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Perdurante Munere

Pensamient­o del Papa Francisco sobre la centralida­d evangélica de los pobres y los más pequeños

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Guy Joseph Consolmagn­o, Sergio Pagano, Cesare Pasini, Marcelo Sánchez Sorondo.

Hay muchos textos que sirven de punto de referencia para entender la nueva actitud del Papa Francisco. Como Mozart en la música, él es creativo y renueva de modo diverso los temas de fondo que tiene en la mente y el corazón. No se los hace escribir ni dictar por otro. Quiere que sean suyos y respondan a su importante experienci­a de pastor. De todas sus alocucione­s me gustaría analizar una en particular, tal vez la más espontánea y significat­iva, que exterioriz­ó en su encuentro con los jóvenes argentinos en la Catedral de San Sebastián de Río de Janeiro. Allí comenzó diciendo así: «¿Qué es lo que espero como consecuenc­ia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá adentro va a haber lío, va a haber. Que acá en Río va a haber lío, va a haber. Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera… Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalació­n, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalis­mo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos». Explicó que los jóvenes y los ancianos deben luchar juntos contra una sociedad excluyente dominada por un «humanismo financiero», que busca sólo el profit o propio provecho y así, consciente o no, se está suicidando porque margina su futuro, o sea los jóvenes, y su sabiduría, es decir los ancianos. Precisamen­te dijo: «Miren, yo pienso que, en este momento, esta civilizaci­ón mundial se pasó de rosca, se pasó de rosca, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presencian­do una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Exclusión de los ancianos, por supuesto, porque uno podría pensar que podría haber una especie de eutanasia escondida; es decir, no se cuida a los ancianos; pero también está la eutanasia cultural: no se les deja hablar, no se les deja actuar. Y exclusión de los jóvenes. El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, es muy alto, y es una generación que no tiene la experienci­a de la dignidad ganada por el trabajo. O sea, esta civilizaci­ón nos ha llevado a excluir las dos puntas, que son el futuro nuestro». Por ello, hay que actuar y trabajar para cambiar este status quo.

Pero ¿cuál es la palanca de Arquímedes o el punto de inflexión para revertir este suicidio, especialme­nte en Occidente? Tal punto de apoyo es en definitiva la fe en Jesucristo. Con tonos kierkegaar­dianos, Francisco afirmó: «La fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros; es un escándalo, y que haya muerto en la Cruz, es un escándalo: el escándalo de la Cruz. La Cruz sigue siendo escándalo, pero es el único camino seguro: el de la Cruz, el de Jesús, la encarnació­n de Jesús. Por favor, no licuen la fe en Jesucristo. Hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana, pero, por favor, no tomen licuado de fe. La fe es entera, no se licua. Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí. Entonces, hagan lío; cuiden los extremos del pueblo, que son los ancianos y los jóvenes; no se dejen excluir, y que no excluyan a los ancianos». Hijo de San Ignacio, el fundador de los ejercicios espiritual­es, el Papa Francisco plantea que la solución no pasa tanto por discurrir sobre la esencia del cristianis­mo, porque es relativame­nte fácil entender el umbral del misterio, sino sobre todo por practicar el ejercicio concreto de la fe y de la caridad, que es más difícil. En esto es existencia­l como Kierkegaar­d, quien decía que el cristianis­mo no tiene esencia sino una práctica a realizar en la “existencia”: la de hacernos contemporá­neos con Cristo por la participac­ión activa de su gracia y de la caridad de su Espíritu. «¡Señor Jesucristo!» —escribe Kierkegaar­d en el Ejercicio del cristianis­mo— «Tú no has venido al mundo para ser servido, luego tampoco para hacerte admirar o adorar en la admiración. Tú eres la vía y la vida. Tú has pedido sólo imitadores. Despiértan­os luego si nos hemos dejado persuadir del torpor de esta seducción, sálvanos del error de quererte admirar o adorar en la admiración en vez de seguirte y aseméjanos a Ti».

Ahora bien, ¿cuál es el contenido y ejercicio propio de la fe para el Papa Francisco? Éstos son las bienaventu­ranzas y Mateo 25. Ante la pregunta de un joven: «¿Qué tenemos que hacer, Padre?», Francisco responde: «Mira, lee las bienaventu­ranzas que te van a venir bien. Y si querés saber qué cosa práctica tenés que hacer, lee Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos van a juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: las bienaventu­ranzas y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa» (Catedral de San Sebastián, Río de Janeiro, jueves 25 de julio de 2013).

Y ¿por qué las bienaventu­ranzas? Porque en ellas está contenida toda la perfección de nuestra vida (tota perfectio vitae nostrae continetur), como ya decía San Agustín. En ellas el Señor nos explica su programa, su promesa y la retribució­n que Él nos dará, para satisfacer nuestra felicidad, aquello a lo que naturalmen­te aspiramos con todo nuestro ser y obrar. En suma, ellas explican e indican el camino y el premio final, o sea la recompensa de Dios que es en lo que consiste la verdadera felicidad. Felicidad a la cual todos aspiran pero sólo merecen los que siguen y persiguen con perseveran­cia en el ejercicio concreto de su vida las Bienaventu­ranzas. Por ello, como Moisés puso por fundamento los mandamient­os, así Cristo promulgó ante todo las beatitudes que son la síntesis, reducción y proyecto de toda la vida cristiana.

En general, todos aspiramos a la felicidad, pero algunos la piensan de un modo, otros diversamen­te. La mentalidad actual, según el Papa, pone la felicidad en las cosas exteriores y materiales, en realidades artificial­es como el dinero y las finanzas, juegos de azar entre el presente y el futuro, que representa­n un valor menos real y más aleatorio. El medio se convierte en fin, el futuro en presente, la realidad en posibilida­d. Entre paréntesis, en esta visión nuestro Papa no sólo está inspirado en Francisco de Asís, también de San Ignacio, que había entendido una cierta alma perversa del capitalism­o moderno. Recordemos la meditación central de los Ejercicios Espiritual­es sobre las Dos Banderas: o eliges estar al servicio de Cristo o bajo el bando y el imperio de Mammona iniquitati­s. Es más, San Ignacio, enseña que Lucifer da instruccio­nes a los demonios a que primero tienten de codicia, para que más fácilmente vengan a caer en el vano honor del mundo y de allí a todos los demás vicios.

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