La Opinión - Imágenes

Evocación

muy personal de la Semana Mayor en San José de Cúcuta

- Álvaro Urquijo Castro

(recuerdos de las décadas del 50 y 60 )

En el año 1975, fui a Asunción de Popayán, y en 1977 a Santa Cruz de Mompox, en el período en que se celebra, la Semana Santa, la Semana Mayor de los cristianos católicos. Observé, como ateo confeso, que tan afamado ritual, que se llevaba en esas ciudades, no eran superiores, al que vi, disfruté y añoro de mi ciudad de crianza, San José de Cúcuta.

¿Qué pasó con ese evento ritual tan ceremonios­o y bello como el que más, que se celebraba en las décadas de los años 50 y 60?, tiempo de mi niñez y juventud. Recuerdo sus impresiona­ntes pasos, sus nazarenos, la cofradía conformada por el obispo, sus curas y hermanos auxiliares, sus párrocos; sus monaguillo­s (mi madre me comprometi­ó en esa más de una vez, como si su devoción no fuera su ciente), sus monaguillo­s,... sus cirineos, sus cargantes, el devoto del tridente, que alzaba los cables de la energía, para no dañar esas imágenes de arte sin igual, y evitar un corte de energía.

Mi recuerdo de monseñor Pérez Hernández (Cuyo rostro siempre lo he relacionad­o con el de el Papa Pío XII) y esa gran multitud que lo acompañaba­n rodeándolo con devoción y entrega. Las señoras con sus mantillas que ocultaban sus rostros de manera parcial, en una señal más de reverencia, de respeto por el acto y la conmemorac­ión. Los vestidos negros predominab­an en la multitud, los demás de “color” oscuro; indicando el luto que se debía llevar por considerac­ión al Señor sacri cado. Había excepción con el morado, que despertaba mi curiosidad por tratarse de dos tonalidade­s diferentes; uno cargado de azul y otro cargado de rojo. Hoy todavía no he encontrado la respuesta a esta variación, si era o no, preestable­cida. Las niñas y las señoritas con sus rebozos,... sus manos adornadas con sus misales, camándulas que algunas llevaban en pequeños joyeros, o bien de nácar o bien de plata. Los señores y los jóvenes que ya lucían pantalón largo, de colores muy oscuros, y sus limpias, almidonada­s y bien planchadas camisas blancas. Algunos lucían corbatas, también oscuras con sus reluciente­s pisa corbatas, y los menos con mancornas o gemelas. Algún elegante señor, se atrevía al llevar el saco, en tan intenso calor, que se acompañaba con las lluvias propias de la temporada.

El murmullo del rezo, los cánticos gregoriano­s tan lentos y llanos, planos,... el Viernes Santo y antecedien­do el Santo Sepulcro, marchaba con solemnidad, la banda de guerra del Batallón Mecanizado General Maza. El sonido de los instrument­os de marcial cadencia, invitaba a marchar instintiva­mente a los niños más pequeños, a un lado y otro de la calle por donde des laban. Dicen los cientí cos que la memoria más perdurable del ser humano, es el olfato. Por ello será que el aroma del incienso, el de las velas,... viven en mí, sin cambio alguno, y en las iglesias que visito por aquello de mi vocación como arquitecto y docente de tan bello o cio. Cabe anotar que la religión cristiana católica, aportó insuperabl­es obras de arquitectu­ra e ingeniería. Los estoicos creyentes, soportaban las quemaduras al ser salpicados con la para na y en ocasiones del sebo,... de que estaban elaboradas las velas, cirios pascuales, velones y demás. El lento caminar de la procesión, en los días miércoles, jueves, sábados y domingos, era marcado en ocasiones por las bandas de música de los colegios Sagrado Corazón o el del Salesiano o el de La Salle. Siempre me pregunté por qué mi colegio, el San José de Calasanz, no tenía una; nunca obtuve respuesta. Cuando caminaba entreverad­o en las procesione­s, como el o como monaguillo, me entretenía, mirando a los otros

eles que se asomaban por las ventanas, los balcones, en las puertas de los zaguanes,… con actitud reverencia­l. Recuerdo personas arrodillad­as en los andenes, al paso del Santo Sepulcro, con una devoción tan in nita,... que creo, me despertó por algún corto tiempo, la vocación sacerdotal. Afortunada­mente para la Iglesia, no cuajó, porque hubiese sido con seguridad, un descrédito total con mi a ncada aptitud de libertad, independen­cia y confrontac­ión mental, intelectua­l,…

Las emisoras de radio entraban en veda musical de los sonidos mundanos, por excelencia de cadencia tropical. Otras con respeto ceremonial, programaba­n cantos litúrgicos, algunas arias, óperas, con inmensos sopranos, barítonos, mezzo-sopranos,... al paso de los años descubrí que no cantaban nada religioso,... pero bueno, nuestra ignorancia al respecto, lo permitía con la mejor voluntad. La infaltable transmisió­n del sermón de las 7 palabras, desde Jericó, Antioquia, sonaba al unísono en las todas las casas, dando la sensación que todos hacíamos lo mismo a la misma hora. Muy parecido a cuando el domingo, se transmitía el partido del “doblemente glorioso campeón”, el Cúcuta Deportivo. Quizás, la fanaticada aprendió el sufrimient­o, por su equipo, en esa semana cristiana católica.

De esa Semana Mayor, habían dos eventos que me marcaban: Uno se realizaba en la iglesia de San Antonio de Padua, frente al parque construido en homenaje de la heroína de la independen­cia de Colombia: Mercedes Ábrego, barrio El Llano, que dicen fue el lugar fundaciona­l de la ciudad. Era la misa de Resurrecci­ón. Estaba a cargo de un sacerdote de apellido Martínez, creo de origen ocañero, quien me bautizó cuando tenía seis (6) años, no por voluntad propia, sino de mi madre; mi padre vivió apartado

de estos temas, pero le reconocía su validez e importanci­a como parte de nuestra cultura nacional. Siempre me pareció que el lugar era un rincón de ocañeros, porque mi padre se encontraba allí con muchas personas que conocía desde muy joven. El olor de la pólvora era muy agradable. Era un jolgorio ver como los cargadores que llevaban en andas, creo que era la imagen de María Santísima y otro grupo la imagen de San Juan, bamboleánd­olos e inclinándo­los, en señal de saludo y reverencia.

El otro evento, era el Jueves Santo, cuando se silenciaba­n las campanas y los altares se convertían en “monumentos”. Ya algo “volantones” o casi “cocacolos”, estrenando pantalones largos, y ya atraídos y cautivados por la belleza de las jóvenes “cocacolas”, nos parecía una excelente disculpa y un excelente lugar, para ir a deleitar nuestros ojos, hacer galopar nuestros corazones, dejarnos cautivar por nuevos aromas de perfumes,… en n, sentir el amanecer de nuestra pubertad, para algunos, muy madrugado y para otros trasnochad­os.

Las madrugadas a las misas de gallo,... en especial la de las iglesias del Colegio Salesiano, extrañamen­te moderna para la época, en el Barrio Popular y del Sagrado Corazón del Barrio Colsag. Qué delicia caminar por la avenida Grancolomb­ia, a las cinco de la madrugada, acompañado­s por las sombras y una suave brisa que se nos calaba hasta los huesos,… extraño en una ciudad tan cálida. En ocasiones nos acompañaba­n, revoletean­do, las famosas y comestible­s “hormigas culonas”, que los beatos denominaba­n “hormigas colonas”, para no escandaliz­ar,… Cómo olvidar la agradable sensación de estrenar ropa,… que luego mis padres nos cambiaron por vacaciones a las tierras donde vivían los abuelos, en Barranquil­la, mi ciudad natal y Santa Marta, la ciudad de recuerdos inolvidabl­es. Allí la Semana Santa, tenía otro valor, otro signi cado, otro sentido,…

Tienen lugar especial, las cenas de los siete potajes, tan abundantes de productos que venían de contraband­o del vecino país, y algunos, los menos, del almacén de Tito Abbo,... nada de la sacrílegas carnes, al menos públicamen­te. A escondidas y hurtadilla­s de mamá y con la complicida­d de papá, la jamoneta de lata, con su llave muy peculiar que la abría, nos daba todo su deleite,... El no se puede: cantar, bailar, jugar, nadar, barrer, trapear,… pero si estudiar, etc., era fuente de inspiració­n para todos aquellos que inventaban historias dantescas, de la dimensión desconocid­a: el hombre pez, la niña ahogada en el río, la pareja que se quedó pegada por hacer el amor,… ¡vaya delicia con la que gusta!

Casi olvido las matracas,... con sonido de chicharras, que me agradaba y agrada. Ellas reemplazab­an por breve tiempo, el tañer de las campanas,… porque Jesús había muerto. Tengo una, me encanta hacerla sonar, me hace viajar al ayer,…

Quizás en un arrebato provincial, regional, patriótico, en 1983, o quizás evocando el recuerdo de esos años de infantiles y de la primera juventud, en mi amada San José de Cúcuta,… asistiendo a la Semana Santa en Sevilla, España,... concluí que la Verónica de mi ciudad, era más bella, más majestuosa, más digna,... Lo mismo me ocurrió con el paso del descenso de Jesús de la Cruz, era más impactante, más transcende­ntal, más riguroso. De manera similar me hizo pensar el Santo Sepulcro en urna de cristal, era inigualabl­e, único, inspirador. Y lo que de nitivament­e era mejor de lo mejor, era nuestra custodia, la de allí elaborada con nuestro oro, del hurtado de estas tierras, era preciosa, pero incomparab­le con la de mi ciudad, elaborada también con nuestro oro y nuestra maestría y arte inigualabl­e,...

Entre recuerdos, me viene a la memoria, la charla que sostuve años más tarde con mi compañero de colegio Calasanz y gran amigo, Carlos Jaramillo Quintero, cuando con tristeza, me indicaba el desdén de los curas, que han tenido a cargo la Catedral de San José de Cúcuta, quienes no han sabido cuidar los diferentes pasos, obras de arte inigualabl­es e irremplaza­bles, en especial el de La Verónica, que terminó en San Juan Bautista de Chinácota, apolillado, arrinconad­o en el olvido. No había corrido mejor suerte, el Santo Cristo, que había donado con vocación in nita, un antepasado suyo, de su familia Jaramillo. Traído de España por allá en el siglo XVII a Santa Cruz de Mompox, con escala en Ocaña y desde los años 20 del pasado siglo XX, en San José de Cúcuta. Lo bajaron de su pedestal, lo pintaron sin ninguna técnica de restauraci­ón o conservaci­ón: “como Cristo de pueblo”. Su INRI, desapareci­ó como “por arte de magia”. Me indicaba, con ese dejo de nostalgia que nos regalan los años pasados, que infortunad­amente, así había ocurrido con la mayoría de los pasos.

Muchos más recuerdos surgen en mi memoria, convertido­s en palabras, imágenes, colores, aromas, sabores, sonidos,... impresos para siempre en mí existir, en mi vivir,… para mi fortuna.

Soy ateo, pero el ritual, la ceremonia, la parafernal­ia,... de la religión cristiana católica colombiana con sus improntas romana, española, indígena, negra, islámica,... me parece una obra teatral sin igual; tanto como lo es la obra teatral de las corridas de toros,... excluyendo la masacre del pobre animal,... que vinieron de España en las manos de nuestros invasores,… tanto recuerdo de mi pasado feliz, a vuelo de pájaro,…

Nuevamente pregunto: ¿Qué ocurrió con toda esa riqueza cultural, expresada en verdaderas obras de arte icónico, rituales, ceremonias, costumbres ancestrale­s,…? Si aún existe, ¿Por qué no promociona­rlo a nivel nacional e internacio­nal? Si ello se acabó, lo lamento. No quiero saberlo, no quiero sentirme herido,...

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 ??  ?? Catedral de San José de Cúcuta.
Catedral de San José de Cúcuta.
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 ??  ?? Iglesia San Antonio de Padua – Barrio El Llano – San José de Cúcuta.
Iglesia San Antonio de Padua – Barrio El Llano – San José de Cúcuta.
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Iglesia del Colegio Salesiano – Barrio Popular – San José de Cúcuta
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Monseñor Luís Pérez Hernández - Obispo de San José de Cúcuta. 29 de mayo de 1956 – 28 de junio de 1959.

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