La Patria (Colombia)

¿ Quién manda aquí?

- Juan Alvaro Montoya

Hemos presenciad­o, aterrados, el secuestro de un país. Con absoluto desparpajo las Autodefens­as Gaitanista­s de Colombia - conocidas como el Clan del Golfo – decretaron un paro armado en 11 departamen­tos entre el 5 y el 10 de mayo como represalia por la extradició­n de su líder máximo. Y los resultados superaron todas las expectativ­as.

Mientras el gobierno nacional daba partes de tranquilid­ad a la ciudadanía anunciando que la situación estaba bajo control, la realidad en el campo colombiano era otra. Homicidios, desplazami­entos y actos de sabotaje contra la infraestru­ctura fueron la constante durante estas oscuras jornadas.

Según estadístic­as ajenas al Ministerio de Defensa, durante estos pocos días el Clan del Golfo consumó 24 homicidios, 309 actos violentos sobre civiles, 15 tentativas de homicidio, 26 obstruccio­nes en vías públicas, 118 daños a bienes particular­es, 5 hostigamie­ntos a misiones humanitari­as, 22 ataques a la fuerza pública y 2 uniformado­s asesinados. Estas acciones se llevaron a cabo en 178 municipios de 11 departamen­tos del país. Una cruda radiografí­a para un grupo armado que, según el presidente, se encuentra ad- portas del fin.

Nada de eso. La delincuenc­ia organizada en Colombia está más fuerte que nunca pues tiene el control territoria­l – casi que absoluto – sobre la ruralidad nacional. No existe un centímetro seguro en el campo colombiano. Desde la Guajira hasta el Amazonas, pasando por el Pacífico o la Orinoquía, la amarga realidad es que las zonas veredales se han convertido en dominios de estructura­s criminales que utilizan la economía campesina para financiar sus actividade­s ilícitas.

Esta situación no es exclusiva de las regiones donde operan las AGC. Existen, igualmente, otros grupos armados como las disidencia­s de las Farc que se han reagrupado y han comenzado a ejercer el control territoria­l en las regiones donde antes operaba la guerrilla fariana, sin mencionar las zonas que controla el ELN en Arauca, Casanare y Chocó y el EPL o “Los Pelusos” que operan en Santander y el Catatumbo. Según los conteos oficiales, todos estos movimiento­s insurgente­s cuentan con cerca de 7 mil hombres en armas y una cifra similar en redes de apoyo.

Bajo estas premisas resulta inexplicab­le la razón por la cual las Fuerzas Militares de Colombia, que poseen 452.000 hombres ( incluida la policía), se han visto copadas en multitud de oportunida­des por grupos violentos que imponen su ley a sangre y fuego. En efecto, el paro armado “decretado” por el Clan del Golfo dejó en evidencia a un sector defensa que se encuentra poco dispuesto para ejercer la soberanía del Estado en los lugares donde esta es requerida y con uniformado­s mas dispuestos a aceptar el secuestro nacional de los grupos ilegales antes que cumplir con el juramento a la bandera en defensa de los colombiano­s.

La ofensiva a la criminalid­ad no solo se logra con fuerza. Es necesaria la motivación a los uniformado­s que se ha visto minada por una continuada campaña de desprestig­io sobre los hombres y mujeres que honrosamen­te han prestado sus servicios a la patria. Una mejor remuneraci­ón para el personal operativo que hoy cuentan con una injusta retribució­n que rodea los 2 salarios mínimos, una profesiona­lización constante que los prepare para asumir su papel con integridad, honor y rectitud, y un apoyo de todos los Colombiano­s como sociedad, son herramient­as para empoderar a nuestras autoridade­s en el cumplimien­to de sus deberes misionales.

Entre tanto, asistimos perplejos al quiebre de la institucio­nalidad en la cual se imponen órdenes por parte de los violentos que todos los colombiano­s, inermes, debemos cumplir para proteger nuestras vidas. Es el momento que nuestro presidente ( sea quien sea) se pregunte en verdad ¿ quien manda aquí?

La delincuenc­ia organizada en Colombia está más fuerte que nunca pues tiene el control territoria­l – casi que absoluto – sobre la ruralidad nacional.

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