Mujeres lideresas indígenas en Guainía denuncian la extracción minera en el río Atabapo
Investigación.
Mujeres lideresas en Guainía alzan su voz contra la depredación que la minería de oro está dejando en el medioambiente. Los peces están contaminados con mercurio y tres toninas murieron en noviembre en esta zona
El río Atabapo es una frontera olvidada entre Colombia y Venezuela. Sus aguas fluyen en el departamento de Guainía, al norte de la Amazonía colombiana, y alimentan la Estrella Fluvial de Inírida, un grupo de humedales de importancia internacional por su biodiversidad, con categoría Ramsar. Pero ya hace 10 años, las aguas del Atabapo están siendo envenenadas con mercurio, producto de la explotación ilegal de oro. Hoy son, por lo menos, 30 balsas las que perforan lo profundo del río y sus playas a través de aluvión, en busca de oro y otros minerales.
PUBLIMETRO viajó hasta Puerto Inírida, la capital de Guainía, para escuchar a ocho lideresas indígenas de los pueblos Curripako, Piapoco, Puinave, Sikuani y Yeral, quienes, con su voz, desean proteger el medioambiente en sus territorios.
Durante su lucha, han recopilado evidencias, la más contundente fue un estudio realizado por la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico CDA en 2022, que analizó las muestras de peces en la zona del Atabapo. Los resultados arrojados indican que tienen niveles de mercurio que superan los límites permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
De hecho, en dos semanas, tres toninas –delfines de río– fueron halladas muertas en la zona del Atapabo. “Las balsas van y vienen y cuando se van, nos dejan el río contaminado con mercurio y quienes se van a perjudicar son los niños, nuestros nietos y las mujeres”, dijo a PUBLIMETRO, Nancy Mirabal Da Silva, capitana del resguardo de Cacahual, en el río Atabapo, del pueblo yeral.
Cacahual, la caída de un paraíso
En 2015, Cacahual era un caserío tranquilo, donde se vivía aún con las costumbres ancestrales. Sus playas de arena fina y dorada estaban repletas de vida: aves, cajuches (cerdos de monte), zainos y dantas iban a beber con sus crías al Atabapo y los lomos y aletas de animadas toninas podían verse asomar sobre las olas de sus aguas cristalinas.
Las más de 90 familias que habitan Cacahual iban todos los domingos remando en sus canoas a recoger los frutos que dejaba el conuco (parcela o huerta) y en las cocinas de casas y granjas, se encendían las pailas para secar el mañoco (harina de yuca). Las mujeres eran las encargadas de preparar las más grandes tortas de casabe de la zona, acompañadas con la abundante pesca del día.
Sin embargo –cuentan las mujeres del territorio–, llegó el hombre blanco, el colono, y trajo consigo la primera balsa. Al principio, generó curiosidad, pero después, encendió la más alta fiebre del oro en Cacahual, lo que destruyó el tejido social de las familias de la zona a un punto que todavía no se ha podido reparar.
“Antes, para mí, el paisaje era lindo, un paraíso, pero ahora se ha arrasado mucho territorio y la misma navegabilidad del río se ha visto afectada. Tenemos que buscar con motoristas expertos por dónde navegar, porque las embarcaciones se estrellan con los bancos de arena que dejan las dragas y hay posibilidad de que ocurran accidentes”, alertó Nancy Mirabal.
María Elsy González Silva (nominada a Mujer Cafam en 2022), lideresa artesana del pueblo Curripako, contó que en sus visitas hubo un antes y un después en el paisaje del río Atabapo: “Eso era hermosísimo, esas playas eran lisas, pero este año, viajamos con una compañera para buscar a otras mujeres con el propósito de integrarlas a la artesanía y cuando llegamos, vimos todas esas balsas y casitas flotando en el río y nos preguntamos: ‘¿Qué pasó acá?’. Nos explicaron que esas son las balsas que están acabando todo el río. Después de que el río tenía playas lisas y bonitas, las convirtieron en todos esos huecos y socavones y en el río por donde íbamos, había latas de cerveza, gaseosa, basura y de todo flotando”.
En su testimonio, María Elsy dejó ver su preocupación por los niños y las mujeres: “Nos bajamos a comprar agua en una de las balsas y encontramos a las señoras todas mojadas, mohosas, delgaditas, en los huesos, vueltas nada. Ni las mujeres ni los niños habían desayunado, no habían comido y nos dijeron que los menores abandonaron el colegio por venir a ayudar en las balsas y para hacer de buzos. La verdad fue un panorama terrible”.
Con la llegada de las balsas –y de quienes las manejan–, las comunidades ya no trabajan la tierra de los conucos y ya no siembran, entonces las familias pasan hambre y pierden su soberanía alimentaria, explicaron Nancy y María Elsy. El mañoco y los alimentos de primera necesidad han subido sus precios por la minería y la poca harina que producen, la intercambian: venden el mañoco y el casabe para comprar chitos, gaseosas, café, azúcar, sardinas, lo que termina siendo el alimento que consumen quienes trabajan en las balsas.
“La minería no deja nada. Ya nos dañó el río. El conuco se ha perdido porque los adultos y los ancianos ya prefieren estar en la balsa. Estamos sufriendo por el mañoco, que es nuestro alimento, así como el casabe, que ya no se produce. En el pueblo, solo dos personas la hacen y llegan los mineros a comprarla a un alto precio”, lamenta la capitana de Cacahual.
Otro azote para este paraíso llegó junto con las balsas, las llamadas currutelas, que son improvisados burdeles en carpas nómadas y se mueven tras los mineros. Allí sobreviven pequeñas Cándidas Eréndiras de origen incierto y ojos perdidos, cuyos gritos se los han tragado la selva y sus proxenetas, ofreciendo sus favores sexuales, a veces a cambio de un gramo de oro (que equivale a 220.000 pesos en la zona), para un minero. Es un problema grave de trata de personas, con fines de explotación sexual, que no llama la atención de las autoridades locales.
“Se ve el hambre, la violencia de todo tipo, la prostitución, de todo se vive allí. Los muchachos se van a las balsas a tomar licor y hacer trueque de comida por trago”, detalla María Elci.
Ya los residentes de Cacahual están advertidos por las autoridades de salud de que algo peligroso y venenoso se ha mezclado en el río y ha cambiado su color a un tono oscuro, café.
“La gente de salud nos dijo que ya el pescado está contaminado y si nos llegamos a comer ese pescadito, nos morimos. Nos dijeron los doctores que debíamos consumir el agua de lluvia y no tanto la del río. Por eso tenemos pozos para tomar agua, pero ahora en verano, nos afecta”, advirtió Mirabal.
La capitana de Cacahual, después de décadas de haber sufrido discriminación y machismo para ser elegida, dada la mayoría masculina que hay en su comunidad, ahora debe afrontar el olvido del Estado, la falta de medicamentos, de alcantarillado, la precariedad de un puesto de salud sin los elementos básicos. y una escuela que no posee internet ni infraestructura para el estudio de sus alumnos.
Actualmente, a través de la asociación Airai y Cimtarai (Consejo Indígena Multiétnico Ancestral Territorial de Atabapo e Inírida), se espera poder elevar a Cacahual a municipio autónomo para que los recursos puedan llegar directamente a la población y no tengan que ser tramitados por la Gobernación de Guainía.
“Las balsas van y vienen y cuando se van, nos dejan el río contaminado con mercurio y quienes se van a perjudicar son los niños, nuestros nietos y las mujeres” NANCY MIRABAL DA SILVA Capitana del resguardo de Cacahual