La Opinión - Imágenes

André Marie Chénier, un poeta fascinante

El 30 de octubre de 1762, en Estambul (Turquía), nació André Marie Chénier. Su padre, francés, trabajó en el Levante mediterrán­eo y se desempeñó como diplomátic­o. Regresó a Francia cuando tenía tres años, aunque su progenitor vivió en Marruecos, trabajand

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La joven cautiva

Se alza la espiga naciente Y hoz no la toca impaciente, Y el pámpano en la ladera La estación disfruta entera Que el cielo le concedió. También soy bella, estoy joven; No es tiempo de que me roben La vida; y aunque mis ojos Sólo ven ruinas y abrojos, Aun no quiero morir yo. Arrostre el estoico fuerte Con faz enjuta la muerte: Yo, mujer, lloro y espero; Si vendaval sopla fiero, Me encojo, y cubro mi sien. Si horas hay de amargo llanto, Otras son tan dulces, ¡tanto! ¿Qué bien no tuvo sus penas? Ondas que duermen serenas Guardan borrascas también. Breve trecho andado queda

De esta frondosa arboleda Del camino de mi vida; ¡Tan distante la salida Que aún no se descubre allá! Al festín en este instante Sentada, el labio anhelante. Entre la festiva tropa, Apenas llegué a la copa Que en mis manos llena está. Hoy luce mi primavera; Cual astro que su carrera Consuma, y llega a su ocaso, Quiero gozar, paso a paso. De todo lo por venir. Hoy es mi primer mañana; Yo flor esbelta y lozana, De que el jardín hace alarde, Ver de mi vida la tarde Quiero, y entonces morir. Así se queja y suspira Cautiva joven que mira El amago de la muerte, Y mientras llora su suerte, Torna mi lira a soñar. Cautivo, postrado, mudo, El desaliento sacudo, Y vierto en medido canto Aquel candoroso llanto, Aquel dulce lamentar.

Invocación a la poesía

¡Ninfa tierna y bermeja, oh joven Poesía! ¿Qué bosque en este día elige tu retiro? ¿Qué flores, tras la onda en que se van tus pasos, bajo pies delicados, se inclinan suavemente? ¿Dónde te buscaremos? Mira la estación nueva: sobre su blanco rostro, ¡qué purpúreo destello! Cantó la golondrina; Céfiro está de vuelta: regresa con sus bailes; amor renacer hace. Sombra, praderas, flores son sus gratos parientes, y Júpiter se goza contemplan­do a su hija, esta tierra en que dulces versos, apresurado­s, brotan, por todas partes, de tus dedos graciosos. En el río que baja por los húmedos valles para ti ruedan versos dulces, sonoros, líquidos. Versos, que en masa se abren por el sol descubiert­os, son las fecundas flores de cáliz encarnado. Y montes, en torrentes que blanquean sus cimas, lanzan versos brillantes al fondo del abismo.

La joven tarentina

Llorad, dulces alciones, oh pájaros sagrados, Llorad, dulces alciones, de Thetis bien amados. Supo Myrto de vida, la joven tarentina. Llevábala la nave a playas camarinas. Lentamente himeneo, canciones, la sonante Flauta conducirla debíanla a su amante. La llave vigilante guardó hasta ese momento En el cofre de cedro su ajuar de casamiento, Y el oro que habría sus brazos adornado Y para los cabellos aromas preparados. Pero, sola en la proa, invocando a los cielos, El impetuoso viento que echa velas al vuelo, La envuelve. De repente se ha quedado sola, Y grita y cae y se hunde en el seno de las olas. Al seno de las olas la joven tarentina. Su bello cuerpo cubre la hondonada marina. En hoyos pétreos Thetis no cesa de llorarla, De monstruos voraces se apresura a ocultarla. A sus órdenes pronto las Nereidas ornadas La elevan por encima de húmedas moradas, Y en ese monumento cercano a la ribera La dejan dulcemente, del Céfiro a la vera. Después a grandes gritos llaman a sus hermanas, Y ninfas de los bosques, de riscos, de fontanas, Golpeándos­e los senos, un gran luto llevando, Un “¡ay!” en torno suyo repiten sollozando. ¡Ay, ay! Hasta tu amante ya no serás llevada Y no tendrás las galas que visten las casadas. El oro no dará a tus brazos sus destellos, Ni pregnarán los dulces perfumes tus cabellos.

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