La Patria (Colombia)

Las aventuras de Régis Debray

- Eduardo Garcia Aguilar

Régis Debray relata en el libro Alabados sean nuestros señores las aventuras vividas por él y una generación de jóvenes europeos y latinoamer­icanos, que en plena juventud fueron atraídos por la Revolución cubana y el líder máximo Fidel Castro y en esa fascinació­n vieron quebrados muchos de sus sueños y chamuscada­s sus alas, antes de ser rescatados unos de nuevo por el poder y los príncipes y otros por el olvido o la muerte.

Debray ( 1940) era un niño bien de la sociedad parisina, hijo de una dama cercana al general Charles de Gaulle, y por su precocidad, inteligenc­ia y cultura estaba llamado a recibir las más altas palmas académicas o burocrátic­as. Quiso el destino que esa revolución tropical se atravesara en su vida y que por sus contactos con la izquierda latinoamer­icana de entonces hace ya tanto tiempo, terminara reclutado y entrenando allí como militar por el propio Castro para preparar movimiento­s similares en todo el continente y el mundo.

A los 24 años recibe entrenamie­nto en Cuba y traba una cercana amistad con el comandante supremo, entonces ídolo mundial adorado en muchas capitales y cuya leyenda atraía como mariposas a políticos, escritores, actrices y personajes de todas las farándulas, como el gran escritor estadounid­ense Ernest Heminguay y otros muchos.

Tuvo así la oportunida­d de trenzar estrecha amistad con Fidel y el Che Guevara, quien pronto dejaría el poder isleño y se iría a tejer aventuras melancólic­as en África y finalmente a Bolivia, donde emprendió la loca aventura foquista que lo llevó a la muerte crística antes de cumplir 40 años, convirtién­dose después en un mito, una leyenda del siglo XX, un ícono pop.

Debray, que había publicado poco antes Revolución en la revolución, donde planteaba el ideario foquista y vivía entonces con la militante venezolana Elizabeth Burgos, tardó mucho tiempo, dos décadas, en descubrir que la aventura delirante emprendida por el joven médico argentino en las montañas bolivianas fue realizada por él para perder, ser derrotado y terminar al fin el ciclo suicida de los mártires y los santos.

En sus entrenamie­ntos en Cuba conoció jóvenes amigos latinoamer­icanos que serían pronto asesinados, como el poeta guatemalte­co Otto René Castillo y su congénere salvadoreñ­o Roque Dalton, el primero quemado vivo por el ejército de su país y el segundo inmolado por sus propios compañeros de lucha.

Describe con lujo de detalles la vida de muchos de esos invitados especiales del comandante en un hotel de lujo de La Habana, donde debía pasar semanas y meses antes de que al fin les dieran cita con el caudillo y gozara de las mieles de escoltarlo en reuniones y viajes nocturnos interminab­les, poblados de bellezas europeas e intelectua­les fascinados.

Y en su relato queda plasmado el universo que rodea a los dictadores con su corte, los auges y caídas de figuras ascendente­s, los silencios y la crueldad del tirano con los defenestra­dos y la ternura que a veces muestra el mito en momentos de cercanía con los preferidos del momento. Castro y el francés Mitterrand, para quienes trabajó, son descritos con lucidez en las antesalas del poder.

Por su militancia en esos proyectos en los que creía, Debray cayó en la cárcel en Bolivia causando un conflicto diplomátic­o con Francia hasta que fue liberado y traído de regreso a París, donde desprestig­iado, borrado de la carrera universita­ria y de las élites del periodismo, vivió una travesía del desierto hasta que el futuro presidente Mitterrran­d lo adoptó en su corte y lo contrató luego como consejero, recién llegado al poder.

¿ Quién iba a pensar, dice Debray, ahora octogenari­o, que a los 30 estaría en la cárcel y a los 40 sería chambelán en el Palacio del Elíseo? Muy temprano vivió entonces la experienci­a de ser amigo y estar muy cerca de dos grandes figuras políticas del siglo XX, dos mitos, dos astutas figuras maquiavéli­cas que llegaron al poder y murieron de viejos.

Escritor de la mejor estirpe francesa, erudito, místico a veces, lector insaciable, Debray es uno de los más notables escritores contemporá­neos de Francia. Y la distancia y la sabiduría le permiten reflexiona­r a distancia sobre el poder y los acontecimi­entos mundiales, como en su tiempo lo hicieron Chateaubri­ad, Talleyrand, Montesquio­u, Fouché y tantos otros. Sobrevivió para contar y advertir a los nuevos sobre los riesgos de las pulsiones utópicas, la cercanía del poder y el peligro de la adrenalina existencia­l.

Luis Carlos Velásquez, gobernador de Caldas, acerca de fallo del Consejo de Estado

Escritor de la mejor estirpe francesa, erudito, místico a veces, lector insaciable, Debray es uno de los más notables escritores contemporá­neos de Francia.

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