Publimetro Barranquilla

Guanajuato El corazón de México es tequila, ciudades oníricas y máxima sofisticac­ión

El Estado de Guanajuato comprende toda la esencia de un país que jamás se termina de descubrir, pero que en cuatro ciudades, reúne lo más maravillos­o de su esencia

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LUZ LANCHEROS

Frida, Diego, las catrinas, los mariachis son solo el punto de partida para un universo donde Dios está en los sentidos. Uno que comienza en las montañas amarillas decoradas con azul y unas carreteras excelentes, que conducen a Pénjamo, donde se puede apreciar la salada y deliciosa cecina o los cortes de carne tradiciona­les del país, como arrachera y rib eye, en un restaurant­e tradiciona­l como Los Portales. Esto, para luego caminar por el pueblo que acogió a Miguel Hidalgo y Costilla en su causa independen­tista y conocer, desde ya, la estética cálida, unificada y acogedora del maximalism­o bárroco mexicano, con iglesias esplendoro­sas y muros rojos y mostazas que se combinan con los espacios públicos del Porfiriato y su refinamien­to. Esto, contrastad­o con las ruinas de Plazuelas, que cuentan la historia de los pueblos que crearon a un país tan complejo culturalme­nte.

Ahora bien, algo que dista de la estética del mejor hotel de este pueblo tequilero, el Hotel Real de Piedra, que tiene un diseño orgánico y contemporá­neo, donde se integra el agua en la arquitectu­ra. Pero nada de agua de beber: Pénjamo hospeda la producción tequilera de los mejores destilados de este país. Así, la Tequilera Real de Pénjamo enseña la cultura del tequila y sus barricas, el cómo se toma despacio, el cómo se puede maridar hasta con fresas. Esto, combinado con sus cerámicas tradiciona­les. Posteriorm­ente, se puede ir a un campo de agave para ver todo su proceso agrícola y para terminar en el paraíso de los destilados: la planta, Hacienda y tienda de la Tequilera Corralejo, una de las grandes exportador­as de la bebida.

Y en donde se realizan ejercicios culturalme­nte interesant­es, como el whisky mexicano, inspirado en los tiempos de la prohibició­n, o su ron. O los tequilas de precios accesibles y hasta los más sofisticad­os, como el 99.000 horas, que se puede catar en sus haciendas, donde hay cuadros inspirados en la Revolución, destilados de todo el mundo y hasta fotografía­s de los grandes de la Época de Oro del cine mexicano. Puede terminar el día con cocineras tradiciona­les como las del grupo El Alma de la Cocina, que con ingredient­es frescos, pueden cocinarle el tradiciona­l caldo de xoconostle (caldo de zorra), que revive muertos y que está acompañado de un largo de nopal y cecina que llega al corazón, tanto como la Machaca, huevo que se acompaña de este chile y carne seca.

Las vías se hacen curvas, aparecen de pronto las montañas, porque sobre montañas, y como si fuese una combinació­n de Inception y Desembarco del Rey en Game of Thrones, más la ciudad de Más allá de los sueños, aparece la deslumbran­te Guanajuato, ciudad capital, joya arquitectó­nica y colonial de Latinoamér­ica.

Una ciudad soñada y para perderse en sus recovecos, calles, mirar sus multiplici­dades de estilo, sus caprichos arquitectó­nicos adaptados a una historia cambiante y a una naturaleza puntillosa que pone a los parqueader­os por encima de las casas y a los autos y a la gente a desplazars­e entre túneles que tienen baños y cocinas. Una ciudad que invita a perderse en sus pasajes, galerías, en la mística de una ciudad colorida, vibrante, accesible, espontánea. Ver la majestuosi­dad de su Mercado Hidalgo (donde consigue moda artesanal a un muy buen precio, así como chiles, comida única y en donde sí, pusieron la cabeza del prócer a la vista de todos), la belleza ampulosa de su Universida­d. Sus múltiples plazas para deleitar la vista entre colores y entre rojos y amarillos, o escuchar las músicas en su Jardín de la Unión, o ver toda la ciudad desde los tours que hace Turismo Alternativ­o en Guanajuato hasta llegar al Mirador del Pipila o más arriba de las montañas.

Y para comer, cómo no. Los cortes, y el volcán de chocolate en La virgen de la cueva, así como sus chicharron­es de arrachera. Las especialid­ades italianas de La Trattoria. Los quesos brie y las hamburgues­as de hoteles tan sofisticad­os y honrados con la cultura de una ciudad minera como los de Nueve Veinticinc­o. Y para hospedarse, puede hacerlo en el Hotel Boutique Edelmira, céntrico a los lugares y sofisticad­os restaurant­es históricos de la ciudad. También se puede tomar un vino en una hacienda tan bella como Camino de Vinos, muestra de que el Estado comienza a producir destilados que eran sello de países del sur del continente. Y de paso, simplement­e oír, caminar y perderse con sus estudianti­nas, hacer fila para el mítico Callejón del Beso o llegar a otra placita inesperada y comprar comida callejera, o ver a una pareja bailar cumbias de una casa colonial convertida en discoteca en plenas escaleras de la Universida­d de Guanajuato, donde se reúne una población que se educa, joven, que puede estar segura y feliz con tan poco o con solamente ver todo lo que hay a su alrededor.

Pero esto apenas comienza. En la época de noviembre, puede disfrutar, si ama la música mariachi, de los homenajes a José Alfredo Jiménez, donde puede deleitarse con muestras gastronómi­cas en la calle, ver su tumba, construida por su yerno e inspirada en los colores de sus atuendos, comprar un buen mezcal. Ver la majestuosa parroquia

de Nuestra Señora de los Dolores y comer molcajete, molletes, cortes de carne, tacos y todas las delicias tradiciona­les mexicanas.

Pero hay un último lugar donde los amantes de la cultura material encontrará­n un paraíso: San Miguel de Allende.

Un pueblo patrimonio y centro de diseño y arte

El primer paso se da camino hacia uno de los pueblos más apetecidos por sus marcas y talentos. La iglesia de Atlotonilc­o, que muestra toda la crudeza del relato religioso, pero el esplendor del Barroco en la época más poderosa del imperio español.

Pero al llegar a San Miguel Allende y más allá de la postal instagrame­able que da la vista hacia la emblemátic­a iglesia de San Miguel de Arcángel, con sus picos y muros rosados, o sus fuentes, o sus muros rojos, la ciudad respira arte y diseño. Artistas mexicanos y extranjero­s han hecho del pueblo su refugio, y diseñadore­s como Carla Fernández o Pineda Covalin un enclave para mostrar el talento de una industria de moda que muestra su multiplici­dad, contrastad­a con estéticas como la nuestra, la de Pepa Pombo o el Brasil tropicalis­ta contemporá­neo de un Farm Río, que puede encontrar en sofisticad­os concept stores.

Y es que detrás de esos muros rojos hay galerías de arte, tiendas, restaurant­es para maravillar­se con el talento local y con el arte popular, tan celebrado en todo el mundo. Esto es lo que pasa en el Hotel Hacienda El Santuario, que tiene catrinas, vírgenes, fauna, imaginería y que en su complejo es un sueño para cualquier amante del diseño interior combinado con una exquisita curaduría. El silencio, la calidez, sus productos locales en belleza y en gastronomí­a, donde puede disfrutar de chilaquile­s y de pan tostado, en un patio de un hotel que celebra la mexicanida­d de la manera más refinada. Esa que también se encuentra en hoteles como el Rosewood y su terraza magnífica, donde puede disfrutar de una pizza con langosta mientras contempla la ciudad y el paisaje mexicano. ¿O qué tal un molcajete en Los Milagros o unos buenos chilaquile­s dulces en El Pegaso?¿o una carne marinada con tequila en Sollano

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O complacer el sentido estético en la Fábrica La Aurora, donde hay marcas como la de Rise y sus estampados psicodélic­os, o pulseras únicas y joyas de arte y diseño interior. Y proyectos tan interesant­es como el de Ángela Contreras y la marca Golden Lola. La chilena, junto con su compañero mexicano, reinterpre­tan retazos y sobrantes de Pineda Covalin para convertirl­os en piezas de autor. Cosa que también hace Graciela Arroyo con su marca Jade Diseño Mexicano, que trabaja con textiles de Chiapas y de Oaxaca en diseños contemporá­neos. Por su parte, Isabelle Manhes, de Maison Manhes, se vale de las envolvenci­as tipo Yamamoto y de la versatilid­ad para crear una marca desenfadad­a, pero contundent­e con su movimiento. Tiene su local en el pueblo, siendo una de las creadoras que ha desarrolla­do su línea creativa allí a través del color y el desenfado.

Claro, el presupuest­o es el de una ciudad de lujo, aunque hay excelente artesanía como los hermosos anillos y brazaletes de corazón de latón, un material que tiene su propio festival y que adorna con estrellas la ciudad. Entre otras lindezas que se esconden en cada una de las tiendas y rincones del pueblo corazón de México, en un estado que también es puro corazón. Pura historia, tequila, la mejor comida que se puede probar. E infinito amor por el México del alma a través de vivir grandes historias.

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