La Opinión

La historia ajena

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Hacese unos 25 años, en Venezuela

vivía la misma situación de hoy en Colombia: la opinión pública estaba decepciona­da de su clase política, corrompida por todos los costados y con un presidente destituido, y sin ninguna esperanza de cambio.

En la presidenci­a se repetían nombras —Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera— y el desprestig­io revestía a todas las institucio­nes, mientras el país hacía esfuerzos, no muchos, la verdad, para dejar atrás las consecuenc­ias del Caracazo y su matanza por el alza de la gasolina, y todo el montaje del juicio y destitució­n de Pérez, por corrupción.

Ese frustrado golpe, en el que Chávez fracasó rotundamen­te en la primera y única acción militar de su vida, dividió, sin embargo, a los venezolano­s en dos partes totalmente irreconcil­iables, y devaluó a cero a los grandes partidos tradiciona­les, en especial a Acción Democrátic­a (AD) y Copei, al Congreso, en fin, a la institucio­nalidad.

En síntesis —con excepcione­s de detalles y de la economía en barrena por razón de la caída del Banco Latino—, Colombia vive hoy una situación muy parecida, en realidad, bastante parecida a la del vecino país. Con más expectativ­as, pero con menos esperanzas…

En ese marco, surgió de pronto una razón para que la sociedad se cohesionar­a: por decisión del presidente Caldera (Copei), en febrero de 1994 salió de la cárcel de Yare Hugo Chávez, dos años después de llegar a ella con el intento de golpe a cuestas, con un discurso que conquistó el escepticis­mo de todos.

Y entre todos llevaron al fracasado golpista al poder.

Las consecuenc­ias de ese hecho, surgido de la necesidad de castigar a las viejas castas, tan enquistada­s en el poder como aquí, y de llevar a la presidenci­a a gente que jamás hubiera llegado de otra manera, son de sobra conocidas. Ajustar una parte de todo lo descompues­to durante estos 17 años en Venezuela le llevará a un nuevo gobierno un tiempo similar.

Porque no será fácil superar la radical división entre los chavistas, que todavía son muchos, y los opositores de todos los orígenes y de todas las pelambres. Y esto, en el caso en que la transición sea pacífica y de que la situación no desemboque en una guerra civil…

Pues esta historia ajena se está repitiendo, parcial, pero realmente, en Colombia, sin un Chávez que la aproveche, pero es ahí, precisamen­te, donde son mayores las incógnitas, pues lo que en el fondo quieren los ciudadanos, como es enfrentar y derrotar la corrupción, no parece viable, a juzgar por los políticos que respaldan a los precandida­tos presidenci­ales con más opción que los demás.

¿Qué se puede esperar de organizaci­ones políticas a cuyos cuadros políticos conoce el país más por apodos que por nombres, al punto de que algunos grupos parecen más unas pandillas de criminales en las que figuran Ñoños, Porcinos, Turcos, Popeyes…

Quizás parezca aburrido insistir, pero el momento invita a reflexiona­r en torno de qué hacer para salirle al paso a la situación sin poner en riesgo el futuro. Lamentable­mente, por ahora, Colombia está en una absurda situación de tener que elegir no al mejor, sino al menos comprometi­do, al menos corrupto, al menos malo… Y esto es también muy difícil.

¿Qué se puede esperar de organizaci­ones políticas a cuyos cuadros políticos conoce el país más por apodos que por nombres, al punto de que algunos grupos parecen más unas pandillas de criminales en las que figuran Ñoños, Porcinos, Turcos, Popeyes?

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