La Opinión

Un roble de noventa

- GUSTAVO GÓMEZ ARDILA gusgomar@hotmail.com COLUMNISTA

Por andar en busca de soluciones de salud, me perdí las celebracio­nes que le que le hicieron al médico Pablo Emilio Ramírez Calderón, quién, entre paso y paso, con nadadito de perro, acaba de cumplir noventa almanaques, bien cumplidos y bien medidos. El papá de Pablo Emilio, don Antonio María, marcó con una x roja, en el almanaque de La cabaña, la fecha del nacimiento de este nuevo hijo: 15 de septiembre de 1927.

Campesino el papá, campesino la mamá, Pablo Emilio nació en la ciudad, en el barrio El Contento, de Cúcuta, pero tan pronto se fue poniendo volantón, el muchacho tuvo que alternar los cuadernos y los libros, en la ciudad, y el ordeño de vacas en el campo.

Las vacaciones de Pablo Emilio, al igual que las de sus hermanos consistían en ir a la finca de don Antonio María, en inmediacio­nes de los municipios de San Cayetano y Durania. En aquellos parajes, el viejo tenía fama de líder: ayudaba a los campesinos, se las daba de mediquín y recetaba remedios caseros para todas las dolencias y las gentes lo seguían y lo respetaban.

En aquel ambiente de estudio y de trabajo creció Pablo Emilio, se hizo bachiller y se fue a la universida­d Nacional a estudiar Medicina. Trabajo en Bogotá, Cundinamar­ca y en el hospital San Juan de Dios de Cúcuta, pero en sus ratos libres seguía dedicado al campo y la ganadería. Alguna vez le pregunté, hace poco, a que atribuía él su longevidad: noventa años, trabajando, escribiend­o, formulando, dando consejos, echando vaina, pero en general muy activo.

Sonriente, el doctor Pablo Emilio me dijo es porque nunca he dejado de trabajar.

Sin embargo, yo tengo otra teoría: la generosida­d de Pablo Emilio Ramírez Calderón no tiene límite, y la gente generosa Dios le da la oportunida­d de que sirva a la humanidad por mucho tiempo.

Por si alguno no lo sabe, quiero decir algo de mucha significac­ión y es que Pablo Emilio se las da de ateo. Dice que no cree en Dios pero les da la bendición a los hijos a cada rato. Dice que no cree en la religión pero los curas de los pueblos (me consta) le mandan pacientes pobres a quienes él atiende sin ningún pago alguno. Está pendiente de las institucio­nes a las que pertenece y ayuda a todo el mundo.

Estos ateos son los que van derechito al cielo y por eso Dios le permite que sigan haciendo el bien sobre la tierra.

A Pablo Emilio Ramírez Calderón le quedan muchos años de existencia ¡Que así sea!

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