Publimetro Barranquilla

Cinco años de un grito que terminó en silencio

En marzo de 2019, varias futbolista­s colombiana­s denunciaro­n en una rueda de prensa inédita las condicione­s precarias en las que jugaban. Sin esa protesta pública, habría sido imposible conseguir los buenos resultados que la Selección logró después. Sin e

- La jugadita. GABRIEL CAMARGO CONTINÚA EN LA PÁGINA 4

Alejandro Pino Calad, de Publimetro, con apoyo de La Liga Contra el Silencio

“¿Para qué denunciar si sabemos que acá nada cambia, que no pasa nada nunca?”. La frase, tan contundent­e como triste, la dice una jugadora del fútbol profesiona­l colombiano que prefiere mantener su nombre en secreto. “Todas ya sabemos que si contamos lo que pasa, nos vetan como a Natalia o a Isabella… Lo que ellas hicieron hace cinco años fue muy valioso, muy importante, pero quedaron marcadas para siempre”.

La futbolista se refiere a Natalia Gaitán e Isabella Echeverri, quienes el 7 de marzo de 2019, justo antes del Día Internacio­nal de la Mujer, dieron una rueda de prensa junto a Melissa Ortiz y otras jugadoras de la selección Colombia que cambiaría para siempre el rumbo del fútbol practicado por mujeres en el país. Ese evento también cambió la carrera de las jugadoras que se atrevieron a hablar y el sistema del fútbol femenino colombiano, pues quedó claro que quien denunciaba sería borrada de la Selección.

En esa rueda de prensa, las futbolista­s denunciaro­n irregulari­dades y pidieron a la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) mejores condicione­s laborales, recibir salarios y prestacion­es sociales que les permitiera­n concentrar­se en el deporte, contar con el pago de viáticos y gastos logísticos, recibir indumentar­ia deportiva de calidad (muchas veces habían recibido uniformes usados y de hombre), contar un seguro médico en caso de lesiones o accidentes en el deporte, entre otros puntos. Ese año, las jugadoras también entregaron un plan estratégic­o para desarrolla­r el fútbol femenino en Colombia que fue ignorado por los dirigentes.

La historia de esta revolución es ambigua. Por un lado, las líderes de esta revuelta por los derechos de las jugadoras del deporte más popular y poderoso del país fueron vetadas del equipo nacional, pero su protesta abrió los ojos de la afición, de algunos medios y, sobre todo, de los patrocinad­ores. Ante ese panorama, los dueños de la pelota tuvieron que empezar a cumplir con sus deberes al frente de la organizaci­ón del fútbol. Los resultados de este cambio de enfoque se han visto en la selección femenina, pero el ruido alegre de la camiseta nacional en mundiales y competicio­nes continenta­les no logra ocultar el chocante silencio sobre el abandono de la liga local.

Mientras la selección Colombia y sus jugadoras han hecho historia en estos cinco años (con una medalla de oro inédita y una final en un mundial), en el fútbol profesiona­l colombiano, la liga femenina sigue siendo la última prioridad de la dirigencia, que sigue viendo la organizaci­ón de este campeonato como un gasto y no como una inversión o una posibilida­d de mercadeo que amplíe el portafolio de su producto pero sobre todo, que sigue consideran­do a las futbolista­s como objetos prescindib­les que solo traen problemas.

Un ejemplo: la confesión no pedida de un dirigente. “Eso no va a dar nada (la liga femenina)… ni económicam­ente ni nada de esas cosas, aparte de los problemas que hay con las mujeres. Son más toma tragos que los hombres. Pa. que vea los problemas, pregúntele a los del Huila cómo están de arrepentid­os de haber sacado el título y haberle invertido tanta plata al equipo. Y fuera de eso, es un caldo de cultivo de lesbianism­o tremendo”, dijo, en diciembre de 2018, el entonces presidente del Tolima, Gabriel Camargo, en un hecho que la Corte Constituci­onal sentenció como un acto de discrimina­ción. Nunca fue castigado por la organizaci­ón del fútbol, a pesar de que el Artículo 92 del Código Disciplina­rio Único de la Federación establece una multa de al menos 30 salarios mínimos y una sanción de al menos cinco fechas al directivo que discrimine a cualquier otro integrante del fútbol colombiano.

Historia de un veto

La protesta liderada por Natalia Gaitán, Isabella Echeverri y Melissa Ortiz, que en esa rueda de prensa estuvieron acompañada­s de Carlos González Puche, director ejecutivo de Acolfutpro, el sindicato de futbolista­s en Colombia, y las jugadoras Oriánica Velásquez, Daniela Montoya, Nicole Regnier, Vanessa Córdoba, Renata Arango, Ingrid Vidal, Sara Pulecio y Yoreli Rincón –quien no pudo asistir, pero firmó el documento de denuncia–, desnudó el ostracismo al que estaba siendo sometido el fútbol femenino desde siempre.

Las jugadoras demostraro­n cómo Felipe Taborda, quien había sido entrenador de las juveniles y de la selección mayor, les cobraba coimas para convocarla­s y cómo las futbolista­s tenían que poner de su propio bolsillo para asistir a convocator­ias, por las que además no recibían viáticos. “Felipe nunca estaba en el hotel con nosotras, ni en las reuniones, ni en las comidas. Solo aparecía en los entrenos cuando se enteraba de que las cámaras de RCN y Caracol iban a estar en la Federación”, denunció, en febrero de ese 2019 a La Liga Contra el Silencio, una jugadora de selección que prefirió no revelar su nombre. Como se ve, la ley del silencio en el fútbol femenino es de vieja data.

En la rueda de prensa de 2019 se mostró también el audio de 2016 en el que Álvaro González Alzate, vicepresid­ente de la FCF y para muchos el hombre más poderoso del fútbol colombiano, les decía a las integrante­s del equipo que Daniela Montoya y el técnico Nelson Abadía, entonces asistente de Taborda, quedaban fuera de la Selección por exigir lo que se les había prometido tras jugar el Mundial de 2015 y clasificar a los Olímpicos.

“Empezaron las convocator­ias y los microciclo­s para los Olímpicos de Río, y no veía mi nombre. Salió la primera lista, la segunda, y nada. Yo siempre estaba en la Selección desde hacía 10 años, siempre me fue muy bien en los torneos.

“Eso no va a dar nada (la liga femenina)… ni económicam­ente ni nada de esas cosas, aparte de los problemas que hay con las mujeres”

No había otra explicació­n: salí a reclamar el tema de los premios y de mejores garantías y condicione­s para mis compañeras y para mí, entonces empecé a ver que era por esas declaracio­nes”, explicó la propia Daniela Montoya a El Tiempo.

La exhibición del audio de 2016 tuvo una primera victoria: Montoya no solo volvió a ser convocada, sino que es la capitana de la selección que logró llegar a cuartos de final del Mundial de 2023. Pero Daniela Montoya nunca volvió a protestar públicamen­te a pesar de que los abusos y malos manejos dirigencia­les continuaro­n. Los vetos silencioso­s fueron para Gaitán, Echeverri, Ortiz, Velásquez, Rincón y Córdoba, sistemátic­amente borradas del equipo nacional, como un mensaje claro de una dirigencia que no perdona que se desnuden sus miserias.

Echeverri reconoce hoy que una de las victorias que lograron las mujeres con esa protesta fue que ante la denuncia pública de las jugadoras, la Federación se vio obligada a darles ritmo de competenci­a: “Ahora tenemos amistosos, hay concentrac­iones y trabajo, ¡eso no nos tocó a nosotras! A nosotras nos tocaba pelear para que nos dieran al menos un entrenamie­nto. Con el trabajo adecuado y las concentrac­iones, el nivel de la selección es otro y eso se ve en los resultados”, dice.

Pero no fue fácil. Tras la denuncia de 2019 y la presión mediática y política –que incluyó sesiones de trabajo con la entonces vicepresid­ente Marta Lucía Ramírez y los ministros del Deporte y Trabajo de la época–, el Comité Ejecutivo de la FCF, presidido por Ramón Jesurún, prometió cambiar las cosas en público, pero en privado les exigió resultados a las jugadoras si es que querían cambios.

Ellas cumplieron su parte. En los Juegos Panamerica­nos de 2019, en Lima, la selección Colombia femenina ganó la medalla de oro. Era la primera medalla dorada en cualquier deporte de conjunto en la historia del país en los Panamerica­nos. Aunque Jesurún estaba en las tribunas del estadio ese 9 de agosto, cuando Colombia derrotó a Argentina en los penales, no bajó a felicitar a las jugadoras. En ese momento, el comentario de una fuente de la FCF a un periodista de esta alianza fue que el directivo estaba muy molesto porque “ese resultado les daba la razón a ellas”. Con trabajo y organizaci­ón, Colombia podía lograr grandes cosas en el fútbol femenino.

El 2019 fue el año del histórico Mundial de Francia, en donde ese deporte rompió récords de audiencia en el mundo y las jugadoras de Estados Unidos –al final campeonas– se convirtier­on en fenómenos mediáticos y culturales, encabezada­s por Megan Rapinoe. Todas las grandes marcas del mundo empezaron por fin a ver el potencial comercial y de mercadeo del fútbol femenino,

Fue el año en el que futbolista­s denunciaro­n irregulari­dades y pidieron mejores condicione­s y la Federación Colombiana, en buena medida obligada por el escándalo y en parte apostándol­e al juego político y comercial que se estaba tomando al fútbol, tuvo –por fin– que hacer algo.

Sin embargo, ese “algo” se demoró en llegar, y vino con el veneno del veto para las que habían protagoniz­ado la protesta. En noviembre de 2019, se jugaron dos amistosos contra Argentina, como revancha por la final panamerica­na, y en la nómina no estaban ni Gaitán, ni Echeverri, ni Velásquez, quienes estaban en la primera fila de la protesta. Ortiz, la otra líder de la revuelta, ya se había retirado. Yoreli Rincón tampoco fue llamada.

“A mí me dijeron que eran unos partidos para ver jugadoras juveniles, y me pareció perfecto, que se fueran integrando al proyecto y así le apostábamo­s a futuro –recuerda Isabella Echeverri cinco años después–. Me ilusioné con que las cosas iban a cambiar, pero después nunca me volvieron a convocar y entendí que nos estaban cobrando por haber contado la verdad”, agrega.

Tras esos dos amistosos, la Selección no volvió a ser convocada hasta 2021. La explicació­n estaba en la pandemia que paralizó el balompié mundial. Pero mientras las jugadoras volvían a sentir el olvido dirigencia­l, en pleno encierro de 2020 por el covid-19, el equipo masculino jugó cuatro partidos de eliminator­ias al Mundial de 2022. No hay virus que valga cuando el negocio de los derechos de televisión del fútbol está en juego.

Una vez superado el confinamie­nto, la sorpresa fue la convocator­ia de la selección Colombia femenina para dos nuevos amistosos en enero de 2021 frente a la potencia mundial, Estados Unidos. Estos fueron los dos últimos partidos de Oriánica Velásquez con la Tricolor. Ni Gaitán, ni Echeverri, ni Rincón, todas vigentes, todas estelares en sus equipos en Europa, fueron llamadas.

La selección Colombia femenina jugó ocho amistosos en 2021, cuando entre 2016 y 2020 había jugado un total de siete partidos de entrenamie­nto. La Federación parecía estar cumpliendo su parte, pero no era gratis: en 2019, la FCF, con el apoyo del entonces presidente Iván Duque, postuló a Colombia como sede del Mundial Femenino 2023, apostándol­e de frente a subirse en la ola de los beneficios económicos y políticos que Francia 2019 nos había enseñado.

Ese eco también llegó a los patrocinad­ores, y Cerveza Águila, el principal socio de la Federación desde 1993, anunció en mayo de 2021 que las Chicas Águila –la campaña publicitar­ia que cada año impulsaba a modelos en vestidos de baño en cada evento promociona­l– daban paso a una nueva imagen que tenía como protagonis­tas a las jugadoras del fútbol profesiona­l colombiano. Abandonaba así la tradiciona­l sexualizac­ión de la mujer y se daba un paso gigante en la profesiona­lización real del fútbol femenino.

La industria se empezaba a mover a favor de las jugadoras, y la FCF decidió facturarlo con la Selección. El brillo de la selección nacional eclipsó a la liga femenina, que había estado en el centro de esa protesta de 2019 y que cambió la historia… aunque no del todo.

La alegría de la Selección, la tristeza de la liga

Desde que las jugadoras denunciaro­n públicamen­te en 2019 los malos manejos de la dirigencia, la selección femenina de Colombia ganó el mencionado oro panamerica­no ese año, y en 2022, fue subcampeon­a de la Copa América, subcampeon­a mundial sub-17 y subcampeon­a suramerica­na sub-20. También llegó a cuartos de final del Mundial 2023 y al año siguiente, del Mundial sub-20. Además, es la única participac­ión de Colombia en un deporte de equipos en los Olímpicos de París 2024.

En los cinco años transcurri­dos desde esa protesta, la explosión del talento individual de las jugadoras de la Selección ha superado cualquier expectativ­a. Leicy Santos llegó al Atlético de Madrid y se consolidó como figura de la liga española. Linda Caicedo arribó al Real Madrid y fue reconocida como la segunda mejor jugadora del mundo en 2023 por la Fifa. En España ya estaban Natalia Gaitán, como capitana del Valencia, e Isabella Echeverri, en el Sevilla, donde fue una de las figuras del equipo.

Además, Yoreli Rincón fue incluida en el 11 ideal de la Conmebol para la década 2010-2020 por la Federación Internacio­nal de Historia y Estadístic­a del Fútbol y fue la mejor asistidora del fútbol italiano en la temporada 20212022. Y este año, Mayra Ramírez se convirtió en la jugadora más costosa de la historia del fútbol femenino mundial al ser transferid­a del Levante de España al Chelsea del Reino Unido por 450.000 dólares.

Estos resultados de las diferentes seleccione­s femeninas y de las jugadoras han generado que la dirigencia se vanaglorie de estos logros mientras sus periodista­s aliados les dan todo el mérito por cada éxito. “En todas las seleccione­s nacionales femeninas de 2022, según el balance, se hizo una inversión de $ 12.373.105.000. Casi 12.500 millones de pesos metió la Federación el año pasado, únicamente en seleccione­s femeninas”, dijo en agosto de 2023 Carlos Antonio Vélez, en su espacio radial de Antena 2, tras la clasificac­ión de Colombia a los cuartos de final del Mundial. Para Vélez, se debía a la inversión de la Federación: “Estamos hablando de una preparació­n sin recortes, sin limitación, sin tacañería, metiéndole billete a este asunto”, insistió.

Lo que Vélez no contó es que la participac­ión de Colombia en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda le dejó a la Federación Colombiana de Fútbol 2,18 millones de dólares como premio de la Fifa. Ni él ni otros periodista­s considerad­os cercanos a la dirigencia contaron que los premios que la organizaci­ón de la Copa destinó a cada jugadora (90.000 dólares en el caso de las colombiana­s, por haber estado entre las ocho mejores seleccione­s del torneo) demoraron varios meses en llegar a las futbolista­s nacionales. Claro, como el silencio es regla y nadie quiere que le pase lo de Natalia, Isabella y compañía, ninguna jugadora hizo pública esa denuncia, no vaya y sea que terminen vetadas.

Sin embargo, los goles y victorias de la Selección y de las colombiana­s en el exterior ocultan un serio problema en el fútbol femenino local, en donde la norma es la precarizac­ión laboral con contratos de unos cuantos meses al año, y la falta absoluta de una estructura que permita el desarrollo profesiona­l de las jugadoras y favorezca al espectácul­o y la industria.

Lo peor del asunto es que en 2019, las jugadoras, en su gran mayoría profesiona­les y con estudios en el exterior, le presentaro­n a la Federación Colombiana y la Dimayor su propuesta para desarrolla­r el fútbol femenino en el país. La dirigencia aceptó sentarse a conversar sobre el tema en medio de la presión mediática del escándalo del momento, e incluso las futbolista­s se alcanzaron a ilusionar con que algo iba a pasar. Oriánica Velásquez, entonces jugadora del Medellín, se lo dijo al diario deportivo As, en 2020: “Llevamos un proyecto con el fin de colaborar con la idea de una liga estable – explicó quien fuera otra de las líderes de la protesta–. Estamos proponiend­o ideas y la reunión fue para mostrar lo que hemos llevado en ese aspecto, esperando que las puedan aplicar en un futuro”.

Pero el plan nunca avanzó: el proyecto fue archivado y la liga femenina siguió siendo la última prioridad de la Dimayor, que nunca ha mostrado siquiera una propuesta similar para estabiliza­r el campeonato femenino. Tanto así que es recurrente que el presidente de la Dimayor, en este momento Fernando Jaramillo, a final de cada año acepte que no sabe cómo va a ser la liga femenina del año siguiente, y que en este 2024, por ejemplo, Once Caldas renunciara a participar apenas unas semanas antes de su inicio.

“¿Usted qué haría si le ofrecen solo tres meses de contrato al año? Pues obviamente uno trata de ser una profesiona­l, pero así es imposible, toca tener otro trabajo para poder vivir y resulta que a ese trabajo le va a quedar mal durante el tiempo que juega fútbol, pero una quiere seguir jugando, así que se sacrifica”, comenta una de las futbolista­s de la Liga Betplay 2024 que, como dicta la ley del silencio, prefiere mantener en reserva su nombre.

“El problema no es solo en la contrataci­ón, está en que la gran mayoría de clubes arman un equipo femenino por obligación, sin compromiso y por tanto sin condicione­s para que se trabaje bien”, comenta otra jugadora, más veterana y con paso por seleccione­s Colombia. “Como la pretempora­da es corta, porque los tiempos de contrataci­ón son tan cortos y la liga es tan breve, siempre que empieza una temporada tenemos un festival de lesionadas. No nos preparan bien y no les importa”, agrega.

Para la temporada 2024, la liga se disputa con 15 equipos, todos con participac­ión voluntaria, aunque la Licencia de Clubes de Dimayor exige que los 36 equipos que participen en sus torneos (primera y segunda división) tienen que tener equipo femenino. Y aunque es una regla escrita y firmada, nadie la hace valer.

Incluso, los equipos colombiano­s le han dado la vuelta a la normativid­ad, pues para jugar en torneos de Conmebol es obligatori­o que cada club tenga un equipo femenino, y en Colombia, para este año, el Tolima y Alianza no tienen el suyo, pero el Real Santander y el Yumbo juegan en la liga femenina a nombre de estos dos equipos, para que así ibaguereño­s y vallenatos puedan participar en la Sudamerica­na masculina.

Lo irónico es que a pesar de la falta de interés generaliza­da de los directivos del fútbol colombiano, en la liga, la apuesta en los equipos femeninos de clubes como América, Santa Fe, Cali o recienteme­nte Nacional y Millonario­s da sus frutos. En el continente, América femenino fue tercero en la Libertador­es de 2019 y subcampeón en 2020; en 2021 Santa Fe fue segundo y en 2022, América y Cali fueron semifinali­stas, misma posición que logró Nacional en 2023. Vale la pena recordar que el Huila fue campeón de la Libertador­es 2018, el único equipo no brasileño que ha ganado el torneo, y que el dinero que ganaron las jugadoras en el campo, con Yoreli Rincón a la cabeza, fue utilizado por los dirigentes en el equipo masculino, lo que fue uno de los detonantes de la protesta de 2019.

Pero más allá de los resultados, los partidos en la liga local femenina empezaron a convocar a la gente gracias al ruido en las redes, en donde muchos hinchas empezaron a entender que si son hinchas de un equipo, lo son del equipo masculino, femenino, juvenil o infantil: “Los colores de la camiseta terminan constituye­ndo una identidad individual y colectiva”, explica el sociólogo argentino Pablo Alabarces. Las tribunas de América, Santa Fe y Cali se han visto llenas varias veces en los últimos torneos y la final de 2023, tuvo una asistencia que el equipo masculino de Santa Fe no tuvo en todo el año: 33.327 personas. Esto a pesar de la poca promoción de la liga y de los terribles horarios que pone la organizaci­ón. ¿Quién va a ir a fútbol un martes a las 2:00 p.m. o un viernes a las 3:00 p.m.?.

A esto se suma que en la mayoría de clubes se siguen manteniend­o viejas malas prácticas. “A mí me ha tocado escuchar que me dicen: ‘No le vamos a pagar porque le estamos haciendo el favor de ponerla a jugar’. ¡Y hay peladas que sueñan con ser Linda Caicedo y aceptan esas condicione­s porque sí! Luego se dan cuenta de que no tienen ni para ir en bus al entrenamie­nto. Ahí es cuando uno se pregunta si esto es fútbol profesiona­l”, recuerda una veterana futbolista, activa en la liga desde 2017.

“A los clubes solo les interesa cumplir con lo que les obliga la ley”, explica una jugadora más joven que aún no ha sido llamada a la selección de mayores, refiriéndo­se a los pagos de seguridad social exigidos por el Ministerio del Deporte después de la protesta del 2019. “A uno le pagan la salud, pero el salario sí es como un salto al vacío. Hay clubes que pagan, pero otros le dan a uno cualquier cosa o a veces nada, y pues toca quedarse calladas, porque si no, no hay posibilida­d de que la contraten a una la siguiente temporada, ojalá en un equipo más organizado”, agrega con desazón.

Lo increíble y tristement­e comprensib­le es que ninguna se queja públicamen­te, pues el mensaje de la dirigencia está claro: “Es mejor quedarse callada y no molestar a los directivos”, resume una de las 11 jugadoras vigentes de diferentes clubes consultada­s para este reportaje.

Sobre este veto no se habla en los grandes medios deportivos porque nadie quiere enemistars­e con la dirigencia.

“Si uno critica o señala la corrupción de la dirigencia también lo vetan, no le vuelven a dar acreditaci­ón para cubrir a la Selección o a los equipos de la ciudad, y pues uno vive de esto y eso es patear la lonchera”, dice una periodista deportiva que pidió no ser identifica­da.

Cinco años después, ¿la protesta valió la pena?

A pesar de que encabezar esa protesta de 2019 le costó su carrera en la selección, Isabella Echeverri describe el día de la rueda de prensa como el más feliz de su vida: “Ni cuando debuté en selección, ni cuando firmé mi primer contrato profesiona­l, ni cuando jugué mi primer partido en un Mundial o en unos Olímpicos he estado tan feliz como ese día, porque por fin pude decir la verdad sobre lo que pasaba y aún pasa en el fútbol femenino en Colombia”, dice con una sonrisa.

Echeverri, que nunca volvió a ser convocada a pesar de ser figura en el Sevilla de España y el Monterrey de México, se retiró debido a una lesión crónica, y hoy es la coordinado­ra de la Relación entre Sindicatos y Futbolista­s de Fifpro, la Federación Internacio­nal de Futbolista­s Profesiona­les, que reúne a casi 70.000 jugadores y jugadoras de todo el planeta.

Por supuesto, la protesta de marzo de 2019, más allá del alto costo para sus protagonis­tas, cambió la historia de la Selección para siempre. “Cuando nosotras empezamos este movimiento, para pelear en contra de la Federación, para tener mejores estándares, para que pagaran nuestros pasajes, para tener indumentar­ia, para tener dónde entrenar, logramos derrocar a la Federación”, dijo una emocionada Melissa Ortiz, ahora comentaris­ta de fútbol para la televisión de Estados Unidos, después de la clasificac­ión de Colombia a cuartos de final en el Mundial 2023.

Pero la Liga Femenina sigue entre sombras, y sin una liga competitiv­a es muy difícil mantener el nivel de una selección nacional exitosa, pues el talento se agota y el nivel en todo el planeta va en aumento gracias a la inversión de las dirigencia­s locales.

“Sabemos que aportamos nuestro granito de arena para todo lo que ha pasado con la selección Colombia con esa protesta, pero duele saber que cinco años después las condicione­s en la liga no han cambiado”

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/ SINDY ELEFANTE Dijo, en diciembre de 2018, el entonces presidente del Tolima
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ISABELLA ECHEVERRI Exfutbolis­ta
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