La Opinión

LA PARADA: SUELO DE INFORMALID­AD

en la frontera Las mismas calles que se silenciaro­n en el 2015 por el cierre de la frontera, hoy se despiertan con el agite de las ventas ambulantes y una plaza de mercado al aire libre. Detrás de todo, empieza a gestarse una guerra por el control del co

- ANGÉLICA ROJAS Fotos Archivo (*)Nombres cambiados.

En La Parada, Villa del Rosario, los venezolano­s y los colombiano­s tienen una lucha feroz por el control del comercio informal. Las mismas calles que se silenciaro­n en el 2015, por el cierre fronterizo, hoy se despiercin­co tan en medio del agite de las ventas ambulantes. La anarquía reina en cualquier minúsculo espacio. Cada cuadra aglomera a unos 100 informales.

Dicen que las calles no tienen dueños, pero en La Parada los hay. Y como allí no existen ni Dios ni ley, todos ocupan un rincón en la entrada de la frontera. Es la superviven­cia en el camino de la ilegalidad.

La Parada se convirtió en una selva de cemento que no distingue nacionalid­ades, se sacude por la lucha feroz entre colombiano­s y venezolano­s que pelean a gritos y garras por ganarse unos cuantos billetes que hacen la misma carga en pesos o bolívares.

Lucía, de 45 años, contempla en su piel reseca las marcas del sol cómplice en los pasos que la empujaron a trabajar desde hace 12 años en La Fría (estado Táchira, Venezuela) y con los que a rastras pisó la frontera como una colombiana retornada.

Con un triciclo que ella misma armó para vender cargadores de celular, audífonos y bisutería, se rebusca el sustento para sus dos hijos.

Una voz afónica por los gritos con los que trabaja como informal desde que era niña, marca su territorio en una esquina de la calle séptima de La Parada.

Aunque su acento camufla rasgos venezolano­s por la larga estadía en aquel país, recuerda que estaba en tierra ajena y no era hija de la patria petrolera.

Según Lucía, sus contrincan­tes en La Parada se sienten dueños del territorio y no respetan ni la cédula que ella carga para demostrarl­es que los colombiano­s también tienen derecho en la tierra de nadie.

Algunos sacuden el silencio del amanecer en la frontera con las carretas de verduras y los carros de comidas rápidas, antes de que un timbre alerte sobre la apertura del paso peatonal en el puente internacio­nal Simón Bolívar.

Lucía, que no tiene horario para ubicarse en la esquina que cree suya, cuando llega después del mediodía se tiene que enfrentar con los venezolano­s por su puesto de trabajo.

¡EL QUE MANDA AQUÍ SOY YO!

“Este es mi lugar y no me quito ni con la policía encima”, le responden cuando exige su lugar en los 50 centímetro­s que resguarda en la esquina para ganarse diariament­e 5 mil pesos y pagar la habitación donde la esperan sus hijos.

Se mantiene firme en su trabajo durante las tardes soleadas, en las que todos gritan por vender, porque las calles le han enseñado que en la informalid­ad hay que enfrentars­e a la ilegalidad que permitió convertir esta zona de frontera en la parada del rebusque.

A diferencia de Lucía, Carlos dio los primeros pasos de niño en La Parada y creció cruzando el río Táchira como maletero de mercancía de contraband­o.

Atravesaba a diario las trochas de la frontera entre Villa del Rosario y San Antonio del Táchira (Venezuela), pero el cierre de frontera lo arrastró a caminar con un canasto de pasteles y un termo de limonada.

Hace dos años vendía deambuland­o en los locales comerciale­s y casas de cambio que adornan La Parada, pero en un abrir y cerrar de ojos despertó rodeado de cientos de venezolano­s que tocaban las puertas de las casas para vender productos de contraband­o.

Al salir en sus recorridos regresaba con la carga de pasteles y el vacío de su cartera por la competenci­a de los venezolano­s que ofrecen a $1.000 un combo de pastel y limonada.

Carlos no volvió a deambular en las calles, pero fue testigo de la invasión al espacio público que fue creciendo sin el control de las autoridade­s municipale­s.

SIN DIOS NI LEY

En menos de 200 metros de la calle séptima, se aglomeran 120 vendedores con bultos de verduras rebosadas en carretas de madera.

En el camino de la autopista a la Aduana Principal se ubican 110 vendedores de dulces y comidas rápidas con parrillas y ollas al aire libre.

Las 90 carretilla­s que esperan ansiosas la llegada de los venezolano­s, ocupan al menos 50 metros de los andenes. Los que cobran las ‘vacunas’ marcan las líneas fronteriza­s de la autopista. Nadie puede traspasarl­as.

En la zona conocida como la curva de la virgen se estacionan en la angosta calle de 200 metros, vendedores de zapatos, verduras, minutos y comidas, 110 vendedores no parecen ser suficiente­s para los caminos de cemento.

Todos ocupan un espacio, unos llegan y otros se van, pero la competenci­a sigue.

Andrés es un estudiante venezolano de odontologí­a que cruzó desde Maracaibo a las calles de La Parada, y ensució sus manos con la tierra de los bultos de papa en busca de unos cuantos pesos para enviárselo­s a su familia.

Sin pasaporte, corrió por las trochas y cayó en los brazos de Patricia, una cucuteña de 50 años que carga 40 bultos de papa en un camión desde Cenabastos hasta La Parada, y los entrega a los carreteros que al final del día le pagan parte de las ganancias.

A pesar de que lleva cinco meses en esta zona, no cede el espacio de la calle ante el reclamo de los colombiano­s; paró su huida en la tierra que le permite sobrevivir, y con una mirada imponente que resplada con gritos, se mantiene firme en seguir ocupando el espacio público con tal de llevar unos pesos a su cartera, y de paso hasta su familia.

Los venezolano­s se adueñan de las calles de La Parada con dos cruces encima: invadir el espacio público en condición de indocument­ados, y la presión que ejercen los que imponen la ley por aquella zona y que todos los sábados pasan a cobrar la cuota por dejarlos ocupar los andenes.

Allí, en la frontera, en la parada del rebusque, se sobrevive en las calles bajo el amparo de los dueños de la ilegalidad.

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LOS COLOMBIANO­S han sido desplazado­s por los venezolano­s en las calles. LOS ANDENES se convirtier­on en ventas de verduras, zapatos, bebidas y comidas rápidas.

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