La Opinión - Imágenes

San Rafael de los vientos

- Jorge Meléndez Sánchez

Cuando inicié la lectura de esta novela imaginé que me llevaban en dos niveles. Uno correspond­ía al título, una sugerencia de la población expuesta al viento. Otro me insinuaba la fotografía urbana de Aranzazu, el solar nativo del autor. Dos aspectos irrenuncia­bles de José Miguel Alzate que no logran contrapone­rse.

Un primer aspecto es el protagonis­mo del espacio geográ co a lo largo de toda la novela. Sus calles tejidas por la adaptación de las pendientes cordillera­nas, son los parques que acusan la deforestac­ión, es el templo católico en el cual con uyen todos los pobladores, es la institució­n educativa donde se forman los jóvenes, es la quebrada que protege amantes y misterios. Es, en fín, la población que quiso camu ar José Miguel Alzate con la intención de superar la crónica. Las actividade­s cotidianas harán lo demás en los protagonis­tas.

La verdad es que muchos de los lectores sabrán que no fue posible ocultar el nombre de la población porque la memoria se resiste a ceder con los recuerdos infantiles. Muchos, además, recordamos que Aranzazu fue fruto de la colonizaci­ón antioqueña y, por lo tanto, es un pueblo que conserva las costumbres de una raza que desbrozó montañas, como nos lo muestra el autor en una prosa que tiene encanto. En este libro aparece la didáctica de un escritor que desea rescatar raíces genealógic­as y el devenir generacion­al comprometi­do con el presente.

Entonces los apellidos juegan en los personajes destacados. Unidos a las memorias de las viviendas, de los edi cios públicos y de todos los rincones, el diálogo de las autoridade­s con los inquietos ciudadanos promueve el desenlace de las expectativ­as de mejoramien­to público. Supongo que el nombre del alcalde, Gabriel Zuluaga, es real. Como también supongo que Juvenal Bustamante es fruto de la imaginació­n.

En San Rafael de los Vientos la evolución del mundo socioeconó­mico y político empieza a desentraña­r los conflictos. Habiendo rescatado personajes que tuvieron importanci­a en la vida de Aranzazu, aparece Juvenal Bustamante, un hombre dispuesto a destacarse en el liderazgo local ya sea promoviend­o protestas estudianti­les o defendiend­o causas sociales. Lo que promueve se justi ca en necesidade­s básicas como la salud, agitando reclamos en bien de la ciudadanía. El discurso que pronuncia en la Plaza de Bolívar es al mismo tiempo un alegato contra la corrupción.

Las banderas que agita el personaje principal, un hombre que trabaja por la comunidad, la comparten las mismas autoridade­s porque forman parte de las obligacion­es generales del Estado con la población. Cuando el alcalde le pide que denuncie el pésimo servicio de las EPS lo hace porque es consciente de la necesidad de que se mejoren los servicios de atención en salud. Con esa referencia a lo nacional aparece el punto máximo del con icto en San Rafael de los Vientos, facilitand­o entenderlo. La gente del pueblo está familiariz­ada con la problemáti­ca expuesta.

Cuando el teniente Morales quiere mostrarse sediento de venganza por la lujuria que le roe el orgullo en la pretensión de una conquista amorosa, el temor es la acusación colectiva al abuso potencialm­ente mortal en los términos del tiempo. Afortunada­mente, diríamos, todo se resolvió con mecanismos legales, bajo las prevencion­es propias del que ve modelos de violencia ante los cuales el mismo Estado pareció callar. Es aquí donde aparece un alcalde comprometi­do con evitar la tragedia, pero que al nal nada puede hacer para impedir el asesinato de la hermosa Rosalinda Pinzón.

La amplitud con la que José Miguel Alzate presenta el desenlace de la relación amorosa entre Rosalinda y Juvenal Bustamante nos obliga a invitar al lector a entrar en ese mundo de apellidos con historia, como cuando menciona a César Montoya Ocampo o a Feníbal Ramírez Serna. Un Alzate encumbrado en el manejo de la palabra nos recrea la vida cotidiana de un pueblo marcado por su acendrada fe en Dios y por su fervoroso conservati­smo. La chiva de Roberto Montes, el taxi que manejaba La Bala, el café donde mataron a Eliseo Cacho y la presencia en la zona de tolerancia de la mona Miriam nos dan la imagen de un pueblo sacudido por vientos de alegría.

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