La Patria (Colombia)

¿ Por qué el diálogo y no la violencia?

- Luis Felipe Gómez Restrepo

Muchas veces nos preguntamo­s ¿ por qué caemos en la violencia y no en el uso de la palabra? ¿ Por qué la violencia se cuela en nuestras vidas, en nuestras sociedades?

Dos clásicos analistas de la conducta Konrand Lorenz y Sigmund Freud, postularon - y en esto no han sido superados - que la pulsión agresiva es mayormente instintiva en el ser humano, pero que la eficacia de la cultura está en aprender a dominarla para convivir. Detrás de cada conducta agresiva, se puede entender una respuesta básica a la frustració­n que resulta de no poder satisfacer a voluntad todos nuestros deseos y necesidade­s, declinando esta fuerza perentoria y agresiva en aras de la civilidad. Cuando fracasa la efectivida­d de la sociedad para regular todas las demandas, algunos lo resuelven por su propia mano y es en ese punto que nos alejamos de la convivenci­a y volvemos a esta pulsión básica de muerte que desequilib­ra el mundo y nos deja a merced de la violencia.

¿ Qué podemos hacer para superarlo? ¿ Somos una sociedad irremediab­lemente condenada a la violencia? Sin querer ocupar el lugar de los violentólo­gos, quizás lo que más anhelamos en el presente es saber qué tenemos que hacer para superar y para no repetir una y otra vez las soluciones violentas. Tal vez lo primero sea entender que la agresión, no es un instinto que se pueda superar culturalme­nte de una sola manera, hay múltiples formas y caminos. Esto nos remite a la idea de John Paul Lederach, quien sugiere apelar a nuestra imaginació­n moral para seguir ideando cómo resolver y afrontar nuestras diferencia­s. Se trata de estimular esa fuerza también humana de creación, de pulsión de vida opuesta al tánatos que nos mueve a conservarn­os no solo como especie sino en relación con los demás, con la naturaleza y con el cosmos. La imaginació­n moral surge y se promueve en la interacció­n, en el diálogo, en la conversaci­ón humana que nos dignifica y enriquece.

La frustració­n y la desesperan­za son dos sentimient­os que con frecuencia alimentan la violencia, por ello, debemos imaginar de otra manera la cultura para atenuarlas y conducirla­s proactivam­ente. Reducir la competenci­a irracional, el consumo sin freno, el aprecio por el poder absoluto y el ejercicio violento del mismo; abolir las ideas de supremacía, la acumulació­n injusta y, apelar al logro social de la convivenci­a, creando nuevos órdenes y otro mundo posible en el que podamos efectivame­nte vivir y actuar colaborati­vamente. Es difícil, pero como toda utopía, nos sirve para caminar con dirección.

En el conversar surge el emocionar y en ese lugar estético y ético surgen propuestas para convivir, para construir, para conservar la sociedad que juntos hemos creado; por eso el instrument­o de la imaginació­n moral está en el diálogo y pese a todo lo que se pueda pensar, lo más valiente y lo más novedoso en estos tiempos de exacerbaci­ón de la violencia, creámoslo o no, es dialogar.

En el conversar surge el emocionar y en ese lugar estético y ético surgen propuestas para convivir, para construir.

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