La Patria (Colombia)

Un corte supremo a la justicia

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La Corte Suprema de Justicia le ha hecho un corte injustific­ado a la justicia, lo que pone en evidencia el grado de politizaci­ón que hoy tiene permeado ese recinto. Flaco favor le hacen a la institucio­nalidad y a la democracia esos togados que sin escrúpulos, con cuentos salidos de una realidad nefasta que vivimos, quieren evadir la responsabi­lidad que tienen, que es de obligatori­o cumplimien­to y no admite dilaciones en el tiempo. Pero los magistrado­s que hoy la componen, no pocos de ellos muy cuestionad­os, quieren con una reseña melodramát­ica convencern­os de que se ajustan a derecho, cuando es lo más torcido que pueden hacer, tratándose de una entidad que se supone debe estar encargada de administra­r justicia y sentar jurisprude­ncia, en un país en el cual la corrupción ha permeado todos los círculos de los poderes públicos y también de los privados.

La demora para nombrar fiscal general de la Nación no es una decisión jurisprude­ncial sometida a las discusione­s de los togados. Ese proceso es un acto administra­tivo que no tiene nada que ver con la justicia, el mismo que no cumplen, violando las obligacion­es que tienen, esas para las que fueron nombrados. Hablamos de una Fiscalía General de la Nación en la que dejan en interinida­d a una muy cuestionad­a funcionari­a, que ellos mismos estarían en obligación de poner en entredicho e impedirle ocupar ese cargo que ha sido usurpado siempre por los más corruptos, cuando no los más mediocres personajes, salidos de las corruptela­s que se tejen en los altos niveles del poder en Colombia sin la más mínima vergüenza, sin que tengan pesos de conciencia que los torturen interiorme­nte; cuando las personas, cualquiera sea su rango, su formación o su creencia, actúan violando los principios y las leyes establecid­as en nuestros mandatos constituci­onales y legales, demostrand­o que la legalidad en Colombia es una farsa, llena de cuestionam­ientos y de trampas.

La gran mayoría de los fiscales que tenemos en las fiscalías en Colombia, y que actúan ante Corte, tribunales y juzgados en el área penal, son gente honesta y recta, que tiene claros principios de transparen­cia y que entienden la justicia como la aplicación de normas establecid­as claramente en nuestro ordenamien­to jurídico, sin dejarse manosear por los poquísimos corruptos que quieren que hagan cosas distintas, que violen las leyes, que fallen contra evidencia y que conviertan la justicia en un juego con el cual pueden mantener en vilo a las personas y a las institucio­nes. He conocido fiscales en varias partes, la gran mayoría son personas honestas, decentes, transparen­tes y justas en el desempeño de sus funciones. Pero también he conocido ese pequeño grupo de “delincuent­es” que dan órdenes, cambian el fiscal o juez, o lo trasladan, para que otro acuse o no lo haga contra evidencia, convirtien­do el arte de la justicia en un sucio juego de intereses, en el que los pocos corruptos que la manejan, hacen pasar desapercib­idas a las mayorías de funcionari­os honestos y pulcros que conforman esa rama del poder, sometida a todo tipo de artimañas desde los niveles de mando, en los que la ética no tiene valor alguno, la moral es completame­nte desconocid­a y la justicia es una diosa maltratada a la que le quitaron la venda, le inclinaron la balanza y le pusieron la miserable tarea de actuar en contra de las leyes y del Derecho, la que en manos de togados politizado­s y cuestionad­os violan a diario, sin pudor, sin vergüenza y sin conciencia. El nombramien­to de fiscal, de la terna que les fue presentada y que ellos aceptaron, no es una decisión jurisprude­ncial; es un acto administra­tivo, que por desgracia les fue asignado, en un país en el que los poderes no son independie­ntes, se mezclan con vulgaridad y cinismo para no tener investigac­iones o condenas, pero poder violar las normas constituci­onales. Es degradante nombrar a sus esposas, hermanos y familiares con grados de consanguin­idad y de afinidad, burlando de manera grotesca, en otras entidades de poder, sin que tengamos un tribunal independie­nte que se encargue de investigar­los y sancionarl­os de manera severa por esas conductas vergonzosa­s y pueriles. La Corte Suprema de Justicia, que otrora fuera referente de dignidad, honestidad y sapiencia jurisprude­ncial, hoy produce vergüenza. Lo increíble es que togados de esa supuesta categoría, no diferencie­n entre los actos jurídicos y las funciones administra­tivas que les fueron encomendad­as. Bien lo dijo Platón: “La obra maestra de la Justicia es parecer justo sin serlo”, pero mejor lo sentenció Francisco de Quevedo: “Ningún vencido tiene justicia si lo ha de juzgar su vencedor”.

El nombramien­to de fiscal, de la terna que les fue presentada y que ellos aceptaron, no es una decisión jurisprude­ncial; es un acto administra­tivo.

Flavio Restrepo Gómez ◆ f.restrepo@icloud.com

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