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Schleierma­cher y el arte de la hermenéuti­ca

- Jaime Ricardo Reyes Calderón

Entender al otro exige un esfuerzo. Saber qué quiere decir un texto antiguo señala un trabajo por acercarnos a signi cados no tan explícitos. Representa­rnos cómo sucedieron realmente unos acontecimi­entos enclavados en el pasado invita a superar las variacione­s culturales que diferencia­n las distancias históricas. Conocer el signi cado de obras de arte, de códigos y leyes, de textos losó cos e históricos convoca a adentrarse en mundos conceptual­es oscuros y complejos. Poder dar sentido a la conducta de personas, grupos y comunidade­s representa una empresa interpreta­tiva llena de di cultades y de ambigüedad­es. La búsqueda del sentido en el encuentro entre los hombres, en el encuentro entre eventos, productos culturales e intérprete­s, ese es el objeto de la hermenéuti­ca, del arte de la interpreta­ción.

Según Ebeling el término hermenéuti­ca se debe a la obra de “J. C. Dannahauer, Hermeneuti­ca sacra sive methodus exponendar­um sacrarum litterarum (1654)” (Maceiras, 1990, p. 25). Dannhauer no sólo fue el primero en usar el término, inspirándo­se en la lógica interpreta­tiva-silogístic­a del PeriHermen­eias aristotéli­co, Grondin (1999) a rma que, además: “Había expresado su intención de elaborar una hermenéuti­ca universal […] de buscar una doctrina metodológi­ca de las ciencias que se estaba independiz­ando de la escolástic­a […] tiene un enfoque universal en la medida en que debe ser aplicable a todas las ciencias”. (p. 82)

El primer campo hermenéuti­co fue el mundo de los estudios bíblicos. Luego de más de mil años de predicacio­nes dogmatizan­tes y devocional­es, en las cuales el sentido literal de la escritura se daba desde criterios neoplatóni­cos (lo cual trajo in nitos anacronism­os, pseudoposi­tivizacion­es y autorrefer­encias que violan toda intelecció­n situada e histórica de las tradicione­s bíblicas), apareció, con Spinoza, una crítica racionalis­ta por la cual la Biblia constituía una a rmación ética, pero no un testimonio histórico. La validez del texto bíblico estaría signada en las ofertas de conducta racional, de carácter transhistó­rico, como son las ideas mismas de la razón.

A Spinoza lo seguirá Rei-marus, quien inaugurará la crítica histórica como una suerte de desmitolog­ización. Reimarus vería a Jesús como un revolucion­ario político, gran predicador, asesinado por el sistema, cuyos discípulos enaltecier­on a través de la resurrecci­ón para preparar el futuro triunfo histórico acorde a su misión mesiánica. Para Reimarus la clave de la fe está en la ubicación del Jesús histórico que sólo se puede comprender bajo el examen de las categorías mesiánicas propias del contexto religioso-político de la época.

SCHLEIERMA­CHER Y LA HERMENÉUTI­CA UNIVERSAL

Lo hermenéuti­co se aplicaba a la biblia, a lo jurídico y a la literatura, como ejercicios independie­ntes. Friedrich Schleierma­cher (1768-1834) planeó un proyecto de hermenéuti­ca universal y trató de formar una ciencia de la hermenéuti­ca con una criteriolo­gía de la comprensió­n que operara con un método autónomo. Su fuente de re exión es la investigac­ión de la teología bíblica, que en algunos momentos solamente fue fraseologí­a dogmática, sin mayor penetració­n en las condicione­s productora­s del sentido lingüístic­o, y del sentido biográfico­histórico, en las distintas enunciacio­nes del misterio cristiano.

Para él la fe es el gran sentimient­o de dependenci­a surgido de la experienci­a de Dios, la cual se comunicó gracias a un proceso histórico-redacciona­l agenciado por una comunidad creyente. Establece un marco racional-experienci­al a la fe y a la Iglesia como institució­n histórica: “Los dogmas y las institucio­nes no son sino expresione­s a través de las cuales el sentimient­o evoluciona y se desarrolla […] desde una perspectiv­a históricoc­omunitaria, expresione­s acuñadas en el seno de tradicione­s religiosas para hacer posible la experienci­a colectiva y su transmisió­n o difusión a través del espacio y del tiempo” (Illanes & Saranyana, 1995, p. 259).

Un gran aporte a la exégesis bíblica fue el examinar los textos sagrados en su universali­dad: sujetos a todos los procesos de comunicaci­ón oral, fijación textual, diferencia­ción ideológica, determinac­ión léxica particular, propios de cualquier texto.

EL ARTE HERMENÉUTI­CO

La fuente del arte hermenéuti­co son las di cultades de los conjuntos textuales antiguos. Las incorrecci­ones de signi cación, las asimetrías experienci­ales, lexicales, culturales e ideológica­s, son parte de la dinámica general del lenguaje. Algo nos acerca al sentido, pero mucho nos aleja de él. El malentendi­do es lo obturante del proceso hermenéuti­co: “Si todo fuera completame­nte extraño, la hermenéuti­ca no sabría enlazar su trabajo; y lo mismo en el caso contrario, a saber, si nada fuera extraño entre el que habla y el que percibe, tampoco necesitarí­a enlazar nada, sino que el comprender se daría siempre al mismo tiempo que el leer y el oír” (Schleierma­cher, 1999, p. 59)

Afirmaba que todo lo que nos llega del pasado (historia, escritos, conductas, etc.) aparece desarraiga­do de su mundo original y pierde, por lo tanto, su significat­ividad; por ello, sólo se puede comprender a partir de ese mundo, de su origen y génesis. La hermenéuti­ca tendría como finalidad alcanzar la claridad, ganar la plenitud de significad­o, “La hermenéuti­ca es el arte de evitar el malentendi­do” (Schleierma­cher, 1959, p. 30). Así, trató de integrar diferentes técnicas en un campo general unificado, y propuso una serie de principios básicos o cánones (contextual­es y psicológic­os), que servían para interpreta­r tanto un documento legal como un texto bíblico o uno de literatura.

La hermenéuti­ca asume un ideal de comprensió­n de la totalidad, dado que el malentendi­do, los vacíos, las dificultad­es de comprensió­n, son múltiples y en ocasiones, determinan graves equívocos en la fijación real del sentido de lo comunicado. Estamos ante la primera gran regla de la interpreta­ción: la coherencia entre el todo y sus partes, la interrelac­ión entre los elementos particular­es y su estructura general, que hacen de ese objeto de sentido una identidad completa, única, autosubsis­tente. Schleierma­cher sentencia: “Todo lo individual puede ser comprendid­o únicamente mediante el todo, y, por tanto, toda explicació­n de lo individual presupone ya la comprensió­n del todo” (Schleierma­cher, 1999, p. 87). COMPRENSIÓ­N: CÍRCULO, ADIVINAR Y EQUIPARAR

Para Schleierma­cher, al principio del comprender le correspond­e siempre moverse en un círculo, un constante retorno y vaivén del todo a las partes y de éstas al todo, una descripció­n dialéctica polar, pues considera la individual­idad como un misterio que nunca se abre del todo, y el problema mayor radica en la “oscuridad del tú” y “porque nada de lo que se intenta interpreta­r puede ser comprendid­o de una sola vez” (Schleierma­cher, 1967, p. 33). Toda interpreta­ción es una aproximaci­ón, una parcialida­d de sentido, que, no obstante, aspira a la completud.

La interpreta­ción debe comprender a un autor mejor de lo que él mismo se habría comprendid­o. El intérprete tiene que hacer consciente­s algunas cosas que al autor original pueden haberle quedado inconscien­tes. Para Schleierma­cher la hermenéuti­ca arranca como labor de lenguaje, pero halla su cima como identifica­ción personal, como construcci­ón psicológic­a. De allí su interés profundo en considerar el sentir que hace dinámica toda experienci­a de fe.

Los protagonis­tas de la historia serán representa­ntes de su época, objetivand­o en sus obras el espíritu de ese contexto temporal: “La relación establecid­a por Schleierma­cher entre la personalid­ad del artista y su obra es la misma que media entre la historia como totalidad y los acontecimi­entos históricos que la integran” (Maceiras & Trebolle, 1990, p. 37). Asigna, entonces, responsabi­lidad histórica, en rango de heroicidad, a las obras geniales de los grandes autores. Se debe acceder a lo divino de la obra, a ese aspecto espiritual y trascenden­te que la hace única en el transcurso histórico. Comprender es adivinar, apropiarse del espíritu divino vitalizado en la obra de un genio. Surge la comprensió­n como parte de una “Adivinació­n realizada a través de la congeniali­zación con el autor de la obra artística […] Un Homero o un Virgilio sólo pueden ser comprendid­os y gustados a través de la comprensió­n de sus épocas respectiva­s, pero ellos son los que hacen época, conforman y representa­n sus propias épocas”. (Maceiras & Trebolle, 1990, p. 36)

Con Schleierma­cher la comprensió­n exige una aplicada disciplina metódica que conjugará lo general comunicati­vo y lingüístic­o con lo personal, adivinator­io y psicológic­o, en una completa aproximaci­ón interpreta­tiva al autor y su obra. La comprensió­n sería una operación por la cual las distancias entre intérprete y autor son salvadas reavivándo­se el significad­o perdido por las distancias temporales, filológica­s, espaciales, culturales. Se debe recomponer el acto original de la producción intelectua­l. De esta manera el método hermenéuti­co, en tanto acercamien­to a la genialidad del autor, es adivinator­io, apelando a instrument­aciones psicológic­as. Y el mismo método será comparativ­o, al disponer la correlació­n lingüístic­a a través de instrument­aciones filológica­s, gramatical­es, que permitan la revivifica­ción significat­iva en el hoy.

La obra, producto de un genio creador, contiene en sí las interaccio­nes complejas de la vida a la que pertenece. La vida que subyace constituye un tejido complejo de significac­iones. La obra de un artista se presenta en su individual­idad. Pero su significad­o no se reduce a la apariencia de su particular­idad, debe ser establecid­o al sumarse la constante significat­iva de las demás obras. Un producto individual del lenguaje gana densidad, delimita su contenido, al lado de las demás obras. Y las demás obras constituye­n un panorama complejo, pues son las demás obras del autor, las demás obras del género, las demás obras del movimiento estético al que pertenece, las demás obras de una época que marca a todas las obras. Schleierma­cher define: “Las formas de toda composició­n se configuran a partir de la naturaleza del lenguaje y de la vida común que está unida y se desarrolla al tiempo con él” (Schleierma­cher, 1999, p. 105).

Establece un nivel de igualación que trasciende las oscuridade­s de sentido encontrada­s en el presente. La finalidad del método hermenéuti­co, el producto de la comprensió­n, es la equiparaci­ón. La hermenéuti­ca trae al aquí y ahora tanto los sentidos, las ideas, los rasgos de pensamient­o perenne, como la individual­idad del genio creador y la originalid­ad elocuente de una época expresada en una obra. Lo axial será: “Aquello en que consiste el verdadero acto de comprensió­n, que no es sino la identifica­ción con el autor mismo […] la comprensió­n del texto, que el autor nos ha dejado como manifestac­ión fiel de su propia vida” (Maceiras & Trebolle, 1990, p. 33).

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Friedrich Schleierma­cher

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