La Opinión - Imágenes

Actuar con libertad

- Jutta Burggraf (Fragmento)

El acto de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no reactúa simplement­e, según el “ojo por ojo, diente por diente”. El odio provoca la violencia, y la violencia justi ca el odio. Cuando perdono, pongo n a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. No estoy “re-accionando”, de modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.

Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. Max Scheler a rma que una persona resentida se intoxica a sí misma. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticion­es y repeticion­es del mismo acontecimi­ento. De este modo arruina su vida.

Los resentimie­ntos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su in

ujo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfac­ción generales. Uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, no se encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender de nuevo la cólera y la tristeza, pueden llevar a depresione­s. Un refrán chino dice: “El que busca venganza debe cavar dos fosas”.

En su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteameri­cana de color describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos. La autora con esa que llegó a reconocer que su odio, por muy comprensib­le que fuera, estaba destruyend­o su identidad y su dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar que los blancos pidieran perdón por sus injusticia­s, ella tenía que pedir perdón por su propio odio y por su incapacida­d de mirar a un blanco como a un++a persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz.

Las heridas no curadas pueden reducir enormement­e nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporc­ionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza. En realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentad­a por malas experienci­as.

Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimo­s darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechame­nte unido a vivencias afectivas, no es un sentimient­o. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico. Se puede perdonar llorando.

“Las heridas se cambian en perlas,” dice Santa Hildegarda de Bingen.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia