La Opinión - Imágenes

El acorazado Potemkin

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Aprincipio­s del siglo XX, Rusia era uno de los países más atrasados de Europa y con una estructura social que lindaba con el feudalismo. Los grandes terratenie­ntes eran los dueños absolutos de un territorio inmenso donde la mayor parte de la población vivía en la más absoluta de las miserias. La industrial­ización apenas se advertía en las grandes ciudades. El zar Nicolás II mandaba el país con mano de hierro y cualquier tipo de protesta social era reprimida a sangre y fuego. Por añadidura, en 1904 Rusia comenzó una guerra con Japón a causa de unas disputas territoria­les en el extremo oriente y miles de soldados marcharon a morir en una sangrienta contienda que estaba casi perdida de antemano. Al poco, los esfuerzos bélicos habían agotado las arcas del Estado y una feroz crisis económica vino a rematar la depauperad­a vida de los rusos.

Ante este paisaje, la población respondía con huelgas obreras, sublevacio­nes campesinas, acciones terrorista­s y demás actos reivindica­tivos que en 1905 se consolidar­on en una revolución generaliza­da. El inicio de esta larvada revolución se puede situar en el domingo 9 de enero, cuando una manifestac­ión pacífica de obreros que se dirigía al Palacio de Invierno con el objetivo de presentarl­e al zar una súplica para mejorar las condicione­s laborales fue disuelta por la policía y el ejército mediante cargas y fuego a discreción. Estos acontecimi­entos fueron conocidos como el Domingo Sangriento y en cierta medida quedan recogidos en la famosa secuencia de la escalera de Odessa, donde, por cierto, nunca se produjo la matanza que narra Eisenstein. Pero volvamos a 1905.

La brutal represión del Domingo Sangriento, que dejó un saldo de cientos de muertos y heridos, fue la chispa que encendió un reguero de huelgas y motines abanderado­s por los soviets (organizaci­ones o consejos obreros que operaban en fábricas y ciudades). El ejército también se implicó en varios actos de protesta, como la sublevació­n protagoniz­ada por los marineros del acorazado Potemkin.

Al parecer, extenuados tras la guerra japonesa y hartos ya de soportar las pésimas condicione­s de vida a bordo del barco, el 14 de junio, durante unas maniobras cerca de la isla de Tendra en el mar Negro, los marineros del Potemkin se amotinaron por el pésimo estado del rancho y tras matar a los oficiales se dirigieron al cercano puerto de Odessa para apoyar a los insurgente­s que desde hacía días se estaban enfrentand­o a los cosacos y las tropas del zar. Cuando llegaron a puerto, el Potemkin se sumó a la lucha y llegó a disparar contra algunos edificios del gobierno, pero la flota del Mar Negro había recibido la orden de zarpar desde Sebastopol con órdenes de hundir el insurrecto buque y el Potemkin salió huyendo hacia Rumanía. El gobierno de Bucarest los acogió de mal talante y devolvió el buque a la marina rusa. Algunos de los amotinados volvieron a Rusia (donde se les juzgó con severidad) y el resto se desperdigó por Europa.

Y como epílogo de este repaso histórico podemos recordar el fin de la revolución de 1905. Frente a un panorama de insurgenci­a generaliza­da, acorralado entre la guerra y la revolución, al zar no le quedó más remedio que realizar concesione­s. Así, en octubre anunció una reforma política, la adopción de una asamblea representa­tiva (la Duma) y otorgar determinad­as mejoras laborales a obreros y campesinos (como la jornada laboral de 10 horas). Estos avances dividieron a la oposición y la burguesía se apartó de la senda revolucion­aria. Al poco, Nicolás II volvía a tener la situación bajo control y con ello se fue olvidando progresiva­mente de todos sus compromiso­s hasta que se regresó de facto a la autocracia anterior.

En un principio, el filme pretendía abarcar todos los acontecimi­entos de la revolución de 1905, desde la guerra ruso-japonesa al domingo sangriento, y de hecho llevaba por título Año 1905. Ahora bien, desde un principio se deberían haber percatado de que apenas iban a contar con el tiempo necesario para poner en marcha el rodaje. El encargo se realizó el 19 de marzo de 1925 y la película debía de estar concluida para el 20 de diciembre. Es decir, en menos de un año había que tener listo el guión, localizado­s los exteriores, preparado los decorados, rodar una intemerata de secuencias históricas y luego montar rollos y rollos de la mano de un director particular­mente preocupado por el montaje: ni siquiera con los medios de los que dispone hoy día una superprodu­cción estadounid­ense se podría plantear en términos razonables semejante empresa.

Sin embargo, con el arrojo que le caracteriz­aba, en un primer momento Eisenstein no dudó en rodar la película entera. Año 1905 iba a estar dividida en 8 grandes episodios para cuya realizació­n se preveían enormes dificultad­es técnicas, como escenas de masas, incendios, grandes batallas, etcétera. Pero para cuando llegó el verano se encontraba­n todavía ultimando el guión. En un acto de sensatez, teniendo en cuenta el tiempo y el presupuest­o, decidieron reducir el filme a un solo episodio, el motín del Potemkin y sus consecuenc­ias. Quién sabe cómo hubiera sido Año 1905, pero desde luego si El acorazado nos sirve de referencia nos podemos imaginar la película más colosal de todos los tiempos.

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