La Opinión - Imágenes

Recuerdos almacenado­s en la vieja pared

Un nuevo libro del escritor Orlando Cuéllar, dedicado a cultivar su don literario y, en especial, a ser consciente de su compromiso personal de compartirl­o.

- Orlando Cuellar Castaño

Aún no lo creamos, las paredes siempre guardan recuerdos.

Apesar del inexorable paso de los años aún conservo nítidament­e impresa la imagen de la joven e inocente pareja que ingresó por aquel marco de la puerta, una radiante mañana de abril, con una enorme sonrisa dibujada en sus rostros, la que demostraba toda la felicidad que los embargaban. También de las escenas, como si acabaran de pasar, de la joven pareja entregada a sus largos retozos amorosos, de los que muchas veces fui testigo mudo, y de los que también formé parte al servir de respaldo a sus ardorosos cuerpos desnudos. Aquellas de la joven madre, acunando en sus brazos la angelical criatura que acababa de parir, y corriendo después tras el travieso chiquillo que había robado por completo su corazón y ya daba sus primeros pasos. Pasados algunos años, las de la frágil y hermosa mujer sentada durante horas en aquel viejo sillón, dando muestras de la extrema preocupaci­ón que la embargaba por las actitudes extrañas de su hasta hacía poco tiempo amoroso esposo; y luego, de las cruentas peleas por los celos enfermizos del marido, quien por extrañas circunstan­cias había comenzado a perder la cordura, y en su enfermiza mente había empezado a incubar el demonio más terrible de todos, el de los celos.

Y no habrá nada que logre jamás borrar de mí las imágenes más impactante­s de todas, las más crueles, las más horripilan­tes, las más abominable­s, las del hasta hacía pocos años el amante esposo, apuñalando sin piedad a su frágil y pequeña esposa, quien luchaba por proteger con su cuerpo a su pequeño de escasos dos años del ataque endemoniad­o del padre, a quien solo pudo proteger mientras tuvo vida; porque, al caer ella inerte al suelo, el padre consumó la obra que había empezado. Siempre se conservará en mí la escena de la abnegada esposa yaciendo en el piso cosida a puñaladas y a su lado el hermoso querubín de dos años con múltiples heridas de puñal en todo su cuerpo, mientras el pobre hombre perdido en su locura grita de alegría como si hubiera acabado de realizar el acto que más felicidad le produjera de toda su vida.

Y mientras permanezca en pie tendré que cargar con todos estos recuerdos, con toda esa infinidad de escenas grabadas indeleblem­ente en mí, de aquellas escenas de alegría, de júbilo, de orgullo maternal, de amor lial, de millones de momentos compartido­s por una hermosa pareja y su pequeño hijo, quienes vivieron aquí y fueron inmensamen­te felices; pero, también de todos esos momentos de angustia, de dolor, de terror sufrido por la madre y su pequeño vástago al ser asesinados por el enloquecid­o padre, enfermo por los malditos celos que su enfebrecid­a cabeza han logrado plantar hasta hacerlos germinar en su mente y dominarlo por completo; hasta que se caiga a pedazos la casa de la que hago parte. Ésta otrora preciosa casa que ahora se sostiene en pie sola, triste y abandonada, esperando que el implacable paso del tiempo haga lo que los hombres no han querido hacer; mientras tanto yo seguiré atormentán­dome con los recuerdos almacenado­s en mí, algunos alegres y aquellos tristes, mientras siga siendo una de las paredes que sostiene el techo de esta antigua hermosa casa.

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