Valencia, Rafael, y portadora de una distinción y luces de gran dama, equiparable a la manera de doña Antonia, su legendaria suegra de otros tiempos y condicional inquebrantable de sus hijas, las nietas del General, quien fuera Presidente de la República…
Vivía yo, en la casa de su hija mayor, Clemencia, casada con un primo mío, Edgar Escobar, cuando cursaba los primeros semestres de derecho, en la seccional de la Universidad Santo Tomás en Bucaramanga. Esa frase, que me sonaba a música, aludía certeramente a mis actitudes contestatarias, de una rebeldía incubada desde los inicios de mi adolescencia y alimentada con urgencias, durante esos años vividos con intensidad; pero en especial aludía a mi muy particular forma de vestir y no era para menos: en las postrimerías de los tiempos de una generación que revolucionó al mundo, en contra de la guerra de Vietnam y por la liberación sexual, que encaró además a una nueva realidad cósmica y en el color, la sicodelia, condicionó las tendencias y marcó en forma radical los nuevos avatares: yo vestía, sin ser el al hipismo y las modas étnicas, un poco de cada cosa, con arbitrariedades posibles; por ejemplo las camisillas de ropa interior las teñía de colores eléctricos (me ponía en la tarea) y las usaba por fuera de la camisa, asunto que causó la reacción de Stella, tan incisiva; podríamos decir que ella en su rigor, veía inconcebible, olímpica, no usar la camisilla como la ley y el orden lo mandan…
Era la Universidad un hervidero del pensamiento. Con los hermanos Gómez conformamos un grupo de estudio en el 2° semestre que nos catapultó
a los primeros lugares de la valoración académica y en los tiempos libres debatía con el vicerrector, el Padre Becerra, sobre el theilardismo, en su visión totalizadora; escribía sobre el tema mi poemario y gozaba, aco y gafufo, cierta fama de
nerd (en realidad lo era) que yo descuidaba cultivar.
En cierta ocasión un grupo de estudiantes de los cursos superiores, 4° o 5°, no recuerdo bien, promovió una conferencia, invitando a un personaje de la vida nacional y convocando al estudiantado a participar, atiborrando al auditorio como en realidad ocurrió; repleto hasta el techo y con el murmullo impenitente de un monstruo de mil voces, bullía una explicable expectativa en el recinto, pues el invitado era el Presidente del partido nacional socialista de Colombia.
Cuando el personaje ingresó al auditorio la sorpresa fue total. Yo que acompañaba a Clemencia (quien en una jugada maestra había convencido a su marido, para que la dejase estudiar la misma carrera, abogacía, bajo mi sombra protectora) a ser testigos presenciales de lo que ocurriría a continuación, no pude disimular el desconcierto, al igual que todos los que allí estábamos.
Vestido con la camisa negra de las milicias fascistas italianas y una cabeza mussoliniana, perfectamente rapada, dejando al descubierto una bruñida calva, con rmes ademanes, parado en el atril de madera, dispuesto para la ocasión; entonces rugió el auditorio entre sórdido y socarrón, dejando oír frases de burla y protesta… Después de un saludo de brazo extendido hitleriano (colgaba la Cruz Esvástica de una cinta al cuello) gritó entonces el Histrión, una frase que nos hizo estremecer a todos hasta los huesos…. “a Hitler – dijo- se le acusa de haber matado a cinco millones de judíos – agregó -¡desafortunadamente eso no es verdad!…” La perorata del bufón de marras, siguió su rosario de infamias, pero no la recuerdo ahora, solo esa otra frase se grabó textual, con fuego en mi memoria.
El grupo de estudiantes que organizó el evento era liderado por un joven, inteligente, frentero, casi brillante de 4° o 5° semestre a quien ocasionalmente saludé y quien respondía al nombre de Alejandro, como Alejandro Magno, sus apellidos, más prosaicos, eran, son Ordóñez Maldonado.