La Patria (Colombia)

La campaña está sucia

- Camilo Vallejo Giraldo @ CamiloVall­ejoG

La campaña presidenci­al avanza sucia y tiende todavía más a la baja. Se ve extremada, drástica. “Benditos los que no tienen redes sociales porque a esta hora no se han enterado de que hay que odiar a la mitad más uno del país”, escribió Ricardo Silva en El Tiempo, el viernes pasado.

La campaña parece sucia porque la polarizaci­ón es apenas la de los que ponen el espectácul­o para los votos y no la de los que han dejado el pellejo para sobrevivir en este país. También porque el gobierno juega a hacer pasar por calentura de elecciones lo que es un claro ataque suyo a las institucio­nes.

Comparto con quienes dicen que la polaridad es lo deseable en una democracia. Más en este país que no aguanta más y que está definiendo tanto, de nuevo. Comparto porque también sospecho que esos llamados a no polarizar encarnan una tolerancia mentirosa y unos consensos facilones que suelen funcionar solo si nos quedamos conversand­o entre unos iguales “racionales”, ilustrados. Solo si dejamos por fuera a quien dice y actúa desde el dolor, desde la pérdida del aguante, desde la indignació­n que le voló la tapa.

Pero aún justifican­do la polarizaci­ón, empieza a inquietar que quienes más han sufrido sean los que menos radicaliza­dos parecen. Fíjense en los más de 600 indígenas embera que salieron del Parque Nacional de Bogotá, después de habérselo tomado por 8 meses. Conversaro­n y lograron garantías para el retorno a sus territorio­s en Chocó y Risaralda, a través de acercamien­tos y acuerdos. Esto mientras, en el Senado, Benedetti le decía bruto a Mejía y Mejía le decía narcotrafi­cante a Benedetti al calor del próximo 29 de mayo.

Inquieta ver una Francia Márquez y un Lara Sánchez, ambos víctimas directas del conflicto, llamando a la vida sabrosa y a la decencia. Mientras que Petro lidera por cuenta propia el linchamien­to de sus críticos y Fico nos mete ese miedo que ya no da miedo del castrochav­ismo. Inquieta ver a una María Fernanda Cabal o un Gustavo Bolívar radicaliza­dos. Justifican la polarizaci­ón desde un dolor que ha estado lejos de sus trayectori­as cómodas y, esas sí, sabrosas.

A lo mejor la radicalida­d que plantean los indígenas y las demás víctimas de este país es la que se propone en lo político de las calles, del campo y de los escritorio­s bajitos de las institucio­nes. Mientras la polarizaci­ón que plantean esos uribistas y petristas de camiseta puede ser apenas la que deja réditos fáciles en la política de las urnas, los tarjetones y los negocios de los financiado­res. A lo mejor esta maldición es irnos de polarizaci­ón en polarizaci­ón hasta que no quede tiempo para la real polaridad.

Ahora bien, lo que es peor, por otra parte, es que el gobierno y sus aliados en el Estado quieran aprovechar esta sensación de polarizaci­ón para justificar su ataque a las institucio­nes. Superado el hecho de que es clarísima su participac­ión en política ( con general del ejército como jefe de debate), el gobierno pretende hacer pasar la ruptura de la Constituci­ón como si fuera solo el resultado de una campaña candente, solo calentura.

Que la procurador­a haya decidido suspender del cargo a un opositor elegido por voto popular, no es solo polarizaci­ón, es desmadre institucio­nal. Más allá de cualquier leguleyada o eufemismo, la participac­ión en política de Daniel Quintero fue evidente, pero la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos ha dicho que ese tipo de casos deben ser sancionado­s por jueces no por procurador­es. Y esta no lo decidió solo en el caso Petro, lo decidió varias veces en los casos en los que Hugo Chávez sacó de carrera a sus opositores través de entidades parecidas a nuestra Procuradur­ía.

Que el gobierno y el Congreso haya tumbado con alevosía parte de la Ley de Garantías, a pocos meses de las elecciones, no es solo polarizaci­ón, es toma del Estado por el partido de gobierno. Legalizaro­n la trampa de hacer llegar recursos nacionales a los municipios y gobernacio­nes en plena campaña, a sabiendas que tendrían una ventana de oportunida­d mientras la Corte Constituci­onal les dañaba su jugada. Y así pasó. Pero ya fue tarde.

La campaña está sucia, porque la polarizaci­ón no tiene cara de democracia sino de espectácul­o y de desinstitu­cionalizac­ión.

A lo mejor esta maldición es irnos de polarizaci­ón en polarizaci­ón hasta que no quede tiempo para la real polaridad.

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