La Opinión - Imágenes

A propósito de un libro: La Billo’s en el tiempo

- Luis Fernando Carillo

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Hlos años sesenta del siglo XX funcionaba­n cerca del parque de La Bola, globo terráqueo donado por la colonia italiana residente en Cúcuta hacia 1940, al conmemorar­se los cien años del fallecimie­nto del general Francisco de Paula Santander, tres sitios vitales en la perspectiv­a de la nueva ciudad. Su dueño el comerciant­e don Arturo Mesa siempre encariñado con La Villa.

Eran La Pilarica, el Autolouch, algo novedoso, y el Cordobés, sitio decente y agradable donde se ingería cerveza Costeñita, tan buena la grande como la chiquita, a precios módicos. Algo fundamenta­l en la pobreza de los estudiante­s de la época, sus clientes más habituales. Fue en este sitio, lleno de añoranzas donde se oían en la vieja Wurlitzer, no es atrevido decirlo, la música que marcaría una época. Bastaba echarle una moneda para que el brazo se dispara en busca de la canción que se quería oír y entonces se oía en su majestuosi­dad y estilo a la Billo’s Caracas Boy’s. Los cantantes inolvidabl­es Felipe Pirela y Cheo García que trasportab­an los amores y sentimient­os a lo que sería para siempre inolvidabl­e. El director de la orquesta Luis María Frómeta Pereira, Billo Frómeta, marcaria las notas a estas dos genialidad­es del canto.

-II-

va costeñita viene hasta donde la plata alcanzaba. Esto por cierto permitía vislumbrar el futuro de muchachos y muchachas. Los sueños de una ciudad que para entonces era decente, amañadora, irremplaza­ble.

Imposible olvidar ahora cuando los años pasaron inexorable­mente, los mosaicos de La Billo’s que, como el diez, son derroche de sentimient­o, de arte, y de unas voces grandes en el bolero. Pirela arrullaba con su voz y Cheo García que entraba a la orden de Billo Frómeta. Cómo olvidar el signi cado de lo que fue y de lo que pretendía volver en el bolero grandioso de Enrique Cadímaco, que Pirela engrandecí­a en la belleza de su estilo mientras, “Afuera es noche y llueve tanto!... Ven a mi lado, me dijiste, hoy tu palabra es como un manto... un manto grato de amistad...tu copa es ésta, y la llenaste. Bebamos juntos, viejo amigo, dijiste mientras levantabas tu na copa de champán...”

Éste tango abolerado se oyó por primera vez, por los jóvenes y amigos de ese entonces en una esta en la casa de Montgomery Rangel y departían la alegría amigos como Humberto Castillo, Ismael Quintero, Álvaro Yepes, y otros que con las amigas de ayer y de siempre esperaban felicidad y si acaso por la vuelta para estrechar recuerdos y amistades de nitivas.

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los mismos amigos de El Cordobés, del bar Rojo y Negro situado en ese entonces en la avenida 2a. con calle 10, eran las noches de un dulce prostíbulo donde Camelia, hermosa para ese entonces, alegraba la naturaleza y la vida de aquella casa que quedaba cerca del puente San Luis y en toda esta ilusión y amor por la vida. Cómo olvidar el piqueteade­ro de La Pesa, a donde se iba a tomar caldo de venas y a la Turra Petra, Aquí me quedo, situado a la vuelta del camellón del cementerio. Las pezuñas y el bisté que preparaba son de grato recuerdo como también su dueña, la inolvidabl­e Turra.

Todas estas evocacione­s al leer el libro de Sergio Peña Granados, Billo’s en Cúcuta y

su legado musical, editado por la fundación El cinco a las Cinco, que dirige el Doctor Patrocinio Ararat. El doctor Peña Granados es un prestigios­o jurista que ejerció en Cúcuta como juez del circuito, radicándos­e posteriorm­ente en Bogotá, pero sin olvidar a San José de Cúcuta.

-IV-

esfuerzo literario hay agradecerl­o, así como se agradece a éste pueblo que dio a los jóvenes de ese entonces alegrías, amores, sueños y esperanzas. Esas esperanzas que aun permiten caminar en este suelo maravillos­o que se resiste a no degradarse a pesar de las injurias de que es objeto.

Los días de Billo, de Felipe, de Cheo García, y del mismo inolvidabl­e Alfredo Sadel, siguen vigentes. En la ciudad se oyen los cantos de La Billo’s que hacia los sesenta hicieron pensar que la vida era música, y que en la ciudad siempre permanecer­ía el legado de sus fundadores de aquí y de afuera.

Por eso sigue sonando el Mosaico No 10 “Siento en mi alma renacer muerta ilusión y la ternura que anheló mi corazón, nublado y triste atardecer fue aquél querer, atardecer primaveral, vuelve a mi ser…. Te sigo esperando, te sigo aguardando, testigo es la noche de mi padecer, te fuiste aquel día, me diste un beso, dijiste espera, que yo he de volver”.

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