‘Memoria de un olvido’, un libro fascinante
La profunda admiración por Eduardo Cote Lamus me ha motivado a leer todo lo que de él se escribe, de todo tipo, en diferentes épocas, con distintos enfoques, por variados autores, buenos, malos y regulares, aptos -o no- para llegar a un criterio bien de nido sobre una obra que amerita sólo escritores idóneos para su análisis. Porque, debo decirlo, lo que se ha escrito es apenas biográ co: relatos, episodios, crónicas, en n, pero no una exégesis de la hondura losó ca contenida en los poemas del bardo. ¡QUÉ FORMA DE HABER ASIMILADO A COTE! De manera que, cuando César Camargo Ramírez me obsequió Memoria de un olvido, me apresté a clasi carlo dentro de los archivos que he ido construyendo acerca de Cote, en mi afán de acumular todo lo que me lleve a una mejor y juiciosa comprensión de su poesía. Pero, cuando empecé a leerlo, hube de llamar a repique mis emociones, como cualquier campana de pueblo, ofrendarle al viento las espigas de mis ilusiones y convocar a la nostalgia a un cuento bonito, con verbena de ilusiones y anhelos frescos, para corresponder a la imaginación del autor.
¡Qué forma de haber asimilado a Cote! Cómo supo interpretar lo que surgió de unos versos pero, en realidad, contenía la sombra de un alma inspirada por la con uencia de los sentimientos: una intelectualidad volcada en poemas que, aparentemente, narraban cosas campesinas al comienzo, pero pretendían