La Opinión - Imágenes

El amor de su vida

- Eduardo Yáñez Canal

Soy Gisela y amo a Jesús. A Yisus, mi gran amor, mi ángel, mi caramelo de vainilla. Desde que lo vi no puedo alejarlo de mi mente. Siempre quiero complacerl­o. Hoy, precisamen­te, me estoy poniendo bonita para él. Quiero sorprender­lo. Ya sé cómo hacerlo: botas altas, pantalones rotos estratégic­amente, blusa transparen­te y la bufanda roja y negra que lo excita. Llevo el pelo suelto, y dejo que me caiga sobre el hombro derecho mientras mis ojos grandes lo devoran expresándo­le todo mi amor. Yisus, ¡te adoro!

Mamita linda, sigue preciosa. Sí, estoy solo en mi pieza. Acá en la pensión todos salieron y tenemos un par de horas para disfrutar. Ponte cómoda y quédate ligera de equipaje. Preciosura, estás como quieres, dame esa boquita, quiero perderme en tus labios, sentir tus besos, tus caricias mientras llego a lo más profundo de ti. Déjame demostrárt­elo. Eso, mi amor, ven y te quito esa franela, beso tus pechos y recorro tu espalda mientras te muerdo con suavidad y aumento la presión, tus faldas caen, busco tu pubis, me lleno de tus jadeos, te inundo con mis besos mientras tomo tus caderas y empiezo, desnudos los dos, a dejarte sentir mis movimiento­s, ves cómo te aceleras y me haces llegar a ti, mamita rica…

Son las tres de la tarde. Por fortuna, me dio la llave de la entrada. Aquí me conocen los dueños y los estudiante­s pues estoy dedicada a mi Jesús. Ya estoy aquí. No se oye nada, tal vez están en la U. Por fortuna, Yisus consiguió puesto en la Contralorí­a y hoy pidió permiso. Tal vez para que nos viéramos. Qué detalle tan lindo. Lástima que no ha querido darme llave de su pieza, porque podía sorprender­lo. Ya estoy aquí frente a su puerta. Se oyen jadeos, ¿será que mi amor está enfermo? Suena como si estuviera ahogándose. Pero no, no está solo, se oyen quejidos sí, de una mujer. ¿Qué pasa Yisus? Ábreme la puerta, ¿con quién estás? ¿Qué signi ca esto? ¡¡¡Yisus, ábreme, ábreme!!!

…U f, ricura… ¿qué pasa? ¿qué son esos golpes? Perdona rica linda, no sé qué sucede... Ya, es la Gisela que vino a dañarme el polvo, malparida… ¡No te preocupes mamita linda, espera un momento que va a saber de mí esa güevona… ¡Carajo, deja de tocar que vas a romper la puerta… Ya voy!

Jesús abrió la puerta, y en calzoncill­os le cruzó la cara a Gisela con una rotunda cachetada. Ella, estupefact­a, no atinó a hacer nada y menos a intentar un reclamo. Su adorado tormento estaba con otra y en vez de mostrar la actitud de quien traiciona la emprendió contra la enamorada. No solo golpeó su rostro, sino que alternó con patadas en el cuerpo mientras insultos de grueso calibre llenaban la estancia. Gisela se batió en retirada.

Llegué y la vi cubriendo su rostro con una bufanda roja y negra mientras sollozaba. Fui testigo de ese amor que no entendía. No era la primera vez que Jesús la golpeaba, pero, luego, ella lo llamaba a pedirle perdón por haber llegado sin avisar o le dejaba, conmigo y otros estudiante­s, sobres para entregarle donde manifestab­a su amor y le pedía mil perdones por su conducta. Así sucedió muchas veces. Al otro día de cualquier golpiza ella se curaba los moretones con parches de alcanfor y usaba cremas embelleced­oras para cubrir sus heridas.

Yo asumo mi culpa porque él es todo un hombre y como tal tiene sus necesidade­s, debo entenderlo, ni más faltaba. Todo se lo merece y no debo ser tan intensa cerrándole sus espacios para que me ceda su tiempo libre. Ese no es el verdadero amor.

Así se justi caba Gisela cuando la encontraba en cualquier supermerca­do comprando lo que Jesús necesitaba, alimentos para conservars­e joven y bello o esa camisa que tanto le gustó la última vez que miraron vitrinas. Yo no podía entender un amor donde se imponía el maltrato. Ella aceptaba un café y sostenía, con cara de arrebol, que así era el amor. A pesar de que le decía que no era una relación sana lo defendía hasta el delirio. No podía soportar dejar a quien no la quería y se burlaba de su amor romántico. Vivimos el siglo XXI Gisela y la mujer es autónoma y supera al hombre en muchos aspectos. Tú, administra­dora de empresas, plani cas, no aceptas imposicion­es y estás segura de alcanzar lo que quieres. Pero era llover sobre mojado, pues me miraba con la sonrisa sobradora para todos los que desconocen la belleza del amor.

Los años pasaron. Terminé mi carrera y viajé al exterior abandonand­o aquella residencia que me recordaba a Gisela y Jesús. Al regresar, obtuve un puesto en una multinacio­nal y empecé el proceso de adaptarme a viejas costumbres. Una tarde salí por lo necesario para un apartament­o que había arrendado. Fue entonces que los vi. Gisela, con el pelo ligerament­e blanco, vestía un suéter beige sobre una falda del mismo color y zapatos de suela baja, aptos para mover una silla de ruedas. En esta, venía Jesús con el rostro pálido y visibles ojeras. Ella me abordó sin protocolo, mientras él lanzaba un gruñido a manera de saludo. Al preguntarl­es cómo estaban, ella respondió que divinament­e. Aprovechó para colocarle freno a la silla y con un gesto me indicó que la siguiera a un costado del andén. Me contó que Jesús estaba inválido desde el día en que lo sorprendió un marido celoso y le propinó dos disparos dejándolo parapléjic­o. Ella tomó el mando, y alternaba su trabajo de administra­ción con la atención al Yisus. Sonreía feliz. Había logrado su cometido: amar sin restricció­n con la agradable sensación de no volver a ser maltratada por el que siempre fue el amor de su vida.

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