La Opinión - Imágenes

Una villana en la encrucijad­a

- Jimmy Fortuna Docente y periodista

El cine coreano sigue vigente; razón de ello es “La villana”, película dirigida por Byung-gil Jung. En este lme, Chae Yeon-soo o más bien Sook-hee es una mujer que tuvo que experiment­ar, desde muy joven, las peores facetas de la vida: la muerte de su padre, la violencia de toda índole, la disciplina militar al extremo, entre otras situacione­s, que agilizaron el proceso que llevó a que ella se convirtier­a en otro ser, uno en el que la muerte es su el y mordaz compañera.

Los primeros minutos de “La villana” pueden generar en el espectador todo tipo de reacciones; desde pensar en aquellos clásicos del cine de Quentin Tarantino, “Kill Bill”, o recordar aquellas magistrale­s persecucio­nes que experiment­ó el personaje que interpreta­ba el famoso Bruce Lee en “Game of Death”, de Robert Clouse.

El lme de Byung-gil Jung posee una alta dosis de violencia, resultado de eternas venganzas entre agrupacion­es que, para bien o para mal, solamente encuentran en la muerte la única forma de sanar algún agravio. Sook-hee, protagonis­ta de esta historia, es una víctima más del sistema quien, para obtener su “vida normal”, debe vender literalmen­te más que su alma a una agencia que tiene una doble fachada: super cialmente, parece una academia que instruye a jóvenes mujeres en o cios que son necesarios dentro del engranaje de la sociedad, pero que, de manera interna, es una institució­n que construye máquinas asesinas que destruyen la dignidad y la vida de miles de “estudiante­s”. En medio de ese cruce de caminos, al mejor estilo de Edipo, famoso personaje de Sófocles, tendrá que buscar el recorrido que la lleve a una “vida real”.

Pese a que la película contiene interminab­les escenas sangrienta­s, muy al estilo de lo que se pudo apreciar en otro lme de los mismos creadores de “La villana”: “Train to Busan”, el director ofrece al espectador momentos que poseen esa envidiable magia oriental, a través de los juegos de colores y de sombras. La protagonis­ta va sumando calamidade­s a lo largo de su transitar por este plano terrenal hasta llegar a un punto en el que ya no lucha en una guerra que no le pertenece, sino que es partícipe de la suya. Esto se desencaden­a cuando sus enemigos atacan su único y verdadero tesoro: su familia.

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