La Opinión - Imágenes

De las cosas que añoro Jairo Obando (Fragmento)

Jairo Obando Soto, nacido en Finlandia (Quindío) en 1942. Se desempeñó como profesor de la Escuela de Bellas Artes de Ocaña y de la Escuela de Artes Plásticas del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Norte de Santander. De su libro “Allá tú cielo no es

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Recién descubro que te dejo ciudad y que te quiero. Se quedan tus calles tu sol ardiente tus almendros -¡ya son tan pocos!se quedan: amigos muy queridos que no nombro pero bien saben ellos y tú de quien se trata. Se queda mi “paredro” -que de otro modopero también se fue. Ciudad: cuidame mis recuerdos que se quedan, no volveré a tenerte ciudad, eso es seguro y en mi ausencia -magro consuelomu­cho tiempo les llevaré conmigo. De las cosas que añoro hay un lugar querido de una ciudad querida. Allí vendían ilusiones vertidas a manera de libros -viejos sílo que hacía -sin pensar en Picassoque uno no busca uno encuentra. Si vuelvo un día ya no habrá quien me venda ilusiones vertidas a manera de libros. Estará sí, el lugar “el parque de Colón” que alguna vez llamaran “parque de La Victoria” -y tal vez otras cosastodo cambia. En cada hombre hay un pasado. El mío vale poco la pena. Tampoco amo la vida me aferro a ella simplement­e para darle un poco la razón a Fromm. En todo caso me he dado a la tarea de enumerar recuerdos. En la infancia no encuentro, -al menos gratos.Después, aparecen algunos: amigos entrañable­s, como el gran Madero, Camilo el –“primitivo”de enorme corazón y generoso en su enorme pobreza; Mario, Saúl y Raúl Santa, teatreros, convictos y confesos; “Cachifo”, Mauro Castro, -¿poetas vergonzant­es?todos ellos generosos sin límites aún siendo tan pobres. De ellos y de otros que no nombro para no ser tedioso, yo no sé lo que ha sido; ignoro si supieron que los quise bastante y que los quiero. Luego: Cúcuta; ciudad ardiente que al correr de los años, al dejarla supe cuanto la amaba y que lo ardiente no era su sol, era ella la ardiente cual la mejor amante. De ese lugar querido cuando ya no recorro sus soleadas calles ni me encuentro sus gentes ni me acoge la sombra de sus frondosos árboles; me he dado cuenta tarde que no supe quererla, que no supe querer -en su justo momentoa todas esas gentes todos esos amigos que allí quedan. Ahora, -y quizá un poco tardeme he venido a dar cuenta lo muchos que los quiero. Nombrarlos no hace falta, mas no puedo eludir a mi “paredro”: Villate, que decidió marcharse, Javier, Chucho, el “Flaco”; en fin a tantos otros que así yo no los nombre saben bien que hacen parte de este recordator­io. De entonces hay querencias como aquella muchacha de hermoso pelo rojo y otras que quise, que recuerdo, pero que ya no quiero. Con los días que pasan, que me gastan la vida, es cada vez más cierto que ese lugar querido esas cosas de las que vengo hablando, me son más importante­s.

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