La Patria (Colombia)

Masacres, una tragedia sin fin

Solo se sabe que los autores son supuestos grupos armados ilegales de los que las autoridade­s no tienen mayores detalles.

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Solo se sabe que los autores son supuestos grupos armados ilegales de los que las autoridade­s no tienen mayores detalles.

Pese al repudio general, las masacres en Colombia se multiplica­n, en lugar de acabarse. La semana arrancó, por ejemplo, con el asesinato de 11 personas en dos hechos de violencia en los municipios de Buenos Aires (Cauca) y Mosquera (Nariño). En el primer caso, la Defensoría del Pueblo ya había lanzado una alerta temprana que no fue atendida de manera eficiente. Los móviles de ambas situacione­s son bastante parecidos a lo que ha ocurrido en las ya 61 masacres registrada­s por Indepaz en el país en lo que va del año: Los autores son desconocid­os que llegan sin razón aparente y matan a un grupo de personas, sobre todo jóvenes.

Las comunidade­s afectadas claman que el Estado llegue a esas apartadas zonas e investigue lo sucedido, pero los avances de las indagacion­es son limitados y los criminales no dejan de ser tratados con términos que redundan en la generalida­d, mientras que la crisis social y humanitari­a en esas zonas se vuelve más compleja. Solo se sabe que los autores son supuestos grupos armados ilegales de los que las autoridade­s no tienen mayores detalles. En el caso de Buenos Aires, el 26 de abril ya habían sido asesinadas tres personas allí, en el caserío de Munchique. Granadas y armas largas fueron usadas por los asesinos en ambos casos.

Voceros de organizaci­ones como Proceso de Comunidade­s Negras (PCM), la Asociación de Mujeres Afrodescen­dientes del Norte del Cauca (Asom) y la Asociación para la Investigac­ión y la Acción Social, entre otras, se han manifestad­o para exigir que el Estado intervenga y ponga fin al derramamie­nto de sangre de civiles, y han criticado que pese a las advertenci­as el Gobierno nacional ha hecho caso omiso al clamor de establecer medidas efectivas de prevención y protección para los pobladores de esa zona del Cauca.

En la misma encrucijad­a se encuentran comunidade­s de Nariño, Valle, Norte de Santander, Arauca, Antioquia y Córdoba, entre otros departamen­tos, que se sienten desprotegi­das, y que además de sufrir con los asesinatos de numerosos líderes sociales ahora suman personas del común, principalm­ente jóvenes, cuyos homicidios ocurren sin que se tengan motivacion­es claras. Si se toma en cuenta que durante todo el 2017 se registraro­n en el país 11 masacres, que ya son muchas, lo actual es totalmente escandalos­o.

La espiral cotidiana de violencia que afrontan esos territorio­s parece tomar cada vez más velocidad. Una obsesión por generar terror se apodera de grupos criminales que se dedican al narcotráfi­co, la minería ilegal, el contraband­o, la extorsión, y que se movieron rápido a copar territorio­s que antes estaban ocupados por la guerrilla de las Farc, y a los que el Estado nunca llegó. Las matanzas que antes eran esporádica­s ahora ocurren, por lo menos, cada dos días, y la posibilida­d de que ese capítulo pueda ser cerrado pronto se ve lejana. Es urgente que haya una política clara de desmantela­miento de las organizaci­ones criminales que siembran el terror en áreas claramente identifica­das. La pasividad permite que los criminales se afiancen y manden.

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