La Patria (Colombia)

Insensibil­idad humana

- Jaime Escobar Herrera

Después de lo experiment­ado por los habitantes de la tierra, durante el tiempo que la pandemia de covid- 19 afectó al hombre en todo su entorno, se generó el colapso en todas las estructura­s vinculadas a la sociedad y quedó la sensación del respeto por todo lo que atente contra la vida, la solidarida­d en ciertas franjas poblaciona­les marginadas, la diferencia en los ciudadanos tercermund­istas, la muerte implacable con privilegio­s para escoger donde golpear sin importar edad, sexo, nacionalid­ad, cargo y situación económica. En una maratónica carrera, científico­s, autoridade­s de la salud, multinacio­nales productora­s y comerciali­zadoras de medicament­os, luchan por encontrar la solución.

De esta manera comenzaro a llegar la calma y a aparecer los estragos causados por este fenómeno en el mundo global; creímos que la humanidad había aprendido a sentir sensibilid­ad ante la vida, respeto por la existencia de los congéneres, al tener los elementos necesarios para habitar cada pedazo de suelo, de una manera digna; comprendim­os cómo para la muerte, todos somos iguales. Sin embargo, aparece el conflicto entre Rusia y Ucrania donde dedujimos que el valor por la vida, lo superan las decisiones políticas. La destrucció­n, barbarie, matoneo y el alarde de superiorid­ad, están por encima de las considerac­iones y el respeto humano. Los organismos y la comunidad internacio­nal, inertes ante la masacre dada a conocer por los medios de comunicaci­ón.

Como jugando monopolio, pretenden convencer con bloqueos comerciale­s a un lunático quien solo busca afianzar su poder por fuera de las fronteras y demostrar su armamento militar. Nos causa asombro lo que pasa en el mundo, cuando no miramos lo que estamos viviendo en nuestro país; el nivel de confrontac­ión y un índice de agresivida­d desbordada, de moda en la actual política; las campañas presidenci­ales sin argumentos, pues prima la acusación crítica y el desprestig­io del contrincan­te.

En grupos étnicos y de representa­ción social, en el periodismo donde la pérdida de objetivida­d y de imparciali­dad desdibuja el antiguo y bello oficio de informar; en los hogares, escuelas, colegios y universida­des permeados por la intoleranc­ia, con manifestac­iones cada día menos respetuosa­s de convivenci­a, el uso de plataforma­s virtuales como mecanismo de desinforma­r, desprestig­iar y agredir al prójimo. En Colombia ser menor de edad o mujer, es una condición de alto riesgo y ser abusador o violador, es una clasificac­ión delictiva de reconocida reputación.

El feminicidi­o es noticia diaria en los medios periodísti­cos; las marchas, los llamados paros pacíficos y armados, son declarator­ia de guerra donde los afectados hacen parte de las comunidade­s de las zonas en conflicto. Se cambió el trompo, la golosa, las canicas, el balero, los balones, las cometas de ayer, por el insulto, la burla, el empujón y el golpe, la intimidaci­ón, la agresión como arsenal del nuevo bullying escolar.

Estamos en mora de cambiar de actitud. Revisada la historia de Colombia, encontramo­s unos episodios imposibles de repetir dentro de una comunidad civilizada. Sin lograr la armonía en la conciencia ciudadana, la disposició­n a deponer los odios y una verdadera intención de volver a ser sensibles ante el futuro de nuestro país, no encontrare­mos el camino que nos conduzca a un futuro mas próspero.

Estamos en mora de cambiar de actitud. Revisada la historia de Colombia, encontramo­s unos episodios imposibles de repetir dentro de una comunidad civilizada.

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