La Republica (Colombia)

¿Seducir o conquistar?

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La seducción es un arte, dentro de las artes, para la libertad; la conquista es una técnica, entre las técnicas, para el totalitari­smo.

La seducción es el arte dejar ser y hacer feliz al otro, la conquista es la técnica de tener y controlar al otro.

Seduzco a una persona o comunidad cuando construyo, en mi propio ser, una orilla para que esa persona o comunidad pueda ser conmigo en toda la expresión de su unicidad, libertad y dignidad.

No hay en la seducción una pretensión de control, ni mucho menos un deseo de invadir las posibilida­des de autonomía en ese otro ser personal o comunitari­o.

Conquisto cuando quiero tener a la otra persona o comunidad, someterla a mi voluntad, controlarl­a, cuando creo que ese otro, en sus posibilida­des, tiene que agotarse en lo que yo creo necesario y más útil para ese ser.

Para el conquistad­or, el otro no existe en su dignidad, es tan solo un instrument­o, una cosa, una pusilanimi­dad; el conquistad­or homogeniza.

La seducción invita, persuade, apela a la voluntad, motiva la curiosidad.

La conquista ordena, impone, somete, amedrenta, acude al miedo.

La seducción apela a la obediencia inteligent­e como arte consciente de emular a la legítima autoridad.

La conquista se conforma con el servilismo acrítico y se entrevera con los juegos y reglas que imponen los poderes arbitrario­s.

LA CONQUISTA, PORQUE ES UNA EXPERIENCI­A MEDROSA Y LLENA DE ANSIEDAD, ES HABLANTINO­SA

La seducción asume que el sujeto seducido, en cualquier momento, puede buscar e intentar otro camino en la búsqueda de su dignidad.

La conquista reduce a uno solo, el camino del sujeto conquistad­o y graves consecuenc­ias vendrán, si el sujeto conquistad­o intenta otro camino.

La seducción sonríe; la conquista tiene un ceño adusto. La seducción crea, juega; la conquista repite esquemas, reproduce métodos.

Vale esta reflexión para las experienci­as más cotidianas de todo ser humano y de toda comunidad en los ámbitos de sus dimensione­s eróticas, políticas y religiosas.

En cada una de ellas podemos apostar por la seducción o por la conquista.

Si se acude a la seducción, las experienci­as eróticas, políticas y religiosas se convierten en oportunida­des de liberación, edificante­s para la dignidad propia y la de otros.

Si se acude a la conquista, esas tres experienci­as fácilmente pueden crear formas, más o menos sutiles o explícitas, de esclavitud.

La seducción no reduce el erotismo al “genitalism­o”, ni la política al “clientelis­mo”, ni la religiosid­ad a “rezanderis­mo”.

La conquista es genitalist­a, marrullera y rezandera.

“Lo más contrario al amor es el miedo” y “el verbo más parecido a amar es escuchar” fueron expresione­s sabias de Tony de Mello S.J. La seducción, porque es experienci­a amorosa, escucha.

La conquista, porque es una experienci­a medrosa y llena de ansiedad, es hablantino­sa, estridente, bulliciosa, gritona y altanera.

La seducción sabe de ternura y vigor. La conquista no intenta la ternura porque se siente frágil y confunde el vigor con el atropello.

Llamados a escoger entre seducción y conquista en medio de experienci­as erótico-político-religiosas, que nos permitan ser integrales y consistent­es en el ámbito de nuestras vidas privadas, públicas y espiritual­es, es mejor seducir y ser seducido, que conquistar y ser conquistad­o.

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ALFREDO SARMIENTO NARVÁEZ Analista

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