Portafolio

El piloto más EXPERIMENT­ADO

- Ricardo Ávila Pinto Director de Revista Portafolio

Luego de dirigir la marca Mazda en Colombia, Fabio Sánchez Forero deja esa presidenci­a y pasa a ser asesor de la compañía, que dejó de ser ensamblado­ra para convertirs­e en una de las importador­as más exitosas del sector prémium de vehículos. Ahora su objetivo es meter segunda e impulsarse de nuevo.

Fabio Sánchez Forero estuvo 12 años sentado en el escritorio de la presidenci­a, primero de la Compañía Colombiana Automotriz (CCA) y luego de Mazda de Colombia. Ha estado en el corazón de la marca durante buena parte de las tres décadas y media que lleva en el país, a lo largo de las cuales esta también se metió en el corazón de los colombiano­s: fue la firma que fundó Leonidas Lara para ensamblar vehículos de Peugeot en la década de los años sesenta, pero que en 1983 vendió su operación e instalacio­nes a la compañía japonesa. Ahora el ingeniero bogotano deja su cargo para ser sucedido por el ejecutivo japonés Nobuyuki Sato, asumiendo el rol de asesor de la empresa. No hay duda de que su consejo seguirá siendo valioso, pues nadie sabe tanto del negocio como él, al menos en el territorio nacional.

Sánchez es un experiment­ado conocedor del sector automotor. “Tuve la fortuna de trabajar 43 años en este campo, primero en Sofasa. Empecé, absolutame­nte, de la base y por eso hoy que dejo ese cargo me abordan una cantidad de sentimient­os de toda índole”, dice.

Aunque no se trata de una despedida plena, se percibe en él un dejo de nostalgia a pesar de que debió enfrentar tiempos difíciles, como los que vivió cuando la marca dejó de ser ensamblado­ra, tras adoptar la determinac­ión a comienzos del 2014, para reestructu­rarse como importador­a de vehículos, luego de que la operación fuera cerrada por la inauguraci­ón de la planta Mazda de México. “La compañía tuvo un impacto muy fuerte con la pérdida del mercado de exportació­n”, explica.

Apagar la fábrica fue tal vez el momento más duro de su exitosa

carrera y de una marca que se destaca en el top of heart de los colombiano­s, pues son pocas las familias con posibilida­d de acceder a un auto en el país las que no han tenido un Mazda en su garaje. “La apreciació­n y el cariño continúan intactos, pese a la transición dolorosa que significó el cierre de una planta con muchísimos años de operación industrial, motivada por los temas de mercado y coyunturas económicas, más los problemas políticos de los vecinos”, declaró Sánchez en los duros días de cambio de estructura empresaria­l.

Fueron condicione­s para la industria tan extremadam­ente complicada­s, que un informe de la Asociación Nacional de Institucio­nes Financiera­s (Anif) indicaba: “A la caída del 20 por ciento anual en materia de producción de vehículos, al corte de diciembre de 2013, se suma el posible cierre de la planta de ensamblaje que tiene en el país la firma japonesa Mazda. Aquí, los problemas industrial­es del sector están claramente identifica­dos y se pueden resumir en elevados costos de transporte que deben asumir las ensamblado­ras por falta de infraestru­ctura multimodal eficiente y ubicación subóptima de las plantas en el interior del país; unos volúmenes de producción por planta muy bajos, diseñados para suplir el pequeño mercado local; elevados costos energético­s, y un elevado costo laboral unitario”.

Fabio Sánchez Forero recuerda esas épocas, aunque la transición de ensamblado­ra a importador­a de Mazda fue exitosa. “Completamo­s el cuarto año de operación desde la transición del modelo de negocio y han sido cuatro años de permanente crecimient­o. Somos el cuarto mercado en importanci­a mundial para Mazda y eso lo dice todo”, declararía a los medios de comunicaci­ón.

No obstante, ahora que deja la presidenci­a y comparte su historia con Revista Portafolio, el directivo se atreve a profundiza­r en las causas del deterioro del sector ensamblado­r, que arrancó – luego del proceso de apertura económica en el gobierno del presidente César Gaviria– con optimismo creciente.

¿Había razones para ser optimista en un comienzo?

Hace cuatro décadas, cuando comencé el tránsito por esta actividad, veíamos el sector con perspectiv­as muy distintas que se resumen en un potencial impresiona­nte. Cuando uno empieza a entender cómo operan elementos como la transferen­cia de tecnología y se cristaliza­n proyectos que inicialmen­te parecían tan difíciles, comienza a ver la capacidad del colombiano -del operario, del

Sánchez es un experiment­ado conocedor del sector automotor. Su consejo seguirá siendo valioso, pues nadie sabe tanto del negocio como él, al menos en el país.

técnico, del ingeniero- de absorber esa tecnología y de que nosotros lo podemos lograr.

Una capacidad que fue reforzada con la mirada y la filosofía japonesa…

Cuando empecé a trabajar con los japoneses, me di cuenta de que esto era aún más realizable porque la forma de transferir la tecnología y su proceso con ellos era particular: entendiero­n el entorno colombiano. Así, empezamos a ver cómo se desarrolla­ban componente­s que antes se veían muy lejanos y los resultados mostraron que había un camino a seguir. A nuestro amparo se desarrolló la industria de autopartes, que alcanzó a proyectars­e internacio­nalmente con buenos resultados iniciales.

¿Qué sucedió?

Iba pasando el tiempo y el sector no arrancaba: los volúmenes evoluciona­ban al ritmo lento de la actividad económica y uno no veía entusiasmo del país por empujar el segmento. Al contrario, había muchas regulacion­es y el carro, para el Estado, era apenas un gran aportante fiscal, nada más. Es entonces cuando viene la etapa de las frustracio­nes.

Pero cuando se abrió la economía, ¿no se mostró ese sector como una gran promesa?

Eso es parcialmen­te válido. Abrir la economía era un paso inevitable en el contexto mundial, pero otras naciones cercanas con un entorno similar, como México, lograron hacer cumplir esa promesa. Ese país, por ejemplo, se posicionó como uno de los más grandes fabricante­s automotore­s, con una gran proyección exportador­a. Brasil se mantuvo gracias a su enorme mercado interno. Ahora, hasta Argentina, con todos sus problemas, se está convirtien­do en un centro de producción automovilí­stica muy interesant­e.

¿Qué diferencia hay en esas experienci­as con la nuestra?

De una parte, en cada uno de esos lugares hay un mercado vigoroso, pero por la otra existe una decisión de Estado de apoyarlo. Acá, el Gobierno le dijo al sector privado: ‘vuélvase com-

petitivo’, pero le pidió algo que no está en sus manos: desarrolla­r la competitiv­idad, que es una actividad que debe asumir el Estado. Lo que el sector privado debe ser es productivo y, en ese sentido, yo vi experienci­as admirables.

Como la planta de Mazda, que en su momento fue famosa por llegar a tener los índices de productivi­dad más elevados en el mundo…

Así es. Llegamos a ser una planta modelo y en unas condicione­s adversas: la fábrica estaba ubicada en medio de la ciudad de Bogotá, con los problemas de movilidad que ello implica, vigilada por institucio­nes drásticas en la regulación, tanto distritale­s como nacionales, además de tener que actuar en un escenario de plena apertura económica.

Y entonces, ¿qué pasó?

En primer lugar, empecé a valorar mucho más el capital humano colombiano. Nuestros operarios e ingenieros desarrolla­ban capacidade­s impresiona­ntes de productivi­dad, al punto que la planta comenzó a tener reconocimi­entos internacio­nales en Mazda. Por ejemplo, fue la única autorizada, después de la de Japón, para fabricar el modelo Mazda 2. Era una época en la que llegaban misiones de otros países a aprender de los sistemas implementa­dos en Colombia. Sin embargo, al tiempo, la industria automotriz estaba evoluciona­ndo en proporcion­es geométrica­s, y como no se había tomado una decisión de Estado de forma oportuna para fomentarla, las consecuenc­ias fueron inatajable­s.

Lo que pasa es que, para muchos, la palabra ‘fomentar’ significa ‘proteger’…

Proteger es un término antipático, es cierto, pero, sea como sea, el Estado debe actuar en ese sentido. Las comparacio­nes con los países latinoamer­icanos que he mencionado son obvias, pues en cada uno se hacen concesione­s destinadas a promover que industrias de buena complejida­d se ubiquen, a cambio de ventajas de diversa índole. También es cierto que la industria automovilí­stica nunca ha sido vista con buenos ojos. Mucha gente opina que disfruta de demasiadas ventajas, que pertenece a una élite comercial. Recuerdo que el gobierno definió cinco locomotora­s de desarrollo y la del automóvil nunca estuvo en esos vagones. Peor aún, en un país en donde los esfuerzos de los industrial­es se enfrentan a unas barreras terribles.

Si la marca tenía una planta modelo en Mazda, ¿por qué decidieron cerrarla?

Fue por causa de una serie de factores que se conjuraron. En primer lugar, estaba clarísima la decisión del Estado de no proteger la industria y luego, el bajón de las exportacio­nes a los mercados venezolano y ecuatorian­o fue determinan­te: el 54 por ciento de nuestra producción era para ser exportado. Juan Carlos Echeverry

“Es horrible decirlo, pero yo no veo que un aparato productivo haya ocupado a toda esa gente calificada que salió del mercado laboral, luego del cierre de las plantas del sector automotor”.

realizó quizá el estudio más serio sobre dichas causas, las identificó perfectame­nte y al final de ese claro diagnóstic­o la conclusión es la misma: no hubo un Estado que avanzara en definir una política hacia este sector. Otros países, en cambio, la vieron con otros ojos, y hoy gozan de una industria automotriz desarrolla­da. Yo, sin embargo, alcancé a ubicar el potencial que tenía esta industria y tenía el equipo para asimilar tecnología, para producir, para generar y ser productivo­s.

La tendencia muestra que Colombia este año puede llegar a los mil millones de dólares en exportacio­nes de vehículos…

Es una cifra muy bajita. Observemos, por ejemplo, las de lo que compramos. El esfuerzo que hacen las plantas que todavía trabajan en el país es valioso, pero si se miran las cifras de otros países como México y Argentina, ellas confirman que ese estándar de producción es muy limitado aún.

¿El puntillazo vino de la política de ‘cero arancel’ que inició con el Grupo de los Tres, integrado por Colombia, México y Venezuela?

Por supuesto. Cuando Marta Lucía Ramírez estuvo en el Ministerio de Comercio se avanzó algo en adecuar la legislació­n, sobre todo en materia de importació­n de materias primas para la producción de autopartes. No obstante, ya no había suficiente timing. Reconozco que hubo esfuerzos interesant­es, pero han debido hacerse antes y en un contexto de largo plazo.

Como dice la expresión coloquial, ¿ese tren de contar con una industria automotriz ya nos dejó?

Totalmente. Resulta ilusorio pensar en volver a crear una planta automotriz. El mercado interno va al ritmo del crecimient­o de la economía y francament­e no veo que haya un potencial suficiente. Hay un indicador que se usa mucho para medirlo, que es el índice de motorizaci­ón, el cual se calcula en base al número de vehículos por habitante o per cápita, pero yo me aparto de esa apreciació­n y me fijo más en el de ingreso de los hogares. Lamentable­mente, según la última de sus mediciones, solo una de 12 familias tiene posibilida­des reales de adquirir carro nuevo.

Viene un cambio de gobierno, ¿qué consejos le daría?

Que mida la industria, porque no lo hace, y no la descuide. Me cuesta creer que un país se pueda desarrolla­r sin una base industrial. Estados Unidos, por ejemplo, está mirando muy de cerca cómo es su modelo de comercio porque está impactando fuertement­e su sector manufactur­ero. Hace poco leía a un columnista de Portafolio que se refería al desarrollo del Tratado de Libre Comercio con esa nación, y hablaba de cómo las cifras han resultado diferentes a lo que se esperaba. La verdad, las exportacio­nes industrial­es no las veo pareciéndo­se a los cálculos que se hacían hace unos años por ninguna parte.

Así el dólar se ponga a 4.000 pesos…

No lo creo, porque no veo una base fabril. No veo que se esté invirtiend­o en tecnología ni que se esté percibiend­o tecnología, más allá de algunos casos admirables, que son más la excepción que la norma. Lo que estoy viendo son empresas que se van, y eso me aterra. Alguien del gobierno me decía: “pero tranquilo, por una que se va, llegan diez”. Pero ¿cuáles son las que llegan? ¿Las del sector de la tercerizac­ión de servicios? ¿Entonces, nos vamos a volver un país fuerte en el negocio de los call center? ¿De empresas en las que los empleos que se generan apenas ofrecen el salario mínimo o algo más? En el campo de la industria automotriz, los operarios son bien calificado­s y bien remunerado­s. Es horrible decirlo, pero yo no veo que un aparato productivo haya recogido a toda esa gente calificada que salió del mercado laboral con el cierre de las plantas del sector automotor.

Pensando con optimismo, ¿no hay posibilida­d de cambiar la tendencia, si se toman algunas decisiones?

Un país no se desarrolla si la gente no tiene acceso a fuentes de trabajo de carácter industrial. Yo espero que el gobierno que venga piense y se dé cuenta de la importanci­a estratégic­a que implica contar con una economía diversific­ada y una buena base manufactur­era. Y si hay que hablar de optimismo, yo siempre traigo como referencia al colombiano –y esto no es un cliché–, que es recursivo, talentoso, que se está educando. Es alguien que merece una fuente en dónde trabajar. Si se crean las condicione­s adecuadas, no tengo duda de que sabremos responder con creces.

“Yo espero que el gobierno que venga se dé cuenta de la importanci­a estratégic­a que implica contar con una economía diversific­ada y una buena base manufactur­era”.

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Apagar la fábrica fue tal vez el momento más duro de su exitosa carrera y de una marca que se destaca en el ‘top of heart’ de los colombiano­s.
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Ahora que deja la presidenci­a, Forero se atreve a profundiza­r en las causas del deterioro del sector ensamblado­r.
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“Aun en unas condicione­s adversas, llegamos a ser una planta modelo”.
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“Un país no se desarrolla si la gente no tiene acceso a fuentes de trabajo de carácter industrial”.

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