Ofelia María Rojas de Pedroza: Semblanza de una maestra…
Semblanza de una maestra…
Y vio el Padre Amado de los Cielos que la misión terrenal de nuestra madre Ofelia María Rojas de Pedroza estaba cumplida plenamente y la llamó a su reino. Ella, devota de la Virgen María, solícita abandonó su morada terrenal y dejó que su espíritu y su alma se encumbraran hacia Dios.
¡Señor¡, los hijos terrenales de tu hija que has llamado a tus cielos te agradecemos por la vida de mamá y tu inmenso amor a ella, estamos orgullosos de su misión terrenal y de su vocación de servicio a la familia y al talento de emularte en la enseñanza. Estamos eternamente agradecidos por la ternura y el amor que nos brindó, por el amor a Ti que nos enseñó con su ejemplo y por su esmero por darnos la mejor educación. Duele no verle más en su morada de cuerpo, pero saber que, al viajar su alma hacia ti, Padre Amado se glorifica, nos consuela en la tribulación.
Como aves en bandadas regresan los recuerdos, gotas de tiempo vivenciadas en compañía de mamá. Son lienzos imborrables de una mujer que se gastó a sí misma para darse en la ternura, en el amor a Dios, a su familia y en el servicio. Nos pueblan sus frases, sus caricias, su mirar sosegado, la paz de su alma y de su espíritu, sus pensamientos compartidos que le habitaron y sus temores humanos que nos hicieron próximos. Mamá fue, para cada hijo, verdadera amiga y cada uno encontró en ella la palabra justa capaz de menguar la más dura pena.
Ofelia María Rojas López, la segunda de 14 hijos que tuvieron mis abuelos, nació el 4 de abril de 1925, en el Municipio de Teorama. Se educó en los niveles primario (1936 -1940) y secundario (1941-1946), en el colegio local: Nuestra Señora de Las Mercedes, regentado por las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento. Posteriormente, fue alumna pionera del programa virtual de formación en pedagogía y enseñanza, creado en Colombia, a través de Incadelma (Instituto Nacional de Capacitación y Perfeccionamiento del Magisterio de Enseñanza Primaria), basado en cursos de capacitación por radio (Radio Sutatensa), por correspondencia, cursos directos, y talleres vacacionales, (1958 a 1966).
En educación continuada cursó y aprobó capacitación catecúmena en el Centro Diocesano Catequístico de Cúcuta (1966 a 1968), Enseñanza globalizada en Didáctica, ofrecida, Editorial Voluntad (1972-1973), Profundización en Experimentación Curricular por la Secretaría de Educación de N. de S. 1981-82.
Mi madre Ofelia María ingresó al magisterio nacional, mediante Decreto 18 de enero 12 de 1948, como profesora del Centro Educativo Rural de Miraflores, Convención. Desde entonces, vivenció la enseñanza por distintos lugares de la región, sumando 42 años de apostolado docente, en las jornadas presenciales ordinarias y de alfabetización de adultos, como seccional y/o directora. Vocacionalidad ejercida cuando no era común ver a un docente recorrer a pie o a lomo de mula los caminos veredales para sembrar eras de paz con el abecedario, izar esperanzas con los números y, enseñar a tejer sueños
a sus alumnos con el conocimiento básico impartido sobre religión, biología, matemática, geografía e historia.
Como docente ayudó a levantar en muchos sitios la infraestructura de la escuela, en una época en que el salario eran garrafas de aguardiente que el maestro cambiaba en la tienda de abarrotes del pueblo por alimentos para sus hijos y, además de precario, no llegaba a tiempo. Y pese a ello nunca le oímos renegar. Religiosamente le madrugaba al sol, dejaba ordenada la casa, preparados los alimentos para sus hijos y salía a cumplir el ritual escolar, siempre puntual.
Alcanzada su edad de retiro forzoso se sumó como voluntaria a las jornadas de educación y catequesis integradas por el presbítero Laureano Ballesteros Blanco en su programa de reinserción de jóvenes con adicción a las drogas, en el Albergue San José de Cúcuta. Allí legó sus lecciones curriculares formales y enseñó a bordar, elaborar compost de abono para las plantas y pintar en lienzo.
CONSTRUCTORA DE HOGAR
Mi padre, José del Carmen Pedroza Salazar, la conoció cuando iniciaba su magisterio en tierras de Convención y decidieron consagrarse en matrimonio el 14 de noviembre de 1948, en la parroquia de Teorama. Fruto de su unión hubo once hijos, de quienes sobrevivimos cinco: José Nery, Adid del Carmen, Álvaro Orlando, Eulicer Alfonso y Jesús Bethsaid, profesionales con postgrado, dedicados a la enseñanza secundaria y universitaria. Su misión maternal trascendió la crianza de sus propios hijos y ayudó a levantar dos niñas (Graciela, hermana por parte de papá, nacida antes de contraer nupcias y, Flor María, hija de una de sus parientes).
Sus cinco hijos ramificaron en once nietos y cinco bisnietos; diez de los nietos, en razón al esfuerzo de sus padres, son destacados profesionales con estudios de postgrado; su nieta menor cursa estudios secundarios. Son sus bisnietos a la fecha: José Miguel, Gabriela, José Felipe, Andrés Eduardo, José Isaac.
SU LEGADO DE AMOR Y SU PRODUCTIVIDAD INTELECTUAL
Transcribo su respuesta a la pregunta que le hiciera un compañero de trabajo sobre ¿Cuál había sido su mejor obra? Sin pensarlo dos veces, mamá respondió: “mis hijos, haber logrado que fueran personas de bien, de familia, honradas, profesionales íntegros, educadores sin tacha”.
De su cosecha, escrita con su propio puño y letra es la historia del complejo educativo oficial del barrio El Contento de Cúcuta, la cual proyecto pasar a limpio y donar a la honorable Academia de Historia.
Entre sus pasiones destaco el bordado y la pintura.
Manteles, cubrelechos tejidos y bordados a mano, entre otros productos, fueron rasgos de sus huellas. En la pintura, su inclinación fue paisajística; la recuerdo pintando a mano alzada, sobre pliegos de papel cartón extendidos sobre el piso y doblada sobre ellos trazando paisajes de las tierras de oriente recorridas por Jesús; esas obras fueron telón de fondo de pesebres, en nuestra casa de infancia y en las Iglesias parroquiales. Dejó pinturas en lienzo, dos de ellas me dio como regalo de matrimonio.
Guardo como textos incunables sus cuadernos de colegio, con una caligrafía impecable y un orden estructurado de sus apuntes que infortunadamente nunca pude imitar. Y se quedaron en mi memoria trazos gruesos de buena parte de las vivencias de la historia educativa construidas por mamá con su propia vida, por las veredas de Colombia, como también están grabadas sus evidencias artesanales en el hogar, el amor, la educación, la oración, la mesura y el buen trato, el bordado, la pintura, el cuidado de las plantas, entre otras facetas.
Observarla en sus tiempos de actividad docente, consumiendo insomnios en la parcelación de actividades escolares, fue una lección básica de preparación de clases; verla religiosamente en el antejardín de la casa, durante el atardecer de su vida, saludando a quien pasaba y en contacto con la realidad danzante mientras recitaba sus oraciones, fue lección enseñada sobre paz y conciencia del deber cumplido y sobre la tranquilidad de un alma buena.
Fue grato dialogar con mamá sobre la cotidianidad y el acontecer nacional, sus temores de madre, sus esperanzas en Dios, sus experiencias docentes. Pese a su presencia activa en el magisterio y su rol de colaboradora de las parroquias, ni esperó, ni recibió honores; consideró que cumplió su deber ciudadano, el cual pensamos ejerció con devoción y entrega. Haciendo gala de sus propias palabras, ella sentía que su mejor presea fue su familia.
Disfrutaba con alegría la compañía de sus hijos, nietos y bisnietos. Estar con ella era descubrir su parte humana, su sensibilidad de madre; leer ese lado del ser que sólo lo permiten las vidas transparentes; estar acompañado de una confidente en la amistad; oírle declarar su fe católica; descubrir su capacidad de asombro por los adelantos de la ciencia moderna, con la cual ni peleó ni obvió, por el contrario, nos alentó a estar al día; recuerdo que, al ver que ingresábamos al bachillerato, compró la colección Tesoro de la Juventud y libros de matemática, historia, geografía, gramática y la Biblia para estudiáramos y nos enfatizó que leyéramos el libro de los por qué? para que conociéramos las relaciones causa-efecto de las cosas.
Sin duda, fue una mujer de alzada, valiente (y debía serlo, para evitar que las fuerzas externas le arrebataran en la crianza a sus hijos); fue “titán de un siglo de dioses caídos” como dijera Ofelia Villamizar Buitrago, que al filo de su tiempo escribió con su propia vida, hasta el final del viaje, lecciones para que sus hijos las tomaran. No guardó rencores en su alma y, si con alguno tuvo desavenencias, no se resguardó en orgullos para reconocer y presentar excusas, cuando juzgó que el malentendido tuvo su origen en ella. Hasta el final de sus días, su diálogo a través de la oración con Dios fue infaltable, como lo fue su apacible manera de mirar y su sonrisa para aplacar todos los ánimos. Mamá no se fue hacia Dios con las manos del alma vacías, llevó con ella el bien realizado en el servicio a través del magisterio, su generosidad para con el necesitado, el cumplimiento de la ley del amor promulgada por Dios y su vocación abnegada de madre.
“Cómo no creer en Dios”… estribillo de la canción que le gustaba y nos transporta a la intimidad de la familia, mientras el Sacerdote, emulando al Gran Maestro, nos comparte la Santa Comunión. Cómo no creer en Dios si le regaló a nuestra madre cerca 9.6 décadas de años celebrando la vida, tejiendo alegrías y bordando sonrisas y nos permitió vivenciar su amor y su ternura. Si vimos en mi madre, a la buena amiga, vuelta niña en su alegría y en la bondad, cumpliendo la misión de ser guía y ejemplo, llevando en sus ojos el asombro que el tiempo nunca pudo desterrar, asir entre sus manos la camándula, verle pronunciar la bendición para sus hijos y sostener una oración a Dios entre sus labios ¡” Cómo no creer en Dios”!