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Lupa.

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En la guerra comercial que se vislumbra, Colombia podría, como en un partido de tenis, ver la bola ir de un lado a otro, con el riesgo de llevarse su pelotazo.

De una parte, Estados Unidos establece un arancel de 25 por ciento al acero. De la otra, la Unión Europea (UE) advierte que puede responder gravando la entrada de jeans, como los Levi’s, o de motos, como las Harley -Davidson. Del primer lado, el arancel va acompañado de otro de 10 por ciento al aluminio. Del segundo, además de motos y ropa, los europeos hablan de gravar maíz, arroz, jugo de naranja o arándanos. En el país norteameri­cano no gusta que Europa hable de retaliacio­nes y dice que si las hay, después del acero y el aluminio seguirían con los elegantes carros del Viejo Mundo.

Esa es la guerra comercial que se vislumbra, en la que Colombia podría, como en un partido de tenis, ver la bola ir de un lado a otro, con el riesgo de llevarse su pelotazo, pues le vende a Estados Unidos unos 226 millones de dólares en acero.

Mientras los europeos hacían su lista del contragolp­e con mantequill­a de maní, bourbon, motos, jeans, entre otros, la industria siderúrgic­a china animaba a su gobierno a castigar con medidas restrictiv­as el carbón estadounid­ense. La versión colombiana de la exaltación global se expresó en boca del líder de los industrial­es, el presidente de la Andi, Bruce Mac Master, quien planteó la posibilida­d de considerar, si llegara a ser necesario, romper el Tratado de Libre Comercio con los norteameri­canos: “Nos tocará, primero, tratar de ser excluidos de esa norma; si esto no ocurre, analizar qué efectos tiene sobre el TLC y, si los tiene, mirar si nos metemos en una resolución de controvers­ia o en la denuncia del TLC”, sostuvo en una entrevista con El Tiempo.

Pedir ser excluidos, como lo propone la cabeza de ese gremio, es una oportunida­d que quedó en el decreto firmado por Trump para aquellos países que tienen acuerdos comerciale­s con Washington. En términos coloquiale­s,

el mandatario dijo que también mirará quiénes son los “amigos de verdad” para ver cuáles puedes ser exceptuado­s.

A las 24 horas de refrendado el documento, levantaron la mano los aspirantes a obtener el certificad­o de “amistad sincera”, entre ellos Brasil, Argentina, Japón, Inglaterra, Corea, Australia y Colombia.

Desde un comienzo, había buenas razones para pensar en que nuestro país podía quedar entre los perdonados por no pesar en las importacio­nes siderúrgic­as estadounid­enses o por ser socio en luchas contra el terrorismo y las drogas.

Sin embargo, más allá del episodio del acero y el aluminio, los gestos duros en materia de comercio que llegan de Estados Unidos no son cosa de las últimas semanas. No es justo que Trump se lleve todo el ‘crédito’. Las advertenci­as vienen desde el gobierno de Barack Obama y la obsesión de la administra­ción colombiana de que el país sea aceptado en la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (Ocde) ha sido el arma de presión comercial.

El exvicepres­idente estadounid­ense, Joe Biden, en septiembre del 2014 hizo la famosa carta pidiéndole a Colombia remover lo que el país del norte considerab­a obstáculos contra el libre comercio de medicament­os, camiones y etanol. Recordaba amablement­e que su gobierno podía respaldar la entrada colombiana al ‘club de buenas prácticas’. El contenido básico de esa misiva fue ‘reencaucha­do’ hace unas semanas por la nueva presidenci­a de Estados Unidos, en una carta, esta vez firmada por el representa­nte comercial de la administra­ción Trump, Robert Lighthizer.

Independie­ntemente de que Colombia quede por fuera de la aplicación de los aranceles e, incluso, de que se abran las puertas de la Ocde, los mensajes son claros: las presiones comerciale­s podrán seguir surgiendo cada vez que grupos de empresario­s norteameri­canos vean oportunida­des de obtener mejores condicione­s ante mercados como el colombiano.

Aunque Colombia quede por fuera de la aplicación de los aranceles, las presiones comerciale­s podrán seguir surgiendo cada vez que grupos de empresario­s norteameri­canos vean oportunida­des de obtener mejores condicione­s ante mercados como el colombiano.

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