La Opinión - Imágenes

Petrarca: todo él es Italia

- Juan Pabón Hernández

i devoción por Petrarca (Arezzo,1304-Arquà,1374) nació, quizá, en una transferen­cia de nostalgias que se desprendía de cada verso suyo, o del ejemplo de ser todo él Italia, de haber depositado una maravillos­a huella de poesía en la cultura del mundo, en esa renovación humanista que trazó una línea de arte inquietant­e, la cual habría de llenar la literatura de luminosida­d.

Pero fue el amor por Laura, su Madonna, lo que inspiró su ideal: desde cuando la vio por primera vez, supo que le ocasionarí­a una revolución dentro de sí mismo y sería un símbolo de su vida interior, una emoción que estremecer­ía su libertad, lo haría perfeccion­arse en la espiritual­idad y, también, desgarrarí­a sus sentimient­os.

Qué serena sabiduría la de Petrarca; tal vez, dirigida por aquellos espíritus de la antigüedad que tanto le gustaban, que le dibujaron en el alma una ruta de sensibilid­ad apropiada para que sus palabras se llenaran de una vibración que trasmitía una gran fuerza, una intensa y melódica energía que impregnarí­a de pasión sus versos.

Un hombre culto, viajero, laureado, en n, un redentor de las letras, fundamenta­do en los clásicos antiguos, en quien la intimidad deja de ser egoísta, que marca con delicia los linderos de la ternura para trasmitirl­a con voces de nostalgia, de esa bonita, la que se canta como desde el afán de luz que surge de las notas de un piano para volverse poema y sembrarlo en el rincón de la melancolía.

En Petrarca se engendra un nuevo misterio del amor, una lírica del corazón que avanza airosa por los siglos y se inmortaliz­a, se vuelve clásica, a su vez, para demostrar que el romanticis­mo puede elevarse a dimensione­s puras, inmensamen­te ricas en sueños, ideales, que nutren de fuerza la razón humana de vivir.

Su poesía es la metáfora del amor, un amor divino, ajeno a las cosas mundanas, pleno en misticismo espiritual, creación vivi cadora de una especie de beatitud de la conscienci­a de amar. En ella resuelve la eterna contradicc­ión entre el sensualism­o y la espiritual­idad, en una convergenc­ia de sueños que depura cualquier obstáculo y media entre la distancia que separa lo mágico de lo terrenal.

El amor es una fuerza que impulsa a la esperanza, a la idealizaci­ón, a la soledad y los suspiros, a la visión de la amada en un orden subjetivo maravillos­o, que fusiona los sentimient­os en un universo de sueños y lo plasma en una huella fascinante que se alarga hasta el in nito.

A UNA JOVEN EN UN VERDE LAUREL

Vi más blanca y más fría que la nieve que no golpea el sol por años y años; y su voz, faz hermosa y los cabellos tanto amo que ahora van ante mis ojos, y siempre irán, por montes o en la riba.

Irán mis pensamient­os a la riba cuando no dé hojas verdes el laurel; quieto mi corazón, secos los ojos, verán helarse al fuego, arder la nieve: porque no tengo yo tantos cabellos cuantos por ese día aguardara años.

Mas porque el tiempo vuela, huyen los años y en un punto a la muerte el hombre arriba, ya oscuros o ya blancos los cabellos, la sombra ha de seguir de aquel laurel por el ardiente sol y por la nieve, hasta el día en que al fin cierre estos ojos.

No se vieron jamás tan bellos ojos, en nuestra edad o en los primeros años, que me derritan como el sol la nieve: y así un río de llanto va a la riba que Amor conduce hasta el cruel laurel de ramas de diamante, áureos cabellos. Temo cambiar de faz y de cabellos sin que me muestre con piedad los ojos el ídolo esculpido en tal laurel: Que, si al contar no yerro, hace siete años que suspirando voy de riba en riba, noche y día, al calor y con la nieve.

Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve, pensando igual, mudados los cabellos, llorando iré yo siempre a cada riba porque, tal vez, piedad muestren los ojos de alguien que nazca dentro de mil años; si aún vive, cultivado, este laurel.

A oro y topacio al sul sobre la nieve vencen blondos cabellos, y los ojos que apresuran mis años a la riba.

SONETO A LAURA

Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra, y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo; y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra; y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra, ni me retiene ni me suelta el lazo; y no me mata Amor ni me deshierra, ni me quiere ni quita mi embarazo. Veo sin ojos y sin lengua grito; y pido ayuda y parecer anhelo; a otros amo y por mí me siento odiado.

Llorando grito y el dolor transito; muerte y vida me dan igual desvelo; por vos estoy, Señora, en este estado.

SONETO

Bendecidos el año, el mes, el día y la estación y el sitio y el instante y el hermoso país en que delante de su mirar mi voluntad rendía.

Y bendecida la tenaz porfía de amor entre mi pecho palpitante, y el arco y la saeta y la sangrante herida que en mi corazón se abría.

Bendecida la voz que repitiendo va por doquier el nombre de mi amada, suspiros, ansias, lágrimas vertiendo.

Y bendecido todo cuanto escribe la mente que al loarla consagrada en Ella y sólo para Ella vive.

EN LA MUERTE DE LAURA

Sus ojos que canté amorosamen­te, su cuerpo hermoso que adoré constante, y que vivir me hiciera tan distante de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente, la risa de su angélico semblante que hizo la tierra al cielo semejante, ¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía! A ciegas, sin la lumbre que amé tanto, surca mi nave la extensión vacía...

Aquí termine mi amoroso canto: seca la fuente está de mi alegría, mi lira yace convertida en llanto.

MI LOCO AFÁN ESTÁ TAN EXTRAVIADO...

Mi loco afán está tan extraviado de seguir a la que huye tan resuelta, y de lazos de Amor ligera y suelta vuela ante mi correr desalentad­o,

que menos me oye cuanto más airado busco hacia el buen camino la revuelta: no me vale espolearlo, o darle vuelta, que, por su índole, Amor le hace obstinado.

Y cuando ya el bocado ha sacudido, yo quedo a su merced y, a mi pesar, hacia un trance de muerte me transporta:

por llegar al laurel donde es cogido fruto amargo que, dándolo a probar, la llama ajena aflige y no conforta.

FUE EL DÍA EN QUE DEL SOL PALIDECIER­ON...

Fue el día en que del sol palidecier­on los rayos, de su autor compadecid­o, cuando, hallándome yo despreveni­do, vuestros ojos, señora, me prendieron.

En tal tiempo, los míos no entendiero­n defenderse de Amor: que protegido me juzgaba; y mi pena y mi gemido principio en el común dolor tuvieron.

Amor me halló del todo desarmado y abierto al corazón encontró el paso de mis ojos, del llanto puerta y barco:

pero, a mi parecer, no quedó honrado hiriéndome de flecha en aquel caso y a vos, armada, no mostrando el arco.

MIS VENTURAS SE ACERCAN LENTAMENTE...

Mis venturas se acercan lentamente, dudando espero, el ansia en mí renace, y aguardar y apartarme me desplace, pues se van, como el tigre, velozmente. Ay de mí, nieve habrá negra y caliente, sierras con peces, mar que olas no hace, y el sol se acostará por donde nace Éufrates y Tigris de una misma fuente, antes que ella una tregua, o paz, me ofrezca, o Amor otro uso enseñe a mi señora, que en contra mía ya han pactado alianza:

que, si algo hay dulce, tras la amarga hora, hace el desdén que el gusto desfallezc­a; y de sus gracias nada más me alcanza.

SI EL FUEGO CON EL FUEGO NO PERECE...

Si el fuego con el fuego no perece ni hay río al que la lluvia haya secado, pues lo igual por lo igual es ayudado, y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-, si has siempre nuestras mentes gobernado,

¿qué haces tú que, de moda desusado, con más querer, así el de ella decrece? Tal vez igual que el Nilo que, cayendo desde muy alto, su contorno atruena, o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando,

el deseo que consigo no consuena, en su objeto extremado va cediendo y, al espolear demás, se va frenando.

BENDITO SEA EL AÑO, EL PUNTO, EL DÍA...

Bendito sea el año, el punto, el día, la estación, el lugar, el mes, la hora y el país, en el cual su encantador­a mirada encadenóse al alma mía. Bendita la dulcísima porfía de entregarme a ese amor que, en mi alma, mora, y el arco y las saetas, de que ahora las llagas siento abiertas todavía. Benditas las palabras con que canto el nombre de mi amada; y mi tormento, mis ansias, mis suspiros y mi llanto. Y benditos mis versos y mi arte pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamient­o, puesto que ella tan sólo lo comparte.

LOS QUE, EN MIS RIMAS SUELTAS...

Los que, en mis rimas sueltas, el sonido oís del suspirar que alimentaba

al joven corazón que desvariaba cuando era otro hombre del que luego he sido;

del vario estilo con que me he dolido cuando a esperanzas vanas me entregaba, si alguno de saber de amor se alaba, tanta piedad como perdón le pido.

Que anduve en boca de la gente siento mucho tiempo y, así, frecuentem­ente me advierto avergonzad­o y me confundo;

y que es vergüenza, y loco sentimient­o, el fruto de mi amor é claramente, y breve sueño cuanto place al mundo.

SI CON SUSPIROS DE LLAMAROS TRATO...

Si con suspiros de llamaros trato, y al nombre que en mi pecho ha escrito Amor, de que el Laude comienza ya el rumor del primer dulce acento me percato. Vuestra realeza, que hallo de inmediato, redobla, en la alta empresa, mi valor; pero ¡Tate!, me grita el fin, que honor rendirle es de otros hombros peso grato.

Al Laude, así, y a reverencia, enseña la misma voz, sin más, cuando os nombramos, oh de alabanza y de respeto digna:

sino que, si mortal lengua se empeña en hablar de sus siempre verdes ramos, su presunción tal vez a Apolo indigna.

AMOR LLORABA, Y YO CON ÉL GEMÍA...

Amor lloraba, y yo con él gemía, del cual mis pasos nunca andan lejanos, viendo, por los efectos inhumanos, que vuestra alma sus nudos deshacía.

Ahora que al buen camino Dios os guía, con fervor alzo al cielo mis dos manos y doy gracias al ver que los humanos ruegos justos escucha, y gracia envía.

Y si, tornando a la amorosa vida, por alejaros del deseo hermoso, foso o lomas halláis en el sendero,

es para demostrar que es espinoso, y que es alpestre y dura la subida que conduce hacia el bien más verdadero.

A UNA JOVEN BAJO UN VERDE LAUREL

Amor lloraba, y yo con él gemía... Bendito sea el año, el punto, el día... El que su arte infinita y providenci­a... En la muerte de Laura Fue el día en que del sol palidecier­on... Los que en mis rimas sueltas... Mi loco afán está tan extraviado... Mis venturas se acercan lentamente... No tengo paz ni puedo hacer la guerra... Porque una hermosa en mí quiso vengarse... Si con suspiros de llamaros trato... Si el fuego con el fuego no perece...

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