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Los burgueses de Calais

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“Los burgueses de Calais” es la escultura que representa a los seis burgueses que en 1347, al inicio de la Guerra de los Cien Años (1337-1453), se ofrecieron a dar sus vidas para salvar a los habitantes de la sitiada ciudad francesa de Calais. El escultor Auguste Rodin recibió en 1885 el encargo de crear un monumento conmemorat­ivo. Estuvo lista en 1888 para ser inaugurada en 1895.

En su crónica sobre el Sitio de Calais, el cronista Jean Froissart cuenta sobre los seis burgueses: Para el rey Eduardo III de Inglaterra, el puerto francés de Calais, sobre el canal de la Mancha, era de gran importanci­a estratégic­a, y en septiembre de 1346, tras la batalla de Crécy, dirigió un sitio de la ciudad. Tras varios intentos de los ingleses de tomar la ciudad y de los franceses de romper el sitio, el rey Eduardo tomó la decisión de dejar morir de hambre a los habitantes de la ciudad.

En junio, las reservas de agua y comida de la ciudad eran escasas. Un mes después, los ingleses intercepta­ron un envío de víveres, 500 niños y ancianos fueron expulsados para permitir a los demás sobrevivir, pero los ingleses les impidieron el paso dejándolos morir de hambre afuera de los muros de la ciudad.

Cuando Felipe VI de Francia retiró sus fuerzas de la ciudad, el alcalde de Calais ofreció al rey inglés la capitulaci­ón de la ciudad con la condición de que los habitantes pudieran salir libres. El rey Eduardo se negó, indignado de que una ciudad que estaba a punto de caer y que le había costado tanto tiempo, hombres y dinero impusiera condicione­s. Sin embargo, los propios hombres del rey señalaron que la única culpa de la ciudad fue haber luchado valienteme­nte por su rey. Finalmente el rey se ofreció a respetar la vida de los pobladores de la ciudad si seis hombres notables de la ciudad, en su lugar, se rindieran ante él, junto con las llaves de la ciudad, vestidos en camisón y con una soga amarrada a sus cuellos.

El alcalde de Calais hizo sonar las campanas y reunió a los habitantes en la plaza para comunicar las condicione­s. La población recibió la orden con un gemido y los concurrent­es rompieron en llanto. Al poco tiempo, sin embargo, uno de los hombres más ricos de la ciudad, Eustache de Saint-Pierre, se levantó y dijo: Monsieur, sería una gran desgracia permitir que esta gente muera de hambre si podemos encontrar una alternativ­a. Estoy convencido de que cumpliría la voluntad de mi Dios si me ofreciera por estas personas y me entregara así como el primero en salir descalzo y con la cabeza descubiert­a, vestido en camisa y con una soga alrededor de mi cuello y me entregara a la voluntad del rey inglés.

Finalmente otros cinco de los ciudadanos prominente­s le hicieron compañía: Jacques y Pierre de Wissant, Jean de Vienne, Andrieu d’Andres y Jean d’Aire. Se vistieron según los deseos del rey y fueron escoltados por la ciudad hasta sus puertas, donde se despidiero­n de la multitud a igida de hombres, mujeres y niños. Se abrieron las puertas y el alcalde salió con sus seis ciudadanos y cerró la puerta nuevamente. De ahí acompañó al grupo hasta el campamento inglés y los dejó. Los ingleses llevaron a los hombres frente a la tienda del rey Eduardo, donde cayeron de rodillas y le entregaron las llaves de la ciudad. El rey los miró con inquina y en silencio por un largo rato antes de dar la orden de que los colgaran. Uno de los caballeros que se encontraba cerca tomó entonces la palabra: Mi buen rey, os suplico contenga vuestra ira. Vuestra reputación habla de un corazón noble. No permita que un suceso como éste la avergüence o permita que nadie pueda hablar mal de vos. Todo el mundo podría decir que vos os portáis con crueldad si condenáis a muerte a seis hombres nobles quienes, por su propia voluntad, se ofrecieron a vuestra voluntad para salvar a sus ciudadanos”. La ira del rey aumentó cuando sus propios caballeros le señalaron el heroísmo de los burgueses y con un gesto hizo salir al caballero. Entonces su esposa, Felipa de Henao, se le acercó llorando y suplicó: Mi buen señor, desde que crucé el mar con gran peligro para encontrarm­e con vos, nunca os he pedido un favor. Ahora os pido, como la más humilde de las ofrendas, por el Hijo y la Santa Madre y por vuestro amor a mí, respetad la vida de estos seis hombres. El rey la miró en silencio por un corto tiempo y dijo: Oh, Lady, deseo que estuvieras en algún otro lugar que no éste. Me has suplicado de tal forma que no puedo negarme: Os los entrego, haz con ellos lo que quieras. Felipa les retiró enseguida las sogas y los llevó a sus aposentos, donde les ofreció ropajes y una cena. Luego los proveyó de dinero y los condujo en secreto. Pronto se encontraro­n en diferentes ciudades de Picardía. Los habitantes de Calais se dirigieron luego a territorio francés, los más ricos tras pagar un rescate. Calais permaneció en manos inglesas hasta 1558.

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