La Opinión - Imágenes

Poemas de Rainer María Rilke

(Praga, 1875 - Suiza, 1926)

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Infancia

Allí transcurre la larga angustia de la escuela y el tiempo de espera con objetos indistinto­s. Oh soledad, oh pesadumbre de pasar el tiempo... Y al salir: bullen y suenan las calles, y en las plazas se elevan surtidores, y en los parques cobra amplitud el mundo. E ir por todo eso en traje infantil, muy distinto de los que van o fueron: Oh edad singular, oh pasatiempo, oh soledad.

Y contemplar de lejos todo eso: hombres y mujeres; hombres y mujeres y niños, que son otros y vistosos; y allá una casa, y a ratos un perro, y un susto mudo, qué sueño, qué espanto, oh qué hondura sin fondo.

Y así jugar: pelota y arco y aro en un jardín, que suave palidece, y a veces, por tocar a los mayores, ciego y loco jugando al escondite, pero quieto al anochecer, y volver a casa pasito a paso, tieso y cogido de la mano: Oh qué comprender siempre más y más huidizo, oh qué angustia, qué peso.

Y arrodillar­se muchas horas junto al estanque grande y gris con el barquito de vela; olvidándol­o, porque otros iguales, de velas más lindas, circulaban por delante, y tener que pensar en la carita pálida que parecía hundirse en el estanque: Oh la infancia, oh comparació­n inaprensib­le. ¿Adónde fue, adónde?

Del libro de la pobreza y de la muerte [30]

La casa del pobre es como un sagrario. En su interior lo eterno se cambia en alimento, y al anochecer regresa suave hacia sí, en un anchuroso círculo, y se acoge en sí, lento, pleno de resonancia­s.

La casa del pobre es como un sagrario.

La casa del pobre es como la mano de un niño. No toma lo que los adultos piden, le basta un escarabajo con ornadas pinzas, una piedra ovalada de rodar por el río, la corrediza arena y las conchas sonantes. Es como una balanza suspendida, sensible a la más leve recepción, oscilando largamente entre los dos platillos.

La casa del pobre es como la mano de un niño.

Es como la tierra la casa del pobre: esquirla de un venidero cristal, ya claro, ya oscuro, en su huidiza caída; pobre cual la cálida pobreza de un establo, y no obstante están los anochecere­s: en ellos es ella todo, y de ella vienen todas las estrellas.

En la vieja casa

En la vieja casa, libre ante mí diviso Praga entera a la redonda; al fondo, silencioso y quedo el paso, pasa de largo la hora honda del crepúsculo.

La ciudad se desvanece como detrás de una luna. Alta sólo, al modo de un gigante empenachad­o, se alza ante mí la cúpula verdosa de la Torre de San Nicolás.

Ya parpadea aquí y allá una luz lejana sobre el denso fragor ciudadano. -* Para mí es como si en la vieja casa ahora una voz me dijera “Amén”.

Poemas tempranos (1899)

Ésta es la nostalgia: morar en la onda y no tener patria en el tiempo. Y éstos son los deseos: quedos diálogos de las horas cotidianas con la eternidad.

Y eso es la vida. Hasta que de un ayer suba la hora más solitaria de todas, la que sonriendo, distinta a sus hermanas, guarde silencio en presencia de lo eterno.

Libro de la vida monástica [36]

¿Qué harás tú, oh Dios, cuando yo muera? Yo soy tu cántaro (¿y si me quiebro?) Yo soy tu bebida (¿y si me corrompo?) Soy tu ornato y tu oficio. Tú pierdes conmigo tu sentido.

Después de mí no tendrás casa en donde palabras cercanas y cálidas te saluden. De tus pies cansados se caerá la sandalia de seda que yo soy.

Tu gran manto se soltará de ti. Tu mirada, que yo acojo caliente en mis mejillas, como en una almohada, andará buscándome largo tiempo y a la hora del ocaso se echará en el regazo de unas piedras desconocid­as.

Y tú, oh Dios, ¿qué harás? Yo tengo miedo.

La dama ante el espejo

A MON GRAND AMI AUGUSTE RODIN

Como en embriagado­ra especería desata sin ruido en la fluidez clara del espejo sus fatigados gestos; e introduce allí dentro su sonrisa.

Y aguarda hasta que de todo eso ascienda el líquido; luego vierte el cabello en el espejo y, alzando los hombros maravillos­os del traje de noche.

bebe callada de su imagen. Bebe lo que una amante en éxtasis bebiera, inquiriend­o desconfiad­a; y hace

un guiño a su doncella, si ve luces sobre el fondo del espejo, roperos, y lo turbio de una hora trasnochad­a.

Final

La muerte es grande. Somos los suyos de riente boca. Cuando nos creemos en el centro de la vida se atreve ella a llorar en nuestro centro.

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