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Mujeres que amaron a Núñez

- Rafael Núñez

Adelai da Sourdis Nájera (*) (Fragmento)

¿ Quién fue este hombre? ¿Ese “voluptuoso y enigmático” personaje que se escudaba tras silencios y pausas impenetrab­les, cuya voluntad de hierro forjó a un país y lo salvó de la catástrofe institucio­nal, al tiempo que su alma se desbordaba en poesía? Nadie menos que Rafael Núñez Moledo, el “Regenerado­r”, el cartagener­o providenci­al, cuatro veces presidente. Su legado: una constituci­ón política que nos rigió durante más de cien años.

Queremos traer a la memoria a quienes ocuparon el corazón de ese “solitario del Cabrero”, mujeres que lo amaron y fueron objeto de sus poesías. Porque Núñez siempre amó y tuvo a su lado a una mujer en quien apoyarse, descansar de su acción política y dedicar su inmenso caudal de ternura.

Su madre, la primera. Dolores Moledo, la joven-niña casada a los 14 años, que dio a luz a Rafael Wenceslao, un 28 de septiembre de 1825. Su esposo, su primo, el coronel Francisco Núñez García, casi le doblaba la edad. Maduro, curtido en los avatares de la vida y en los campos de batalla, fue para Dolores el tierno maestro que le enseñó voluptuosi­dades y a quien ella prodigó sus caricias primeras. Al principio fue una unión feliz, pero la guerra y la vida política alejaron al marido del hogar. El rudo militar volvió a su vida de cuarteles y a la compañía de otras mujeres. De esos amores nació otro hijo, Miguel Núñez. La joven esposa se encerró en su hogar y prodigó su amor y sus desvelos a Rafael y sus hermanos.

LA PRIMERA PASIÓN AMOROSA, EL NOMBRE QUE SE OCULTA

Aún adolescent­e, estudiante de derecho en la Universida­d de Cartagena, una atractiva y desenvuelt­a jovencita cuyo nombre los historiado­res callan, colma su vida. Su familia no tenía el mismo nivel social de los Núñez, cosa mal aceptada en la tradiciona­lista Cartagena en su “rancio desaliño”: los novios no miden su pasión y en solitarias playas, observados por el mar, se aman. Vacilan mis sentidos: languidece­n Tus ojos y los míos a la vez Y cual olas del mar, crecen y crecen Mis deseos de amor, y al fin perecen temiendo tu esquivez […]Mis labios a los tuyos se juntaron; tu aliento con mi aliento se juntó, las brisas para mí no murmuraron; los astros para mí no centellear­on, y solo para ti suspiré yo. (“Los dos” 1846).

Se dice que ella quedó embarazada y que Núñez quiso asumir su responsabi­lidad, pero el coronel impidió el matrimonio. Abusando de su autoridad, retiró de la universida­d al hijo, lo embarcó con él para Tumaco y de allí a Panamá donde le consiguió un puesto de juez en David. El romance terminó y la joven soportó el escarnio. No se sabe si el embarazo llegó a término. Tiempo después se casó con un amigo de Núñez con quien formó una unión feliz de la cual nacieron dos niñas. Nunca olvidó al Regenerado­r, ni él a ella. Viuda ella y casado él con Dolores Gallego, en Cartagena se encontraro­n. A punto estuvieron de otra locura, pero primó la cordura y él se alejó.

TRES BELLAS PANAMEÑAS

En Panamá Núñez languidece, alegra sus ratos la compañía de Manuela, hermana de Justo Arosemena, político istmeño. Crece entre ellos una entrañable amistad que no alcanza a convertirs­e en pasión. No dura mucho, pues Núñez se traslada a David y poco después de su partida Manuela fallece. ¡Todo acabó! Precioso meteoro Fue tu existencia, ejemplo de virtud. Por eso el pobre, acongojado lloro Vierte, mirando tu glacial quietud. (A la muerte de Manuela Arosemena, 1846).

A mediados de 1847 es llamado de urgencia a Panamá, su padre agoniza. Muere el coronel. Tomás Herrera, gobernador de Panamá, le presenta a su sobrina Concepción Picón, buscando mitigar el dolor del cartagener­o. Surge el noviazgo y se realiza el compromiso. Pero la relación no fructi ca, parece que Concepción es distante y dominadora y el corazón de Núñez anhela ternura. DOLORES GALLEGO

Rafael regresa a David donde los Gallego, linajuda familia asentada allí desde 1794, con in uencia social y una cuantiosa fortuna. Lorenzo Gallego, ha procreado en dos matrimonio­s una numerosa prole. Dolores, hija de su segundo matrimonio con María Clemencia Martínez, se convierte en su esposa. Mujer de gran belleza, devota de las artes y diestra en el piano, despertó en Núñez un sincero amor. Sin embargo, su carácter duro y frío, debido, tal vez, al mal de la epilepsia, que el corto noviazgo no permitió conocer, alejó al marido.

El matrimonio es feliz en un comienzo, a los siete años nace el primer hijo, Francisco, pero con el tiempo la diferencia de temperamen­tos de los esposos se impone. El talante difícil de Dolores no mejora a pesar de la llegada de otro vástago, Rafael. Núñez se desespera, elegido para el Congreso, a

nales de 1859, abandona sin estridenci­as la casa familiar en David y parte. Fue el n del matrimonio, no volvería a ver a Dolores.

GREGORIA DE HARO, EL MÁS INTENSO Y APASIONADO AMOR

En la fría y puritana Bogotá el Regenerado­r triunfa en política pero anhela afecto. Lo encuentra en una joven señora en las tertulias literarias: María Gregoria de Haro de Logan, quien como él ha sufrido la desgracia.

Nació en Bogotá en 1838; gente distinguid­a, pero de escasos recursos. La falta de fortuna llevó a sus padres a casarla de trece años con Proto Rodríguez, un o cial que le llevaba diez años. Viuda muy joven comenzó a estudiar inglés con una dama inglesa, quien le presentó a Dundas Logan, rico comerciant­e británico exportador de quinas, cuarenta años mayor que ella, con quien contrajo segundas nupcias a los 17

años. Apuesto pero a cionado al alcohol, Logan fue frío y brutal. Sus parrandas lo ausentaban y cuando volvía borracho la emprendía a golpes con su esposa.

Gregoria amaba la literatura. A los 22 años conoció al futuro Regenerado­r. Solitarios ambos, surgió un intenso amor y nutrida correspond­encia: Hay una cosa dentro de ti misma Que yo alcanzo a mirar tras ese prisma de tu aparente venturoso ser, una cosa que a mi alma en vano ocultas y de la tuya en lo interior sepultas porque la mía la llegó a leer. Hubo un niño que murió antes de nacer. Núñez le escribía tiempo después: Hoy te renuevo el juramento de amarte, no toda la vida porque esto es poco, sino hasta la consumació­n de los siglos. Si alguna otra cosa pudiera hacer digna de ti, agradable a tus ojos, yo la haría sin vacilar porque me siento lleno de felicidad con tu amor i por tu amor, porque te debo el más grande de todos los bienes posibles que es la tranquilid­ad de corazón. Que todas las desgracias caigan sobre mi frente i sobre mi alma el día que olvide lo que tú eres, lo que debo a tus cuidados, a tu previsión a tu inagotable ternura…

Gregoria se separó de su marido y se marchó a Nueva York. Decepciona­do de la política, Núñez la siguió a Estados Unidos, allá permanecie­ron varios años. En 1865 él fue nombrado cónsul en El Havre y Gregoria se le unió. Visitaron París y vivieron gran felicidad. Núñez fue trasladado a Liverpool, en Inglaterra, y Gregoria no se fue con él. Prometiero­n escribirse pero no se vieron más. En 1868 ella regresó a Nueva York enferma. El doctor Dickson, la atendió en su clínica y, probableme­nte, le presentó al que sería su tercer marido, H.P. Gad, un escandinav­o que le dio felicidad. Fallecido en 1889, Gregoria regresó a París donde llevó una vida tranquila hasta su muerte. Tenía cerca de 75 años. SOLEDAD ROMÁN, LA FORTALEZA DEL AMOR EN SU MADUREZ

En 1857 el joven Núñez había conocido a Soledad Román en casa del gobernador de Cartagena, el general Juan José Nieto, gran amigo de Solita. Era una joven de buen ver, inteligent­e, decidida y laboriosa, que se distinguía por su madurez, independen­cia de criterio y amor al trabajo. Hija mayor del matrimonio de Manuel Román y Picón, español natural de Moguer y de Rafaela Polanco, cartagener­a. Nació en Cartagena el 6 de octubre de 1835. Su padre, católico y conservado­r, aunque miembro de la masonería, con su esposa educó a sus hijos dentro de principios cristianos. Muerta doña Rafaela la joven Soledad tomó las riendas de la casa y la educación de los hermanos. Ayudaba a su padre en la botica y atendía enfermos, cuando las jóvenes de su clase se mantenían en sus hogares. Le gustaba leer y se interesaba en la política.

Rafael se prendó de ella y le propuso matrimonio pero Solita, aunque se interesó por el joven político cuya estrella iba en ascenso, lo rechazó pues mantenía un compromiso con Pedro Meciá, hijo de un comerciant­e catalán. Núñez partió para Panamá y Soledad no pensó más en él. Sin embargo, rompió el compromiso con Meciá y continuó soltera. En 1874, al morir su padre, heredó la casa baja del Cabrero y montó la “Cigarrería el Dique”, lo que causaba comentario­s en una sociedad tan pacata.

Vuelto Núñez a Cartagena en diciembre de 1874, in uyente en la política, fue a saludar a Soledad, quien esta vez le correspond­ió. Creció un amor y un compañeris­mo pausado y tranquilo, fruto de la madurez, Soledad tenía 42 años y Rafael 49. Dolores Gallego aún vivía por lo cual un matrimonio católico no podía ser, pero en la república radical el matrimonio civil y el divorcio eran institucio­nes legales. Se casaron civilmente por poder en París, en julio de 1877, a donde Soledad había viajado so pretexto de buscar consejo médico. Núñez estaba en Nueva York gestionand­o un empréstito para el país, fue representa­do por Eduardo Román. “¡Todo llega en la vida, todo llega… Soledad!” fueron sus palabras al recibirla en Cartagena.

Elegido presidente en 1880, viajó solo a Bogotá para no someterla al rechazo, pues el matrimonio fuera de la Iglesia causó escándalo. En 1884, la segunda vez que fue presidente, Soledad subió con él a Bogotá. Los liberales del Olimpo Radical lanzaron insultos procaces de periódicos clandestin­os y se rasgaban las vestiduras; los conservado­res con sus esposas fueron a recibir a la pareja presidenci­al a la estación del ferrocarri­l. Nada logró hacer a “Doña Sola”, descender del sitial de dignidad. Supo ganarse la admiración de quienes la conocieron, entre ellos el arzobispo de Bogotá, monseñor Paul y el jefe del Partido Conservado­r, Carlos Holguín y su esposa Margarita Caro.

Al lado de su esposo sin desmayar, durante los siguientes mandatos presidenci­ales colaboró con él y con sus amigos en la Regeneraci­ón. Llegó a tomar decisiones en su nombre, que él aceptó por la certeza de sus juicios, y previno cierta vez un conato de asesinato. En 1887, cuando se discutía la firma de un concordato con la Santa Sede, Núñez exigió el reconocimi­ento de la Iglesia. El papa León XIII, inteligent­e y buen político, el 19 de diciembre de 1886 lo absolvió de cualquier sanción eclesiásti­ca y le otorgó la Orden Piana. Monseñor Paul, aceptó la exigencia del Presidente y, en solemne ceremonia en San Carlos, la pareja recibió el homenaje de la sociedad. Fue el triunfo de Sola.

Muerta Dolores Gallego, los Núñez, “elevaron” su matrimonio civil a sacramento católico. Los casó monseñor Bi , obispo de Cartagena, el 23 de febrero de 1889 en la Iglesia de San Pedro Claver. Soledad sobrevivió a Rafael 31 años. Murió en Cartagena el 19 de octubre de 1924. (*) Miembro de número, Academia Colombiana de Historia. Revista Credencial.

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