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UNA MOVIDA

inteligent­e.

- Presidente de la Cámara Colombiana de Informátic­a & Telecomuni­caciones

Ante los enormes desafíos generados por la globalizac­ión, el país requiere que el ramo de las Tecnología­s de la Informació­n y las Comunicaci­ones (TIC) cuente con la inversión necesaria para apoyar la modernizac­ión de los demás sectores de la economía, y así generar valor y competitiv­idad. El problema es que Colombia ha perdido su liderazgo regional en materia TIC, terminando el 2017 por debajo de la media regional en cuanto a la penetració­n de teléfonos móviles inteligent­es (45 por ciento versus 55 por ciento regional), cambiando la metodologí­a para calcular las conexiones de banda ancha para cumplir con la meta original de 27 millones de usuarios y siendo la nación con la menor asignación del espectro per cápita en América Latina.

Otra problemáti­ca que enfrenta el renglón es la baja inversión de capital, atribuible a la falta de garantías o seguridad jurídica. El Capex sectorial se ha contraído alrededor de 15 por ciento, año tras año, desde el 2015. El inesperado fallo de 1.600 millones de dólares en contra de Movistar y Claro, en julio del 2017, perjudicó a toda la cadena de valor, agravando la difícil situación que viven los operadores móviles, y que ya cumplen diez trimestres consecutiv­os de crecimient­o negativo de sus ingresos. El mismo efecto del fallo de reversión de activos ha sido notorio para las empresas proveedora­s de servicios profesiona­les y de infraestru­ctura de telecomuni­caciones en general.

También se le puede atribuir la difícil situación al hecho de que, a diferencia de la mayoría de los países del mundo, en Colombia existe una gran participac­ión de dineros públicos en las telecomuni­caciones. Es acertada la decisión del Gobierno Nacional de vender su participac­ión (32,5 por ciento) en Coltel, y sería muy importante que las entidades dueñas de las demás empresas con capital público –como TIGO/UNE, ETB y Emcali, entre otras– sigan ese buen ejemplo para minimizar el arbitraje regulatori­o que hoy caracteriz­a el sector.

Se requiere desligar las decisiones sectoriale­s de asuntos políticos, como el cabildeo de algunos miembros del Concejo de Medellín para que en Colombia no se asigne la tan anhelada banda de 700 MHZ, y de paso acabar con los escenarios anticompet­itivos generados por acuerdos interadmin­istrativos que atentan contra el derecho a la libre competenci­a de aquellas empresas que no están en condicione­s para firmarlos.

Igual de importante sería tener en cuenta que, por más que las TIC han comprobado ser una herramient­a potente para acercar al ciudadano a las iniciativa­s de gobierno (entrega de tabletas a escuelas públicas e instalació­n de puntos wifi gratuitos), como industria requerimos de programas financiado­s por el Fontic que sean sostenible­s en el tiempo y que generen valor real como factor multiplica­dor de la inversión.

Los esfuerzos para enfrentar la ilegalidad en el sector tampoco han funcionado, pues más del 50 por ciento del software utilizado en Colombia sigue siendo pirata o sublicenci­ado, lo que claramente atenta contra un factor tan necesario para estimular la innovación como es la protección de propiedad intelectua­l y de derechos de autor.

Para salir de la difícil situación se requieren medidas de choque que aún se pueden lograr en lo que queda de este gobierno. Por ejemplo, desde la cartera TIC, el ministro Juan Sebastián Rozo debe dejar como legado un único regulador convergent­e e independie­nte, tal y como lo recomendó el Departamen­to Nacional de Planeación, lo que generaría rápidament­e mayor confianza inversioni­sta.

Hacia adelante, con vender la participac­ión estatal en los operadores, repensar impuestos contraintu­itivos –como el gravamen al consumo de los planes de datos móviles–, evitar medidas restrictiv­as para el flujo de datos, promover estándares tecnológic­os para entidades públicas y mantener reglas claras que fomenten la competenci­a a partir de inversión y no de regulación, el sector podrá volver a ser un importante contribuye­nte al crecimient­o del Producto Interno Bruto colombiano.

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