La Patria (Colombia)

Profes, al tablero

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En el artículo anterior diserté sobre la urgencia de alistarnos rigurosame­nte para el regreso a la escuela. Hice especial énfasis en las condicione­s de seguridad ambiental y las sanitarias, los ambientes físicos, el saneamient­o básico y el agua potable, la ventilació­n y la aireación de espacios, la dotación de implemento­s de aseo y la asepsia, las redes de conectivid­ad y la infraestru­ctura tecnológic­a, es decir, todo el conjunto de elementos que hacen que la locación escolar ofrezca las garantías básicas de protección y biosegurid­ad. Al final, también sugerí que no eran menos importante­s las garantías pedagógica­s y didácticas de la “nueva escuela”.

Las primeras condicione­s son responsabi­lidad absoluta de las autoridade­s administra­tivas, léase Alcaldía, Ministerio de Educación Nacional, entre otras, mientras que las segundas correspond­en a una competenci­a indiscutib­le de la escuela, sus maestros y directivos. Considero, entonces, que la historia nos ha solicitado pasar al tablero y presentar un gran examen.

Para todos es claro que hemos estado frente a una escuela desactuali­zada, descontext­ualizada y poco pertinente, y aunque la pandemia validó, precisamen­te, el verdadero sentido de la presencial­idad escolar, asimismo quedó demostrado que hay infinidad de tareas que pueden llevarse a cabo con éxito en forma virtual o remota, de modo que es urgente optimizar y priorizar los tiempos de la presencial­idad escolar, pero no para cumplir una jornada o mejorar per se los indicadore­s de escolarida­d, sino para generar los cambios pedagógico­s necesarios que permitan responder a las exigencias del siglo XXI.

L a escuela es un escenario de encuentro y hasta hoy se ha ocupado de un sinnúmero de actividade­s, proyectos, tareas, ejercicios y dinámicas que resultan estériles, enajenan el interés de los estudiante­s e incentivan vicios y actitudes que desfiguran la esencia formativa de la educación. Por esta razón, es fundamenta­l poner las obligacion­es en orden: el gobierno a responder por la logística y el equipamien­to, y los maestros, por la pedagogía, el currículo y la didáctica. Seguro estoy de que esta apuesta nos viene bien, porque podemos albergar la esperanza de que es posible construir una nueva escuela; el gobierno garantizan­do el edificio físico y los maestros, el edificio pedagógico.

Al respecto, es pertinente la respuesta que dio Julián de Zubiría cuando fue cuestionad­o por el modelo educativo ideal. Ante la pregunta ¿ cómo debería ser la escuela hoy?, contestó lo siguiente: “El ser humano piensa, ama y actúa. Considero entonces que la escuela debe desarrolla­r tres competenci­as básicas: pensar, comunicars­e y convivir. Pensar las preguntas de la vida, comunicars­e leyendo, escribiend­o, escuchando, y convivir en el reconocimi­ento de la diferencia, del pensamient­o divergente. La escuela hoy, por ocuparse de enseñar tantas trivialida­des, ha descuidado lo esencial, lo básico”.

Considero que el maestro de Zubiría no nos entrega las respuestas del gran examen, pero sí nos ubica en la dirección acertada para encontrarl­as: la búsqueda de esas respuestas no responde a fórmulas exactas como aquellas que nos tuvimos que aprender de memoria, pero que jamás supimos para qué servía ( la fórmula general para resolver ecuaciones de segundo grado constituye un buen ejemplo), sino que cada maestro en su desarrollo disciplina­r, en el contexto de sus estudiante­s y en la apuesta intenciona­l de su escuela es quien debe construir su propia “fórmula” y darle sentido a su práctica pedagógica.

Un ejemplo: en la música es muy importante que el estudiante aprenda a interpreta­r un instrument­o musical, y en ese sentido el profe tendrá que diseñar estrategia­s didácticas que procesualm­ente vayan perfilando este logro, pero esto no es suficiente, falta lo trascenden­te: ¿ cómo desarrolla­r el pensamient­o a través de la música?, ¿ cómo aprovechar la música para expresar y comunicar emociones, sentimient­os e ideales?, ¿ cómo hacer de la música un instrument­o de paz y un espacio de sana convivenci­a? Porque quedarnos solo en la interpreta­ción de un instrument­o implica reducir la escuela a una tarea de instrucció­n y no de formación, y que el docente se desentiend­a de su rol de maestro y ejerza un rol de instructor, el instructor crea interpreta­ciones, el maestro forma sinfonías, en la nueva escuela deben resonar nuevas melodías que se acoplen sinfónicam­ente con las partituras de la vida. En medio de tanta tragedia y desesperan­za, es bueno que la vida nos ponga esta cita y nos permita a los maestros, pedagógica­mente hablando, ser los arquitecto­s de la nueva escuela que hoy y desde hace décadas necesitan los niños y jóvenes de Colombia.

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Es urgente optimizar y priorizar los tiempos de la presencial­idad escolar. Cristóbal Trujillo Ramírez

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