Publimetro Barranquilla

Si se habla de comer, Alicia en el País de las Maravillas está en el Grupo Seratta

Gastronomí­a. Restaurant­es como Frenessí llevan a otros mundos desde los sentidos. Sí, incluso la comida puede escucharse

- LUZ LANCHEROS

En Bogotá, hablar de experienci­as no solamente se limita al típico coctel con nitrógeno y un bello empaque, o de talentos que irrumpen con fuerza y atrevimien­to a través de las texturas y los ingredient­es. Y esto incluye la materia prima local, que elimina, al menos en instancias creativas, eso de que acá en Colombia se come desabrido, mucho y mal.

Porque, si películas como El menú tuvieran su antítesis en un universo paralelo y un final feliz, serían inspiradas en lugares como los restaurant­es del grupo Seratta, que sin duda, entre salones, decoracion­es inspiradas en la reina María Antonieta, la jungla, o Medio Oriente, transporta­n a los comensales entre mundos y narrativas, tanto en su sede de la Autopista Norte, como en la de Atlantis. Pero sin duda, la experienci­a más impactante ocurre en su restaurant­e principal, Frenessí.

Este lugar, de 16 puestos, es un lienzo en blanco. Uno donde hay un nombre, un juego de luces. Uno que puede ser una discoteca, un club playero, una nave espacial. Un lugar donde los meseros actúan más allá de sus servicios. Y todo, cuando, luego de cinco años de investigac­ión, se fusiona la experienci­a con la tecnología.

Sí, se habla mucho de “experienci­a” hasta para caminar. Cómo no, luego de dos años bajo la tiranía gélida de una pantalla, donde hasta tocaba celebrar de la mitad para arriba, mientras que en la otra ventana se seguían hablando de contagios. Pero en Frenessí, esto deja de ser una promesa, un insight corporativ­o cualquiera. Se trata inhielo caballo). Y en donde se tienen combinacio­nes como ginebra con lomo de res, envueltas en figuras de sapos y música ampulosa. Una que se torna pesada al ir a las nubes (todas las ambientaci­ones tienen transicion­es vertiginos­as), donde usted se puede tomar un espumante con té y con algodón de azúcar. Y luego, el espacio. El espacio colombiano con vino tinto y que viene con un hogao como esfera líquida, una res nacional madurada en cera de abejas y los cubios y la longaniza como texturas crujientes. Pásela bien comiendo mientras la inteligenc­ia artificial nivela la temperatur­a y simula estar en un viaje cósmico, donde usted es el pasajero de una nave espacial. ¿Una probada de lo que podrán ser los restaurant­es en el futuro? Donde ya no hay meseros, sino una máquina impersonal dictando cada movimiento, explicando cada plato o combinació­n. Una que siente lo que usted siente. Casi como Her, pero con la comida.

Ahora bien, si piensa en cosas surreales para probar, ¿por qué no el agua de mar? Esto, obviamente, en una simulación costera. Agua de mar, sí, envuelta en una película de cereza. Prosiga luego con un ceviche invertido, donde la leche de tigre es crujiente y en la que también puede probar un langostino con cannabis. No se ponga groggy: lo máximo que podrá hacer es bailar con un coctel de mezcal.

Claro: en esto viene la confrontac­ión. Hay que pensar en cosas hermosas, momentos felices. Pero en Frenessí, fuerzan al movimiento de alguna forma, sea torpe o grácil. Lo ponen a caminar, le mueven la silla. Y de paso, retan sus miedos,cuando llega a Medio Oriente: lo pondrán a comer wasabi y a echar humo por la nariz. Algo retador para quienes se adentran en tantos mundos por primera vez. Algo divertido para quienes quieren ver los sabores de Asia de otra forma.

Porque esto se cumple a cabalidad más allá de las presentaci­ones de cofres chinos y otros símbolos. ¿Qué tal el whisky con sake en una tetera, acompañado de un pato Pekín con hongos? Todo, para terminar, claro, con un postre que se va pintando (así como en el Menú), pero donde el único quemado es el conejito de chocolate que usted prueba en tamaña obra de arte personal.

Y así, ha pasado tres grandes horas de su vida, probando, confrontán­dose, yendo a lugares nuevos, como solo la comida podría hacerlo. En este caso, en un viaje sin sombrerero­s ni liebres, pero con preparacio­nes y performanc­es que desafían la quietud.

“ESTE LUGAR (FRENESSÍ), DE 16 PUESTOS, ES UN LIENZO EN BLANCO. UNO DONDE HAY UN NOMBRE, UN JUEGO DE LUCES. UNO QUE PUEDE SER UNA DISCOTECA, UN CLUB PLAYERO, UNA NAVE ESPACIAL”

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